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Del poder y las complicidades opresoras

Por Argentina Casanova*
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En la red de corrupción y complicidades en torno a ex gobernadores mexicanos detenidos en el extranjero, merece atención el papel que juegan las esposas como mujeres que ejercieron el poder, desde la masculinización hegemónica de opresión. Ellas son “consortes”, testigas, cómplices y brazos activos del sistema patriarcal encarnado en gobiernos corruptos que saquean y empobrecen a un país, recrudeciendo así la violencia contra las niñas y las mujeres.
 
Como práctica política, el feminismo es también el instrumento teórico-político para mirar y analizar los últimos acontecimientos de detenciones de ex gobernadores, el papel que juega la esposa y la hija de Donald Trump, los discursos que se generan en torno a ellas; la feminización de la condición de cómplice-consorte. Pero imposible no pensar en el efecto que sobre la vida de las mujeres tienen las conductas de “esposas” que dejan el anonimato para figurar en el espacio público como aliadas del poder opresor.
 
Hay que reconocer el involucramiento y papel activo que las mujeres juegan en las redes de corrupción y las complicidades opresoras. Y no sólo se trata de esa “masculinización del poder” como modelo de ejercicio del mismo, sino de una feminización con la consortía cómplice, construida precisamente a la medida de un sistema patriarcal que se reproduce a sí mismo, utilizando a las propias oprimidas con sus papeles secundarios y sus beneficios inmediatos ligados a la utilización de la feminidad como producto que se compra-vende y utiliza.
 
No es casual que las esposas de estos hombres corruptos sean a la vez parte de ese trueque de poder y control que se permite la “compra” de genes, como ya ha sido enunciado, en la confirmación de que el cuerpo de las mujeres es extensión de la propiedad patriarcal. Mujeres atractivas y jóvenes con políticos corruptos y poderosos.
 
Desde una mirada crítica, se puede mirar y reconocer el involucramiento y papel activo que las mujeres juegan en las redes de corrupción y las complicidades opresoras. Y nos permite plantearnos interrogantes acerca de los acuerdos que estos gobernantes hagan para “tratar de dejar fuera a las esposas”, se trate de Yarrington, Duarte, Medina y los que se acumulen con órdenes de aprehensión o búsquedas por Interpol según la contienda política electoral lo vaya requiriendo.
 
Hay que recordar la exoneración pública que tuvo la esposa de edil de Iguala, Guerrero, quien fue oficialmente la “justificación” del evento de violencia que cismó a la sociedad mexicana con la desaparición de 43 jóvenes estudiantes (con el presunto argumento de impedir que protestaran en el informe del Sistema DIF que la señora realizaba esa noche). Aunque finalmente le fue dictado auto de formal prisión por operaciones con recursos de procedencia ilícita y delincuencia organizada en abril de 2015.
 
En el caso más reciente de Javier Duarte, trascendió que a pesar de que estaban juntos, ni ella ni los hijos han sido detenidos y podrían formar parte del acuerdo por el que se ha llevado a cabo la detención, es decir no tocar a la familia y que él asuma la responsabilidad en solitario. Sin embargo bien sabemos que es difícil que la “primera dama” no haya tenido ninguna información sobre lo que hacía su pareja, y mucho menos con el papel activo que desempeñó al frente del Sistema DIF, organismos que avalan el papel decorativo que el discurso patriarcal concede a las mujeres.
 
¿Qué relación hay entre la complicidad, desde la esposa y la familia que sin duda sabía y usufructuaba de los beneficios del robo al erario público, y el sistema patriarcal? La respuesta es que la corrupción afecta principalmente a los grupos en situación de vulnerabilidad a los que se les recrudece la situación de desigualdad.
 
El resultado es directamente proporcional al incremento en la violencia contra las mujeres y las niñas, ahí están las cifras de feminicidio, de desaparición, violencia sexual, sentencias que violentan aún más los derechos de las mujeres y las niñas, jueces que defienden a los agresores, mujeres periodistas asesinadas y por supuesto todo lo que ya se sabe sobre los desvíos y fraudes gravísimos en insumos para hospitales que atendían a niños con cáncer y la presunción de pruebas de VIH “patito”, entre otras cosas.
 
La participación de las “consortes”, como la de Javier Duarte y otras mujeres que aparecen junto a sus esposos en lujosas vidas que no corresponden a los salarios que perciben sus parejas, lujosas ropas, autos, restaurantes, departamentos, etc, es parte de la recompensa de “cosificarse” y ser parte de los acuerdos de poder, se trata de una participación activa por masculinización del poder y complicidades opresoras.
 
Hablar de la masculinización femenina, no solo es el “halago” que se hace desde la posición oprimida de las virtudes que se reconocen en el otro, un otro que es sujeto y “amo” a quien se busca imitar para obtener la condición de persona.
 
Esto puede entenderse mejor desde el pensamiento de Franz Fanon cuando nos explica en “Piel negra, máscara blanca”, el enmascaramiento que desde la subyugación se adopta con el blanqueamiento del pensamiento, esto es “la patriarcalización del pensamiento de las mujeres” que está en marcha en forma paralela al feminismo y no podemos dejar de reconocerla y analizar.
 
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.
 
17/AC/GG 

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