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El derecho al trabajo, sin acerarse a sus metas

Por María de la Luz González

La igualdad de oportunidades y condiciones del empleo entre mujeres y hombres, y el otorgamiento de servicios que faciliten a la mujer las tareas domésticas, fueron parte de los acuerdos de la primera Conferencia Mundial de las Mujeres que, 30 años después, siguen plasmados sólo en el papel.

La Declaración de México, que recogió las demandas históricas de las mujeres en 1975, estableció la importancia de «formular y aplicar modelos de desarrollo que promuevan la participación de la mujer en todos los sectores de actividad, proporcionarle iguales oportunidades educativas y servicios que faciliten las tareas domésticas».

El Plan Mundial de Acción, también derivado de esa primera Conferencia, recomendó a los gobiernos llegar a fines de los 80 con el logro, como mínimo, de varias metas entre las que destaca la de dar mayores oportunidades de empleo a la mujer, reducir el desempleo y hacer mayores esfuerzos por eliminar la discriminación en las condiciones de trabajo.

El panorama, tres décadas después, no ha variado más que en la tasa de participación femenina en las actividades económicas, que pasó de 22 por ciento en 1975 a casi 35 por ciento en la actualidad.

Sin embargo, el acceso al mercado laboral de las mujeres se dio y se sigue dando en condiciones de desventaja frente a los hombres en todos los aspectos, desde la remuneración, el ingreso a puestos de mando, las condiciones de contratación y la seguridad social.

La precarización del trabajo, producto de las políticas de flexibilidad laboral adoptadas en México en las últimas décadas tales como el uso intensivo de la mano de obra, la disminución de los derechos laborales de los trabajadores, y los bajos salarios, afecta tanto a hombres como a mujeres.

Sin embargo, esta precarización afecta más a las mujeres, debido a que la mano de obra femenina ha sido históricamente flexible, pues tiende a contratarse en ocupaciones de medio tiempo, de bajos ingresos y sin las prestaciones de ley, en el trabajo por cuenta propia, a domicilio y en actividades familiares no remuneradas, afirma un análisis de la Universidad Obrera de México (UOM).

Con base en cifras de la Encuesta Nacional de Empleo del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) de 1993 y del IV trimestre del 2004, concluye que el nivel de ingreso de hombres y mujeres disminuyó, pero la reducción fue mayor en el caso de las mujeres.

Precisa que entre 1993 y 2004, la población ocupada que gana hasta tres salarios mínimos pasó de 25.1 millones a 27.8 millones. La participación de las mujeres en este segmento de ocupados aumentó, al pasar de 32.5% a 39.3%, pero esto significa que en el 2004, 10.9 millones de mujeres ocupadas no pudieran acceder a una Canasta Básica Indispensable (CBI) de 40 productos, debido a que se requieren 4.05 salarios mínimos para poder adquirirla.

Por el contrario, los hombres ocupados que reciben hasta tres salarios mínimos o no perciben ingresos por su trabajo, disminuyeron proporcionalmente su participación en el total de ocupados de este rubro, al pasar de 67.5 por ciento a 60.7 por ciento, al pasar de 19.97 millones a 16.92 millones. Es decir, el número de hombres que no tiene acceso a la CBI, fue menor que el de mujeres en la misma situación.

En el rubro de seguridad social, de acuerdo con la investigación, las mujeres ocupadas que carecen de prestaciones aumentó entre 1993 y el 2004, al pasar de 5.9 millones a 8.7 millones, un incremento del 47.8 por ciento, mientras los hombres en esta situación registraron un aumento menor, de 6.6 por ciento al pasar de 14.9 millones a 17.4 millones.

La población asalariada con contrato u obra determinada y sin contrato aumenta entre hombres y mujeres, pero el de las mujeres se incrementa más en términos relativos, señala el análisis, al destacar que el contrato escrito por tiempo indefinido en la población asalariada creció apenas 2 por ciento entre 2000 y el 2004, al pasar de 12.4 millones a 12.6 millones.

Agrega que las trabajadoras asalariadas que se emplearon sin contrato, aumentaron 10.8 por ciento, al pasar de 3.4 millones a 3.8 millones, y, aunque también se incrementó el número de hombres en esta situación, ese incremento fue menor, de 8.5 por ciento, al pasar de 7.4 millones a 8 millones.

En materia del desempleo, de acuerdo con las estadísticas del INEGI, el fenómeno es mayor entre las mujeres que entre los hombres, pues durante 2004, 4.18 por ciento de la población femenina en edad de trabajar no pudo encontrar una ocupación productiva ni por un minuto; otras más perdieron la plaza laboral que ocupaban.

El aumento de mujeres que busca empleo y no lo encuentra incrementó en casi 75 por ciento más la cifra de desocupadas que había al comienzo de la actual administración, pues en los cuatro años de este gobierno, el desempleo femenino pasó de 2.39 a 4.18 por ciento, mientras el de la población masculina creció de 2.09 por ciento, a 3.54 por ciento.

05/LG/GM

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