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El luto invadió las calles de la ciudad de México

Por Miriam Ruiz

Por un momento, las madres se unieron a sus hijas asesinadas y desaparecidas en Ciudad Juárez. 25 de noviembre, Día Internacional de la No Violencia hacia las Mujeres. Al filo de las cinco de la tarde inicia la procesión anunciada por meses.

Al frente vienen 300 mujeres, número representativo pero perturbadoramente inexacto del feminicidio en la fronteriza ciudad de Chihuahua, estado cuyo gobernador Patricio Martínez, ayer en Nuevo León, dijo que los asesinatos eran cosa del pasado.

Los rostros de las mujeres, cubiertos con lánguidos velos negros; sus manos, cargando urnas con nombres: Desirée, Sonia, Inés, Desconocida, Desconocida, simbolizan a las que se fueron sin que sus familias puedan hallar la paz.

Casi todas las mujeres veladas son jóvenes. Unas como las conmemoradas, chicas bonitas y comunes; otras, famosas artistas, académicas, ex funcionarias.

Salen calladas hacia la avenida Juárez desde la calle Colón, donde la Santa Inquisición quemó a las brujas.

Allí, rumbo del Monumento a la Revolución, con el sol a sus espaldas surgen las madres de las desaparecidas y asesinadas. Vienen en racimo, unidas por una sombra, por un manto negro y el sombrero rosa que pide ¡Ni una más!

Luego los carteles rosas con una cruz negra, los mensajes coloridos, las consignas políticas como «detrás de un hombre hay 290 mujeres asesinadas», una cruz arcoiris. En el fondo, siempre, un tambor hueco y lento.

El luto invade las calles de Juárez, Madero y después media plancha del zócalo. El ángel de la justicia encarnado en la artista Carmen, en zancos, guía la procesión silenciosa hacia el templete en donde la actriz Cristina Michaus anuncia el arribo de la procesión y solicita silencio a los más de mil asistentes.

El temido frío no llegó hoy al zócalo. Llegan seis mil mujeres, hombres, niñas y niños en la oscuridad y como una sombra cubren la plancha de la plaza de la Constitución. La plaza mayor se silencia y el mismo tambor guía a las familiares hasta el templete.

El Ave María en latín y en voz de Caridad rompe el silencio y con ella cientos de globos negros y rosas con cruces por cada mujer asesinada se elevan para perderse en la noche.

Las activistas cantan. Las madres arrojan su ira al micrófono por sentirse impotentes y advierten que nada les asusta, porque están en el punto donde ya nada pueden perder. Cuatro niños y niñas, hijos de mujeres asesinadas, se refugian en cosas de niños.

Frente a Palacio Nacional, miles de veladoras quedan encendidas.

Abnegadas, «machorras» y «machos», a diestra y siniestra tienen los ojos llorosos. Solamente los cínicos, los que miran desde la oscuridad, no se conmueven.

       
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