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Lecciones y postales de Women’s March en Boston

Por Mariel García Montes*
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¿Cuál es el justo medio entre el ejercicio de la crítica y la construcción armónica para derrumbar las opresiones que suscitan la crítica?
 
Como joven feminista, ésa es una de las disyuntivas que más me abruma cada día. ¿En cuál debo concentrar mi energía intelectual y emocional, mi tiempo? Porque seamos sinceras: las dos son necesarias, pero son fuerzas opuestas que tenemos que mediar. No es fácil, no es divertido, y muchas veces colaboramos en espacios donde no hay lazos de confianza suficientes para lidiar con las diferencias de prioridades.
 
Ahora que estoy en incubación académica en Estados Unidos, decidí optar por el lado de la construcción armónica e ir a la Women's March de la ciudad en la que vivo, Boston. Como latinoamericana, aprendí cosas de las acciones públicas aquí y en México, y como feminista conocí historias que me inspiran a seguir apoyando las construcciones de otras compañeras. Aprovecho esta columna para compartir algunas de ellas.
 
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Mi día comenzó en la universidad en la que estudio, donde Ellen y Mandy decidieron unir esfuerzos para apoyar la causa de alguna manera. Se dieron cuenta de que era la primera vez que muchas estudiantes de licenciatura estarían marchando, y decidieron crear un espacio seguro donde pudieran crear sus signos, desayunar, conocer a otras chicas para acompañarse y aprender las bases de la seguridad y logística para la protesta. Llegaron decenas de estudiantes que no querían ir solas.
 
De ellas aprendo que espacios seguros para "principiantes" pueden eliminar la barrera para la participación.
 
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A sabiendas de que el transporte público estaría lleno, mi contingente caminó a la marcha. Otras familias, como la de la foto, tomaron la misma decisión. Y sí: el metro retacado pasó junto a nosotras. El conductor desaceleró y tocó el claxon en apoyo. Dentro de los trenes, otras mujeres agitaron sus signos junto a las ventanas.
 
De ellas y él aprendo que las pequeñas muestras de solidaridad alimentan la moral en acciones comunitarias.
 
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Jessica, compañera de mi contingente, trabaja en una de las compañías de tecnología en Boston. Es de Singapur. Nunca en su vida había visto una protesta o una acción pública y supo desde el primer momento que quería ir a ésta.
 
De ella aprendo que valoro la igualdad sobre todas las cosas, pero la libertad de actuar para conseguirla es importante también y debemos protegerla.
 
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Algo que me impresionó fue la cantidad de esfuerzo que las participantes pusieron en sus pancartas, a veces en honor a mujeres artesanas. Dos mujeres mayores llevaron arte hecho por una amiga de ellas que por motivos de salud no iba a asistir.
 
De ellas aprendo que la creatividad no sólo es entretenimiento en las marchas.
 
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De las activistas de Estados Unidos admiro el esfuerzo de promover la interseccionalidad en distintos niveles: provisiones de accesibilidad para sillas de ruedas e intérprete de lengua de señas en el escenario, diversidad en la lista de oradoras, y signos y consignas en distintos idiomas y sobre distintas causas.
 
De ellas aprendo que la interseccionalidad no es una promesa vacía en solicitudes de fondos, sino un valor que se traduce a medidas pragmáticas que debemos promover en todos los espacios.
 
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Se estima que fuimos 150 mil personas a la marcha en Boston; es imposible hacerle justicia a esa cantidad de gente sin fotografías aéreas. Pero algo que quiero pensar que sí reflejan mis fotos es el mar de 'Pussy Hats', sombreros rosas cuya historia ya documentó El País. [ENLACE: http://smoda.elpais.com/moda/el-dia-del-pussyhat-o-por-que-hoy-todos-visten-un-gorro-rosa-de-lana-anti-trump/ ]
 
De ellas, las tejedoras y hacedoras de sombreros, aprendo que la creatividad infoactivista no se reduce a palabras.
 
Y bueno: al final, no pudimos marchar. La cantidad de personas que llegó literalmente no cupo en el espacio público más grande de Boston, ni en la ruta planeada. Después de hora y media de espera para salir del mitin, aprendí que el método de marchas más común en América Latina,  primero marchar y luego reunirse, puede ser útil en estos casos.
 
Y no es que no haya estado antes en marchas tan grandes (pienso en 3 acciones globales por Ayotzinapa de dimensiones similares en la Ciudad de México). La diferencia es que en Boston y alrededores viven 3 millones de personas, muchas de las que decidieron ir a la marcha principal en Washington. Una marcha de 150 mil  personas aquí tiene una proporción distinta. Literalmente no cabían en las calles, en el transporte público, en los restaurantes de la zona contigua. Probablemente todas las personas en Boston conocen a alguien que fue a una de las marchas.
 
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En la tarde-noche, de regreso a casa, me encontré a varias niñas usando los sombreros rosas, acompañadas de dos papás. Me contaron que un grupo de cinco mamás de chicas de secundaria se organizaron para llevarlas a la marcha en Washington, y se reunieron para hacer los sombreros rosas y pancartas que llevarían. Hicieron sombreros también para sus hijas más jóvenes que se quedarían e irían con sus papás a la marcha de Boston.
 
Las niñas tenían entre 8 y 12 años, y todas, en su propia manera de entender la complejidad de esta temporada, podían decir elocuentemente por qué estaban ahí. Sus papás no las interrumpieron.
 
De ellas y ellos aprendí que, para ver más agencia en las futuras feministas, tenemos que crear en nuestras acciones espacios para ellas desde hoy.
 
* Mariel García Montes es comunicadora y “hippy” (“chaira”, “activistoide”) en temas de TIC para el cambio social con jóvenes y activistas. Ya no es tan joven, pero cada vez es más feminista, y quiere aprender de y con mujeres que así se
identifiquen.
 
@faeriedevilish
 
17/MGM/LGL

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