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Mujeres de Mampuján, la costura sana huellas de la violencia

Por María Rado*
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Hace 17 años, el 10 de marzo del año 2000, el bloque paramilitar Héroes de los Montes de María llegó a Mampuján, en el Caribe Colombiano, amenazando con “quemar casas y mochar (cortar) cabezas”, recuerda Gledys López. Días antes, los paramilitares habían pasado por El Salado, un pueblo cercano, cometiendo una de las masacres más recordadas de Colombia, donde murieron 60 personas. Tenían intención de repetirlo.
 
Gledys forma parte de un grupo de mujeres que superó el trauma causado por la barbarie cosiendo tapices, superponiendo retazos y plasmando en un lienzo de tela sus experiencias, para que no se le quedaran dentro. Ahora, también apoyada en una desmesurada fe, es capaz de contar con pelos y señales lo qué pasó aquel día sin que apenas se le quiebre la voz. “A eso de las cinco de la tarde incursionaron a Mampuján las Autodefensas Unidas de Colombia, dieron una orden a todos los pobladores para que nos reuniéramos en la plaza y dijeron: ‘¿Ustedes saben lo que pasó en El Salado? Lo que pasó en El Salado lo hicimos nosotros y eso mismo vinimos a hacer acá’”.
 
La noche ya había caído en Mampuján mientras sus habitantes, acusados de colaborar con la guerrilla, formaban y rompían filas bajo las órdenes de alias ‘Diego Vecino’ y alias ‘Cadena’, los jefes paramilitares. Sus hombres aprovecharon para meter en camiones cualquier cosa de valor que encontraron en el pueblo, desde víveres hasta electrodomésticos.
 
Fue entonces cuando recibieron “una llamada telefónica en la que les dijeron que no se metieran con los civiles porque eran inocentes”, cuenta Gledys. Lo cierto es que hoy no se sabe quién ni por qué hizo esa llamada, que, si bien evitó la masacre en Mampuján, no evitó el desplazamiento de 245 familias, ni la muerte de 12 campesinos unos kilómetros más allá, en Las Brisas.
 
EL DESPLAZAMIENTO
 
Los paramilitares no mataron a nadie ese día en Mampuján, pero ordenaron a la población abandonar el pueblo el día siguiente antes de las ocho de la mañana “porque si ellos regresaban y nosotros estábamos ahí nos iban a matar”, recuerda Gledys. En ese momento, 245 familias, casi mil 500 personas, se convirtieron en desplazados en un municipio, Marialabaja, situado a escasos kilómetros de su casa. Un colegio, la casa de la cultura y dos prostíbulos pasaron a ejercer de albergues en los que convivieron, en el caso de Gledys, tres años. Pasado ese tiempo ella y muchos vecinos se instalaron en un nuevo asentamiento llamado Rosas de Mampuján o ‘Mampujancito’, donde levantaron de nuevo sus casas.
 
Mientras estaban en Marialabaja, sin nada que hacer mientras los hombres volvían, con cierto temor, a trabajar a las tierras en Mampuján, “pensamos que teníamos que hacer algo para cambiar ese rol de vida que estábamos llevando y nos creaba mucho estrés porque no nos sentíamos cómodas así”, apunta Gledys.
 
A través de Ricardo Esquivia, un pastor menonita, conocieron a Teresa Geiser, también predicadora, quien les enseñó a coser tapices con formas geométricas, pero esa técnica les acabó aburriendo. “Le dijimos a Teresa que si no podíamos hacer otra cosa con la que nos sintiéramos mejor, y ella nos dijo que sí, que podíamos hacer historias verdaderas”, recuerda Gledys. De ahí nació el primer tapiz, ‘Mampuján, día de llanto’, en el que quedó plasmado el desplazamiento.
 
ARTE Y TERAPIA
 
“Esto que nosotras hacemos, además de ser un arte, también nos sirve como terapia, como salida del trauma y el estrés que estamos viviendo por lo que nos pasó”, afirma Gledys. El primer tapiz fue donado al Museo Nacional y, tal como afirma Margarita Reyes, del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), la institución le pidió a las tejedoras que hicieran otro para poder exhibirlo también. Ambos tapices se turnan en la exposición por motivos de conservación, y el que se encuentra expuesto hoy en la Sala Memoria y Nación del Museo ‘Ma Jende Mi Prieto’, Mi Gente Negra en lengua palenquera, un dialecto afrodescendiente, que mezcla el español con el bantú.
 
La mayoría de las personas afectadas son cristianas y, como reconoce Gledys, “hacíamos oraciones y todo eso nos ha ayudado mucho”, también trabajaron con psicólogos, pero cree que quizás no supieron aprovecharlos. Sin embargo la verdadera terapia llegó con los tapices. “Al inicio fue bastante difícil, hubo mucho llanto, volver a revivir esas heridas que estaban llenas de tierra y que una pensaba que ya estaban sanas. Realmente nosotros tuvimos un proceso de sanación con los telares”. Gledys afirma contenta que ella ya sanó, y ahora, junto a sus compañeras, sigue cosiendo para reivindicar las raíces africanas de su pueblo y rechazar los roles que las mujeres tenían establecidos.
 
MUJERES CONSTRUCTORAS DE PAZ
 
En el año 2015, las Tejedoras de Mampuján recibieron el Premio Nacional de Paz. Aún a Juana Alicia Ruiz, líder de la Asociación para la Vida Digna y Solidaria (ASVIDAS), que agrupa a las mujeres desde el principio del desplazamiento, le cuesta creerlo.
 
“Yolanda Sierra, de la asociación Punto de Encuentro, nos llamó y nos preguntó si estaríamos dispuestas a rellenar unos requisitos, yo le dije que no, porque yo no creía que nosotras fuéramos a ganar”, recuerda entre risas. Con el tiempo sobre los talones, y gracias a la insistencia de Yolanda Sierra, consiguieron presentar la solicitud a tiempo. Ganaron.
 
La modalidad sobre la que sería juzgado el premio ese año era “comunidad”: “Nosotras en ese tema sí estábamos muy pero que muy fuertes” afirma Juana. El caso de Mampuján fue el primero que obtuvo una sentencia en firme por parte del Tribunal de Justicia y Paz. “Aquello habría podido quedar como un juego, como una burla, si no nos hubiéramos puesto como nos pusimos a exigir por vía no violenta y a hacer todas las estrategias para que eso se diera”, asegura Juana.
 
Desde dramatizaciones hasta caminatas de tres días para conseguir que se les otorgara la reparación que se les había prometido, pues existía la intención de aplicarles una nueva ley, la 1448, de manera retroactiva que reduciría las compensaciones económicas por desplazamiento y masacre prácticamente a la mitad. Consiguieron su propósito y, gracias a esas luchas, también consiguieron el premio.
 
Las luchas comunitarias no son una extrañeza en los Montes de María. Desde los años 90, por su territorio han paseado guerrilleros, paramilitares y Ejército indistintamente, con los desplazamientos, muertes y traumas que trajeron consigo. Los desplazados vendieron sus tierras a muy bajo precio y, una de las principales secuelas, aparte del coste humano de la guerra, ha sido la llegada a la zona de la palma de aceite, acabando con la agricultura tradicional que imperaba en la zona: yuca, ñame, aguacate… Los monocultivos de palma se extienden por buena parte de Marialabaja, municipio al que pertenece Mampuján y, aunque no hay una sentencia que lo pruebe, parece evidente que las incursiones paramilitares tuvieron mucho que ver.
 
Ahora, las Tejedoras de Mampuján, una vez sanada su herida, enseñan a otras comunidades que han pasado por situaciones similares, para que, como a ellas, les sirva como terapia. “Nosotras no solamente nos quedamos con el conocimiento, sino que hemos ido enseñando a muchas personas que están en condiciones similares a las nuestras o que de pronto tienen mucho interés en aprender arte” cuenta Gledys. Las temáticas de los tapices han ido cambiando, comenzaron plasmando sus historias personales y, poco a poco, la costura se convirtió en una forma de reivindicar el origen afrodescendiente de su comunidad y de rechazar el rol que la mujer negra y campesina tenía marcado desde la cuna.
 
LA LEY DE VÍCTIMAS
 
La ley 1448 de 2011, o Ley de Víctimas nació con el propósito de restituir, indemnizar, rehabilitar y satisfacer las necesidades de toda persona afectada directamente por el conflicto armado, además de garantizar la no repetición de los hechos. Actúa tanto de manera individual como colectiva, material, moral o simbólica, y, aunque sí se han producido procesos de restitución de tierras o reparaciones monetarias, no ha logrado cumplir los objetivos propuestos.
 
La Comisión de Seguimiento de la Ley de Víctimas en su último informe de agosto de 2016 advertía de la “desfinanciación” de la ley como consecuencia de la bajada del precio del petróleo, la desaceleración económica o el aumento del valor el dólar.
 
Además, el senador Juan Manuel Galán, presidente de la Comisión, declaró el pasado día 9 de abril, durante la celebración del Día de las Víctimas, que la ley estaba presupuestada para cuatro millones de personas y ya son ocho millones las registradas en el Registro Único de Víctimas. “Ya se ha gastado más del 91 por ciento del presupuesto asignado y eso quiere decir que la ley está desfinanciada y no se cumplirán con los objetivos de reparar globalmente a las víctimas”, reconoció el senador.
 
A esto se le añade la incapacidad estatal para llegar a las zonas periféricas y rurales, que son precisamente las regiones que más han sufrido la violencia del conflicto. La Unidad de Víctimas no tiene presencia en muchos de estos lugares y donde sí la tiene los funcionarios trabajan de forma muy precaria por la falta de material y de personal. Tras más de cinco años de vigencia de esta ley, aún se está lejos de reparar a los ocho millones de víctimas que ha dejado el conflicto colombiano pues, según recoge el informe “no se ha dado prioridad al gasto orientado a las políticas públicas para atender a la población víctima”.
 
*Este artículo fue retomado de la página de Pikara Magazine.
 
17/MR/GG

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