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Necesarias, terapias mixtas en drogadicción

Por Andrea González

«Empecé con copete (tragos) en las fiestas, después marihuana, luego coca y al final todo eso junto, pero sólo cuando carreteaba (irse de fiestas). Con el tiempo llegué a jalar en la mañana antes de irme a la pega, a la hora de almuerzo y en la noche me fumaba un pito (marihuana) para dormir».

Sin saber cómo, Ana María, de 32 años, se convirtió en adicta. Ha probado varias terapias y un par de veces ha estado internada. La próxima semana, gracias al apoyo de sus padres, parte a Cuba para intentar volver a ser la que era hace cinco años, indicó el Servicio Especial de las Mujeres (SEM).

Muchas de las mujeres adictas ni siquiera saben que lo son y las que buscan tratamiento lo hacen sólo cuando el deterioro les imposibilita continuar con sus vidas.

Las causas que motivan la adicción y el tipo de drogas están condicionadas por las diferencias de género. Está demostrado que el consumo es distinto en hombres y mujeres y, por lo tanto, dadas las características de las adictas, se requiere un tratamiento específico distinto al estándar que se maneja en las terapias mixtas. Pero sólo 10 centros, de los 200 que existen, lo otorgan.

Los hombres se inician en el consumo por diversión y placer, mientras la razón principal de la mujer tiene que ver con evadir momentos difíciles, por soledad, aburrimiento o depresión.

«En general, la mujer se droga para anestesiarse y los hombres para estimularse», resume la asesora del área de tratamiento y rehabilitación del Consejo Nacional para el Control de Estupefacientes (Conace).

De acuerdo a las cifras, a nivel mundial los hombres muestran tasas de prevalencia muy superiores: por cada tres o cuatro hombres adictos hay una mujer y la única droga en que las mujeres están por sobre los varones es en la adicción a psicofármacos (tres es a uno).

Según explicó Lara, la mujer busca evadir situaciones no placenteras y la depresión, mientras el hombre lo hace porque lo encuentra agradable, por diversión o para aumentar la productividad.

«Cuando tomaba estaba como contenta, me reía y después de un rato me daba sueño y podía dormir», cuenta Carmen.

Alejandra proviene de una familia conservadora y tradicional. Se casó con su primer novio confiada en que sería para toda la vida. La historia duró dos años y volvió a la casa de sus padres con una enorme frustración y su hija a cuestas.

Como siempre había tenido problemas para conciliar el sueño, psiquiatras y tranquilizantes formaban parte de su rutina. Pero la soledad, el fracaso y los problemas para relacionarse con sus parejas la llevaron a refugiarse en el alcohol.

Francisca Alburquenque, psicóloga del Hospital Padre Hurtado, señala que las mujeres atendidas por su equipo han sufrido violencia de todos los tipos desde la niñez y que, incluso, provienen de hogares en los que uno o los dos progenitores también tenían problemas de abuso.

Carmen tiene 33 años y se inició en el alcohol para potenciar los medicamentos que utiliza para dormir. «No me di cuenta, pero llegué a tomarme una botella de pisco sour al día. Pasaba durmiendo, me sentía sola», dijo a SEM.

Ni Carmen ni Alejandra reconocen haber sufrido violencia. Su problema era el abandono y la soledad. Ana María, en tanto, admitió que una de sus parejas le gritaba cuando peleaban, y así daba por concluida la discusión. «De alguna manera, cuando me gritaba drogadicta, me sentía inferior y sin derecho a rebatir nada», relata.

Disponer de menos dinero que los hombres, el embarazo, algunos circuitos hormonales y hasta la mayor estigmatización social permiten que las adictas consulten cuando su salud está muy deteriorada.

Sara Rivera es directora del Centro Talita Kum y atiende a toda la zona norte de la capital. Desde su experiencia dice que «las mujeres vienen con un deterioro mucho mayor y esperan mucho más tiempo para pedir ayuda».

La psicóloga Alburquenque confirma esto e indica que las que llegan a la institución lo hacen, muchas veces, por derivación de la atención primaria o consultando por depresión. Incluso hay muchas que no consultan por temor a perder a sus hijos, ante las amenazas de otras personas que relacionan ser mala madre con el consumo de drogas.

Rivera reconoce que las mujeres son más rápidas para rehabilitarse y en ello un factor importante es la presión social.

Los hijos también son fundamentales en la rehabilitación de las madres adictas. Por eso, en el proceso se les debe ofrecer la posibilidad de estar con sus hijos y hacerse responsables de ellos. «Una vez que la mujer vuelve a contactarse con el vínculo siente que puede darles protección y seguridad a sus hijos», dice Rivera.

«Las mujeres son más lentas en adquirir el vínculo, pero cuando lo hacen son más fieles», ratifica Alburquerque. Eso les permite, en su opinión, tener una mejor respuesta al tratamiento.

Alejandra sabe cuán cierto es. Después de un año y tres meses en los Hogares de los Centros de Rehabilitación de Mujeres (CREM) está a punto de terminar su rehabilitación, a la que llegó por petición de su hija de 24 años. «Tomaba para no enfrentar la realidad. Siempre he tenido una vida difícil, pero hoy me siento optimista y con ganas para pelearle a la vida».

05/AG/GM

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