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Lenguantes

Hace un par de años, escribí para lenguantes sobre la estafa piramidal que se disfrazaba de amor sororal y economía solidaria. A mí me habían invitado a un proyecto, pero cuando estuve en la cita para hablar sobre éste, caí en cuenta de que estaba envuelta en una conversación que se despeñaba indefectiblemente hacia una estafa. Así, en un cafecito de Coyoacán, mientras escuchaba que si regalaba 25 mil pesos, después el destino me iba a recompensar con una abundancia de 200 mil, yo solo podía pensar: chale, nada más vine a gastar mi tiempo en que me vean la cara y mi dinero en un café bien feo.

Como siempre me ha gustado multiplicar, advertí públicamente que se trataba de una pirámide. Las pirámides multiplican una deuda inicial, por lo que mucha gente se ve beneficiada, sí, pero luego está la gran mayoría que se ve despojada de sus ahorros y no ve ni un centavo de vuelta. Digo la gran mayoría y suena a cualquier cosa, pero en el caso de las tejedoras de sueños es una relación de 8 a 1. Es decir, si la flor, telar o pirámide funciona, por cada mil chavas que logren obtener su “abundancia”, 8 mil se quedaran sin sus ahorros, endeudadas, desprotegidas ante una estafa que no está tipificada y que reproduce la precarización de las mujeres.

Este tipo de estafas tiene mayor presencia en contextos de crisis económica y afecta de forma más crítica a las personas que no tienen los recursos legales y económicos para defender sus derechos. Dicho de otro modo, si te enoja esta publicación porque tú sí te llevaste tus cientos de miles de pesos, no te enojes conmigo, mejor enójate con el hecho de que existan estas estafas y piensa en las 8 mujeres que se quedaron sin ahorros para que tú lograras tu objetivo.

Después de la publicación en lenguantes, recibí una ola de mensajes que decían “no es una pirámide, es una flor”, y  “lo que pasa es que piensas como pobre”. Tenían razón en lo de cómo pienso. Por eso me gustaría abrir la conversación precisamente a esto, porque quiero explicarme bien qué significa pensar –o no- como pobre.  ¿Pensar como pobre es sacarte de onda porque entras a una tienda de ropa en cualquier plaza y los precios están solo en euros y te da vergüenza preguntarlos porque deberías poder gastar lo que quieras con una tarjeta de crédito aunque los salarios no aumenten y el costo canasta básica sí? ¿No hacerlo implica escribir un diario donde repita 200 veces la frase sí merezco abundancia? ¿Dejar de pensar como pobre ha tenido resultados comprobables para toda la clase trabajadora que acudimos a los centros laborales entre 8 y 10 horas 6 días por la semana más aproximadamente 3 horas de transporte? ¿Qué significa, precisamente, pensar como pobre?

Permítanme aclarar que me parece importante esta definición porque sí, yo pienso como pobre y ya me lo han dicho muchas veces. La primera, por cierto, también fue cuando advertí una estafa. Mis amigos habían considerado seriamente entrar a un esquema ponzi donde les ofrecían vender jugos carísimos y, además, dar una cuota de 2 mil 500 pesos al mes. Ah, pero si vendían muchas cajas de jugos, en un año iban a ser millonarios. Los acompañé a una reunión y al salir de ésta, Salomón -el muchacho que había invitado a mis amigos- me preguntó mi opinión. Yo le dije que la información que daba estaba sesgada.

Le expliqué: tú dices que la gente gana mil pesos el primer mes, pero si ya invirtieron 2 mil 500, en realidad sólo estarían recuperando mil pesos de su inversión. Al otro mes tienen que dar otros 2 mil 500 y recuperan mil 500. En total habrían invertido 5 mil para recuperar solamente 2 mil 500 pesos, en el hipotético caso de que lo recuperen. De inmediato, Salomón se acomodó el saco de mirrey y, con su acento de fresa de la UVM, me gritó: “lo que pasa es que piensas como pobre”.

Pensar como pobre, para mí, puede ser muchas cosas: tener conciencia de clase, no creer en estafas piramidales, que cuando eras puberta odiaras a RBD porque en tu prepa pública de barrio pesado todos empezaron a sentirse fresas y ya nadie quería ir a toquines de ska contigo, usar el metro en hora pico, traer el celular bien escondido siempre. Para otros puede significar hacerla de tos por todo, quejarte del gobierno, no querer cambios o criticar que digan que una colonia está progresando sólo porque la interviene un proceso de gentrificación.

En todo caso ¿qué tendría de malo pensar como pobre en un país donde todas las personas hemos sido empobrecidas con las reformas estructurales?

Lo que deberíamos señalar es la feminización de la pobreza, no el hecho de que una mujer piense como quiera. Creernos el cuento de que si una deja de pensar como pobre, entonces va a tener abundancia. Ojo, no estoy diciendo que quien quiera abundancia sea mala persona, sino que el cambio no está en una y la abundancia no significa pudrirte en dinero mientras le robas a la gente más desprotegida.

Yo puedo cambiar y pensar como rica, pero eso no va a hacer que los mercados laborales respeten los derechos de las y los trabajadores, ni que los gobiernos garanticen que con los impuestos que pagamos nos alcance para unos servicios dignos de salud, ni que la competencia entre negocios y empresas va a ser justa o al menos equitativa. Y si todo eso no pasa, por mucho que yo piense como rica, mi cartera no va a cambiar.

Cuando decimos que el cambio no está en una, no nos referimos a que no debamos trabajar por lo que queremos, a que no merezcamos vivir digna y plenamente o a que no haya que hacer cambios en nuestra vida cotidiana. Significa que una mujer no puede ser responsable de todo lo que está mal en la estructura social, como intentan hacernos creer la programación neurolingüística, las capacitaciones de centros laborales que no respetan los Derechos Humanos, los fanáticos del emprendedurismo y las sectas de coach.

Amiga, date cuenta, el cambio no está sólo en ti, y lo que le hace daño real al mundo y a los seres que habitamos el mundo es pensar como rico, creer que el mundo, las personas y los animales están a nuestra disposición, que se puede comprar la dignidad y el bienestar. Está bien oponerse a la ostentación como postura política, buscar alternativas a las marcas que explotan mujeres y niñas en todo el mundo, no sentirte obligada a pagar algo que atenta contra tus derechos de consumidora. La feminización de la pobreza no es nuestra culpa, ni nuestra responsabilidad. No tenemos que asumir vergüenza o culpa por cuidar nuestro dinero.

Cuidar tus finanzas, ahorrar, defender tu bienestar económico es un acto necesario para ti y para todas nosotras.

*Cynthia Híjar Juárez es educadora popular feminista. Actualmente realiza estudios sobre creación e investigación dancística en el Centro de Investigación Coreográfica del Instituto Nacional de Bellas Artes.

18/CHJ/LGL

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El fin de año se acerca y es un buen pre-texto para hacer un balance sobre lo que ha ocurrido durante 2016. Ha sido, por diversas razones, un año devastador. Para las mujeres la desigualdad sigue manifestándose en nuestras vidas (virtuales y no), en todos los espacios sigue avanzando la misoginia y el maltrato en razón de ella.
 
Este año hemos estado al tanto de distintos asesinatos de mujeres, muchas de ellas activistas, feministas y defensoras de Derechos Humanos; otras de ellas guerreras en resistencias desde el momento en el que eligieron vivir como deseaban su vida. Con cada una de las víctimas de la misoginia, la transfobia, la lesbofobia y la desigualdad en general se ha ido un cachito de nosotras, una parte la tenemos rota porque, como lo hemos dicho las feministas en este y otros espacios, una más es una menos y nos hacen falta tantas:  Bertha, Alessa, Itzel, Paola, Mariana, Leslie…
 
Hemos encontrado medios para la catarsis, para varias exclamaciones que pretenden dar paso a las voces de las que se fueron y de las que nos arrebataron. La red, como en otras ocasiones, nos ha permitido viralizar sus muertes y nombrar sus asesinatos, se han promovido peticiones, fotografías, videos, consignas y demás herramientas que además de unirse a las múltiples manifestaciones que exigen justicia, nos han servido para sanarnos un poquito el corazón. Hemos intentado acompañar las causas por las que luchaban ellas, nos hemos negado a permanecer quietas, sin embargo, las acciones parecen tener un límite porque además de que no logran hacer a un lado el dolor, siguen sumándose a los varios intentos por recorrer el camino hacia la memoria, hacia la verdad y hacia la justicia.
 
Nombrar el dolor, la tristeza y la impotencia que se vive cuando leemos esto puede guiar la mirada rumbo a un sentimiento de melancolía, incluso a una percepción de derrota. Sin embargo, aclaramos que no es así, para nosotras nombrarlo es parte de hacerle frente y vencerlo, porque claro, esto se suma al miedo con el que salimos todos los días a la calle y con el que debemos combatir, porque deviene de realidades como la que describimos.

Para las puntas este año ha sido complejo, a nivel personal hemos intentado resolver dilemas -personales y colectivos- y por supuesto que la realidad muchas veces nos rebasa.
 
La columna #Lenguantes nos ha hecho permanecer activas y vinculadas, nos llena de esperanza saber que la indignación no sólo la vivimos nosotras, nos ha permitido estar en contacto con otras voces este año tan ingrato para las mujeres del país y en general de Latinoamérica y el Caribe. Agradecemos sabernos tejiendo con otras.
 
El tiempo generalmente nos rebasa y hemos intentado alcanzarlo y aunque el debate podría desencadenar reflexiones más profundas y acciones más concretas, la alegría se manifiesta en el corazón cuando sabemos que si tocan a una, nos tocan a todas. Que aún con las diferencias que manifestamos entre nosotras, vivimos el feminismo de diferentes maneras, hemos sostenido un espacio de diálogo, de encuentro, y de reflexión que nos han sostenido.
 
Aunque quisiéramos que así fuera, no creemos que la realidad del próximo año diste mucho de lo que ahora nos impacta, y en caso de que lo haga, tampoco creemos que sea para que la vida de las mujeres se nombre desde otros lados, desde la dignidad, por ejemplo. Sin embargo, sí creemos en la posibilidad de multiplicar nuestra voz, porque desde un #24A hasta ahora, nos hemos ido encontrando con más, también nombrado nuestras distancias y diferencias.
 
Asumimos el compromiso de organizar nuestra vida para seguir produciendo, pues el camino hasta acá ha sido largo, complejo y sí: lo nombramos como un ejercicio de resistencia feminista personal y colectivo.
 
*Las Punto Género son comunicadoras feministas.
 
Twitter: @laspuntogenero
 
16/LPG/AMS/LGL

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Este texto es traducción y adaptación de mi colaboración con Audra Williams y Lia Kiessling para la campaña #ShineTheLight, originalmente publicada en inglés por Internet Society. Me permito retomarlo en Lenguantes porque celebra a una tecnóloga clave en mi proceso feminista (y en los de muchas compañeras de nuestro círculo) que merece estar más seguido bajo los reflectores.
 
Tengo amigas increíbles, pero Erika está en otra galaxia. Durante décadas, ha trabajado para crear una internet en la que las mujeres puedan existir y expresarse de manera segura, ejercer su derecho a la privacidad y vivir sexualidades sanas y felices. Erika quiere ver que las tecnologías sean usadas para darles voz a todas y oportunidades para ser escuchadas; no para oprimir y concentrar poder sobre unas pocas.
 
Éstas son las razones por las que hoy la quiero ver bajo los reflectores (o #shinethelight on her, como diríamos en la campaña en inglés para la cual cuento su historia).
 
Desde los noventa, Erika ha trabajado sin cesar para erradicar la violencia de género en las TIC, y para cerrar la brecha entre sociedad civil e internet. Vivimos en estados distintos, así que sólo nos podemos ver las caras cuando damos talleres juntas… pero siempre estamos en contacto online. Soy muy afortunada de tenerla tan cerca como amiga y mentora a pesar de todas sus ocupaciones y de los kilómetros de distancia entre nosotras.
 
Nos conocimos por correo electrónico en 2012 a través de una amiga que hice en una pasantía. Acordamos hacer una llamada en Skype… y terminamos hablando durante dos horas en esa llamada. Su inteligencia fuera de proporción, su empatía, su personalidad efervescente (en el más alegre de los sentidos) fueron evidentes a pesar de las pausas en Skype, y yo me enamoré de ella inmediatamente. Unos meses después, hicimos nuestro primer taller juntas, y hemos colaborado desde entonces.
 
Crecí con mujeres, en espacios exclusivos de mujeres; tuve profesoras feministas en la universidad. Siempre tuve empatía para las conversaciones de género, pero yo nunca me atreví a identificarme feminista… sino hasta que participé en un taller de una semana que organizó Erika para organizaciones que defienden los derechos de las mujeres. Ésa era la experiencia que necesitaba para darme cuenta de que uno de los lentes que necesitaba yo para mi trabajo era el feminismo, y se la debo totalmente a ella. Erika es una capacitadora de TIC para el cambio que trabaja para incluir la perspectiva de género en todo lo que hace: desde la promoción del pensamiento crítico sobre los roles de género en la tecnología hasta la construcción de espacios seguros en talleres.
 
Este trabajo puede ser muy demandante, y siempre me impresiona la manera en que Erika mantiene su empatía, creatividad y apego a sus ideales a través de cada proceso. Conforme las y los activistas maduran, su análisis se vuelve más matizado, pero también se vuelven más sobrios y pueden romper su apego más fácilmente. Yo nunca he percibido esto en Erika, a pesar de que lleva décadas trabajando en este campo. Su análisis se enriquece, pero su empatía jamás flaquea, ni su creencia en la posibilidad de hacer el mundo que queremos ver. Literalmente no conozco a alguien más entregada a esta causa que ella.
 
Pero lo que aprecio más es que, aunque tiene más experiencia que prácticamente todas las personas que trabajan en este campo (vamos, ¡ella empezó a trabajar en esto mientras yo seguía aprendiendo a leer!), siempre me trata no como aprendiz o como chavita, sino como amiga y colaboradora.
 
Ella es la experta, pero siempre es considerada y busca distribuir su poder (y poner bajo los reflectores) a otras personas. Ojalá más de nosotras hiciéramos lo mismo.
 
¿Qué tecnóloga te inspira a ti? Es hora de ponerla bajo los reflectores. Comparte tus historias en redes sociales usando el hashtag #ShineTheLight.
 
*Mariel García Montes es comunicadora y “hippy” (“chaira”, “activistoide”) en temas de TIC para el cambio social con jóvenes y activistas. Ya no es tan joven, pero cada vez es más feminista, y quiere aprender de y con mujeres que así se identifiquen. Tuitea (mucho) en @faeriedevilish y postea en www.faeriedevilish.com.
 
16/MGM/LGL

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Me llamo Mariel, soy feminista y sólo me tomó 23 años quitarme ese vicio de decir “creo en la igualdad de género; no en el feminismo”.
 
Un día desperté feminista después de mi primer taller de mujeres, para mujeres, organizado por una de mis ídolas feministas: Erika Smith, de Dominemos la Tecnología. Yo tenía 23 años (hace dos) y una larga trayectoria en la Rabia Feminista (a la que ahora me referiré como RF). Recuerdo que mi primer episodio de RF fue antes de los 10 años:
 
“Las niñas como tú tienen que saber cómo lavar los platos”. “¿Y mi hermano? ¿Por qué él no?”. “Porque él no es una niña”.
 
Mi abuela, sin saberlo, me regaló el primer momento de RF que hoy puedo recordar. ¿Cómo es que, a finales del siglo XX, las niñas siguiéramos viviendo en absurdos como ése? Así eran las cosas y ya, decía ella.
 
No es que en esos 23 años me faltara exposición al lado académico: hice no pocas lecturas sobre igualdad con profesoras feministas en el colegio de Filosofía. Fui la feminista, sin saberlo, en muchas discusiones entre filósofos (porque, si hay machirrines, vaya que son los filósofos).
 
Tampoco me faltó estar expuesta al Zeitgeist de la conciencia social, si es que eso existe: desde adolescente fui voluntaria en iniciativas chairas varias, muchas veces al lado de mujeres activistas.
 
¿Por qué me tomó tanto tiempo, entonces, despertar? Creo que, en mi caso, lo que había hecho falta era un espacio donde la RF, los retos y la inspiración fueran compartidos, y donde se hablara abiertamente de las dificultades que todas enfrentaban por ser mujeres defendiendo a mujeres. Suena a algo simple, pero nunca lo viví antes de ir a un espacio de mujeres.
 
Entre tantas historias de sufrimiento de víctimas y de mujeres que trabajaban con víctimas, no había necesidad, ni espacio, para los “pero es que los hombres también son víctimas de violencia de género”, o los “las mujeres usan las acusaciones de violación para joder a los hombres”.
 
Lo más interesante, y tal vez contrario a lo que imaginan las y los no-feministas al enterarse de que existen espacios exclusivamente de mujeres (que, por lo que expresan, ha de ser la imagen de un grupo de brujas quemando penes arrancados de hombres aleatorios cazados en la calle), en ese espacio vi también por primera vez apoyo que, hasta la fecha, no he visto en contextos no feministas. Después aprendí que es a eso lo que le llamamos “sororidad”.
 
Hay causas en las que la comunión surge por el interés en una causa y ya. Pero, en mi experiencia, a las feministas nos une mucho más que eso. Nos une la genuina RF que pueden suscitar los chistes misóginos. La incapacidad de ignorar el feminicidio en potencia visible (al parecer, sólo a nosotras) en simples interacciones diarias.
 
Las ganas de hacer que la tierra trague a las y los interlocutores que quieren que, por enésima vez, escuchemos que “el feminismo no es igualitario”, o “el lenguaje incluyente es gramaticalmente incorrecto”.
 
Creo que esas emociones dentro de las causas feministas en específico vienen de nuestro despertar como feministas, no sólo como mujeres a favor de la igualdad de género. No importa que unas seamos chairas y otras más bien sean académicas, ni que unas sean lesbianas y otras sean hetero: es lo que implica ese despertar lo que nos pone del mismo lado.
 
Cuando regresé del taller que produjo mi despertar, fue mi abuela quien me preguntó cómo me había ido. Entre lágrimas mías y preocupaciones de ella, empezaron a brotar las historias de violencia que había tragado durante una semana entera. ¿Cómo es que, a inicios del siglo XXI, las mujeres sigamos viviendo absurdos como ésos?
 
Esta vez, no me dijo que así eran las cosas y ya. Y es que no sé si yo viviré para ver su despertar, pero ella sí vivió para ver el mío. Unos años tarde, pero, gramo a gramo, con la misma cantidad de RF de ese primer episodio.
 
Quiero que, mientras viva, mi feminismo sea más que un despertar; que sea aprendizaje y construcción en sororidad. Y es por eso que mi propósito feminista este año (porque todavía estamos en época de propósitos) es recordar que toda mujer no-feminista es una feminista en potencia.
 
Sólo necesita un despertar. Está bien: también un poco de RF.
 
Twitter: @faeriedevilish
 
*Mariel García Montes es comunicadora y “hippy” (“chaira”, “activistoide”) en temas de TIC para el cambio social con jóvenes y activistas. Ya no es tan joven, pero cada vez es más feminista, y quiere aprender de y con mujeres que así se identifiquen.
 
**Lenguantes es una columna semanal escrita por jóvenes feministas. Cuatro plumas, voces, lenguas se unen para compartir reflexiones desde su ser joven y feminista. #Lenguantes.
 
16/MGM/RMB

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¡Adiós 2015! Me despido del año haciendo una revisión de mis dolorcitos en el cuello por leer las notas de los periódicos virtuales donde la violencia machista es normalizada, por ver cómo los casos de feminicidio se presentan como muertes espontáneas (“Muere mujer en una discusión”, “Amanece muerta” y el largo etcétera de lamentables encabezados) y por la carga de rabia que me guardo en la mochila cada vez que confronto el acoso callejero, entre otras aventuras a las que me obliga la violencia machista. Recientemente me pasa con mayor frecuencia que, al señalar estas cuestiones en mis espacios cotidianos como la escuela y otros círculos, siento un poco de rechazo y de pronto es como si me echara una culpita a la espalda, y luego otra, y luego otra, hasta que tengo un dolorcito en el cuello que me dura dos días.
 
Llego así a este cambio de año, regalándome un auto-masaje en el cuello y preguntándome si acaso estaré siendo muy incorrecta al nombrar los tipos y modalidades de la violencia machista, o si debería dejar de ver una intersección entre las violencias de clase, raza y género cada vez que escucho un chiste del que todo el grupo con el que convivo se ríe. Cuando trato de recordar cómo era señalar de un chiste la falta de gracia y contenido violento sin ser “la feminazi” del grupo, me parece que no era tan distinto. Igual no me reía.
 
(¿Debería?)
 
Por pura curiosidad de las experiencias ajenas, decidí abrir una pregunta al estilo de los foros de internet en mi perfil de facebook.
 
La pregunta saltó a mi cabeza sin que yo imaginara las coincidencias que íbamos a tener muchas chicas y yo cuando fuimos describiendo cómo reaccionaba la gente a nuestro alrededor cuando nos asumíamos feministas. Incendios por doquier. Decir que eres feminista en un país donde la violencia hacia las niñas, mujeres y corporalidades fuera de las de la categoría de El Hombre es tan normalizada provoca un montón de incendios, y cuando leí a las compañeras relatando con ironía lo que hace muchos años nos hubiera dado miedo vivir, me descubrí entre un mar de fueguitos de esos que, decía Galeano, arden la vida con tantas ganas, que no se puede mirarlos sin parpadear.
 
Las chicas que responden a mi pregunta cuentan sobre los incendios que van provocando en sus escuelas, en sus trabajos, en sus familias. Me cuesta trabajo entender cómo es que cuando se está hablando de derechos de las mujeres, de derechos humanos, los grupos o personas puedan reaccionar con indirectas en salones de clase, gritos en los pasillos de la universidad, fiscalización del tono, segregación en los espacios cotidianos o miradas burlonas y reprobatorias en la oficina. Cómo es que los amigos pueden alejarse por eso, y las familias desconcertarse. Sucede, supongo, que es sólo que a algunas personas no les gusta ver el estado de las cosas arder.
 
La vocación incendiaria es un síntoma de las personas que viven sus emociones, sus alegrías o tristezas sin pretextos, y este sistema se ha encargado de mantenernos anestesiadas casi todo el tiempo. Y de ponernos culpables cuando no estamos anestesiadas. Y de matarnos cuando no estamos en culpa. Quizá sea que desde muy pequeñas nos enseñaron que la anestesia no nos es suficiente nunca, porque sólo así nos olvidaremos de arder.
 
Al leer las respuestas de tantas mujeres, leo entre líneas cómo los sentimientos de goce y dolor están a flor de piel. Es vida la que siento aquí, conmigo, transformándome, después de pasar por las almas y cuerpos de un montón de mujeres que se saben fuego.
 
Antes, tal vez, nos asustarían las respuestas ante la declaratoria: soy feminista, pero hoy la sabemos de memoria: ¿Cómo que feminista? Te vas a quedar sola. Malcogida. Yo la verdad prefiero la igualdad. Yo no entiendo por qué te etiquetas. El feminismo es lo opuesto al machismo. Quieres llamar la atención. Estás bien loquita. Todos somos seres humanos. Cuando te cases me cuentas. Paquita la del Barrio. Las feministas son odia-hombres. Las primeras machistas son las mujeres. No aguantas un garrafón. A las mujeres les dan dos vagones en el metro, ¿eso no es sexismo? Es que estás amargada. No has encontrado al que te sepa querer ¿Pues qué te hicieron de chiquita? Feminazi. 
 
¿Qué es lo que hace una feminista, que genera esos incendios a su alrededor? Básicamente, defiende los derechos humanos y visibiliza cómo las niñas y las mujeres enfrentan violencias particulares por su condición de clase, raza y género. Seguro que quienes se asustaron de que en pleno 2015 existan feministas estarán poco alegres de que este año una feminista se les cuele en el salón de clases, en la fiesta del viernes o (peor) en la oficina, y querrán hacerle creer a las chicas que intuyen sus fueguitos, la necesidad forzada de la anestesia, a la cual, probablemente, otras se aferren gritando los clásicos de ayer y hoy: “Yo no estoy oprimida” y “Yo no soy como las demás”. Eso no es asunto de este texto, sino comunicarle a las que arden que estamos aquí, una cadena ancestral de fuego y dignidad, para recibirlas y encontrarlas y discutir y analizarnos juntas.
 
Y sobre todo, sepan las que sienten la vida arder que eso de ¿Cómo que feminista? Se responde desde tantos estilos, que da gusto leerlas así, al fuego. Desde este ser feminista como que quema, como que quemo, como que ardo la vida. Feminista como cuando necesitas explicarte el mundo desde tu propia persona, como cuando quieres ver justicia, o salir a caminar sin miedo por la noche en tu barrio. Feminista como cuando quieres bailar reggaetón o escuchar a Pink Floyd sin que eso te haga más o menos que las demás personas. Feminista como que quieres decidir cuántas hijas o hijos tener, o si quieres o no tenerlos, o si quieres o no seguir embarazada.
 
Feminista como que quieres poder emborracharte sin que eso implique que alguien se aprovechara de ti sexualmente, o como que decides no emborracharte nunca. Feminista como que amas hondamente a tu amiga de la infancia, a la de la pubertad y a la de la oficina. Feminista como cuando no crees que ninguna persona con un título universitario pueda tratarte mal si tú no tienes el certificado de la prepa, o como que tienes el derecho, si lo deseas, de tener ese certificado y todos los títulos que quieras. Feminista como que quema, como que quieres vestirte como se te da la gana porque te gustas de cualquier manera.
 
Como que no quieres competir con las otras chicas por el chico malo del salón, o como que ni te gustan los chicos. Como que te gustan las chicas, o las chicas y los chicos a la vez, o sólo ellos, o sólo ellas, o los que no son ninguno de los dos o sólo una persona en el mundo. Feminista como que tu experiencia en el mundo es válida para explicarte ese mundo a ti misma, como que deseas saber más, pero sabiendo que tu voz vale lo mismo que las demás, aunque de pronto cause incendios.
 
Feliz año nuevo.
Y gracias por el fuego.
 
*Cynthia Híjar Juárez es educadora popular feminista. Actualmente realiza estudios sobre creación e investigación dancística en el Centro de Investigación Coreográfica del Instituto Nacional de Bellas Artes.
 
Lenguantes es una columna semanal escrita por jóvenes feministas.
 
Tomar la palabra, ejercitar la lengua, gritar y romper el silencio son actos transgresores ante el obligado silencio público de las mujeres.
Cuatro plumas, voces, lenguas se unen para compartir reflexiones desde su ser joven y feminista. #Lenguantes
 
@CynthiaHijar
 
16/CHJ/LGL

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