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Temor al despido, desalienta denuncia de trabajadoras migrantes

Por Guadalupe Cruz Jaimes

Cientos de mujeres mexicanas empleadas en el Programa de Trabajadores Agrícolas Temporales México-Canadá (PTAT), además de enfrentar condiciones de inseguridad en el trabajo, y la falta de acceso a los servicios de salud, sufren violencia, sobre todo sexual, que no denuncian por temor a ser despedidas.

Así lo refirió la investigadora Jenna L. Hennebry, quien de 2008 a 2009 realizó un estudio en Ontario, Canadá, sobre la situación de las y los migrantes temporales, denominado «Entrar bajo su propio riesgo: migrantes mexicanos agrícolas en Canadá», el cual se dio a conocer en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

De acuerdo con la investigación de Hennebry, con base en entrevistas realizadas a 600 migrantes, 90 por ciento de las y los migrantes agrícolas provienen de México, 7 por ciento de Jamaica, y 3 por ciento de Guatemala y Honduras. Las migrantes agrícolas representan cerca del 5 por ciento.

El 15.4 por ciento de las y los trabajadores han tenido algún accidente de trabajo, y 56 por ciento, señaló que en sus centros de trabajo no existe un botiquín médico para atender emergencias.

El estudio también indica que 54.7 por ciento de las y los migrantes agrícolas considera que su trabajo perjudica su salud. Este hecho guarda relación con que en 69 por ciento de los casos las y los empleados no tienen agua limpia en su centro de trabajo, y 71 por ciento no cuenta con sanitarios.

Entre las enfermedades que padecen con frecuencia está la tuberculosis. Los padecimientos más comunes son cansancio, dolor de cabeza, de cuello, y en las piernas.

Las migrantes agrícolas además de laborar bajo condiciones inadecuadas de seguridad e higiene enfrentan problemas de inseguridad y de violencia sexual, señaló Jenna L. Hennebry durante su exposición.

Además, las migrantes, quienes en promedio llevan 7 años trabajando en ese país, tienen dificultades para tener acceso a la salud cuando están embarazadas, pues la mayoría de las veces ocultan su estado para evitar perder su trabajo.

Y es que, para que ellas puedan acudir al servicio médico necesitan que el empleador les tramite su tarjeta de salud, para poder ser atendidas.

En el PTAT cada año laboran cerca de 5 mil migrantes de México, de ellos alrededor de 400 son mujeres.

Ellas viven en las mismas granjas, en condiciones parecidas a los hombres, pero las mujeres tienen más barreras para ejercer sus derechos porque hay una relación de poder entre las migrantes y los granjeros, quienes por ser hombres y canadienses suelen abusar de su condición.

Derivado de ello, se presentan problemas de violencia, sobre todo sexual, por parte de los granjeros y también entre sus compañeros migrantes, ésta última es más común, dijo a Cimacnoticias la investigadora canadiense.

Además, indicó, que hay muchos empleadores que tienen la perspectiva de que las mujeres son más fáciles de controlar. Cabe mencionar que como parte del PTAT, los empleadores pueden elegir el sexo de quienes serán su mano de obra.

Las mujeres que sufren violencia sexual o de otro tipo, por parte de sus superiores o de sus compañeros, «si llaman a la policía, ellos sí van a hacer algo, el problema es que tienen temor de reportarlo por perder su trabajo».

Ese riesgo lo corren si denuncian en Canadá, pero también en el país, señaló a Cimacnoticias la migrante mexicana, Adela Rico Arreola, de 43 años de edad, quien añadió: «si te quejas con el cónsul te dice que aguantes si es que quieres trabajar, porque en México hay una fila de personas esperando».

Mientras que si las migrantes denuncian esta situación ante la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, que es la dependencia mediante la cual las y los migrantes mexicanos pueden trasladarse a Canadá para ocuparse en el campo, la respuesta es: «pues ya no te vas».

CONDICIONES DE TRABAJO

Rico Arreola, quien está en espera de volverse a ir a Canadá por el «espejismo de ganar un cinco más», migró por primera vez en 1989, desde entonces no ha dejado de trabajar en ese país en temporadas que van de 3 a 7 meses al año.

Las jornadas de trabajo rebasan las 13 horas. «Entraba a las 6 de la mañana y salía a las 12 o una de la mañana, en otro trabajábamos de las 6 de la mañana a las 6 o 7 de la noche», mencionó. Sus labores también varían según el empleador, en algunos campos siembran, cortan o empacan frutas y verduras.

Cuando Adela Rico llegó a Canadá le pagaban 5.50 dólares canadienses la hora. Y hasta hace un año, le pagaron 9.50 dólares por hora, el salario mínimo canadiense.

El acceso a los servicios de salud depende también de la benevolencia de los empleadores. «Hay patrones que son buenas gentes y te llevan al doctor y hay otros que no. En mi último trabajo la barrera fue el idioma, el patrón no hablaba ni entendía español, no nos podíamos comunicar», declaró la migrante.

Mientras que fuera del campo, en su lugar de alojamiento le toca compartir habitación con 10 trabajadoras más, «entre cada cama hay medio metro de distancia, y sí es incómodo».

10/GCJ/LR/LGL

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