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Con los sacos y el mundo a cuesta

Por María Suárez Toro

Los titulares de las noticias internacionales dan cuenta que la entrega de alimentos en los 16 centros de acopio establecidos en Puerto Príncipe sólo reciben mujeres. Lo fundamentan en que las autoridades en Haití saben que ellas son menos violentas y porque mediante la distribución a través de ellas se evita que la comida llegue a manos de las redes de especulación.

¡Al fin se reconoce eso! Pero me faltan sus voces. Veo las tomas de televisión y las fotos, pero faltan las voces de «las elegidas» para la tan esperada distribución de alimentos que en las últimas tres semanas desde el sismo no había pasado de una que otra.

Se dieron a conocer unas imágenes en las que cerca del aeropuerto donde desde aviones se lanzaban sacos de comida a quienes la agarraran abajo. Eso se tuvo que parar por presión internacional porque es una violación a los protocolos ya que solamente se puede hacer eso cuando hay conflicto armado abajo.

Busco las voces y las imágenes en vivo. Es domingo 5 de febrero y son las 7 de la mañana en la ciudad. Nos acercamos a la interminable fila de espera en el Cuartel de la Policía de Mont Fleury, un suburbio de Puerto Príncipe.

Están ellas – con hambre, cansancio, dolor, miedo, fuerza, resistencia, esperanza – están en fila. Están los carros de la policía, los cascos azules de las Naciones Unidas y también los taxis y camiones de transporte privado.

Están los hombres de a pie esperando su parte. Están las calles de empinadas cuestas, casi intransitables, llenas de escombros. Están las aceras repletas de tiendas de campaña que albergan a la gente en la noche frente a sus casas.

Salen con las bolsas de 25 kilos de arroz. Les han cobrado 50 grupes por el tiquete para recibir el alimento. En principio no hay quien aguante esa carga en las condiciones en que se encuentran ellas. Pero las cargan. Unas las ponen en el suelo para dividirlas, compartiéndolas con las que llegaron pero no pudieron comprar el tiquete. Otras tienen que pagar los exagerados costos de los taxis que ya han especulado con el transporte y la gasolina. Otras pasan aligerando el paso entre los grupos de hombres que deambulan y se concentran a los lados. Se me pierden todas de vista.

Más tarde Imelda de Petion Ville me aclara. «Mi comunidad no ha ido a buscar los alimentos. O viene a las comunidades donde estamos o no los recibimos.»

La vida vale más que un saco de granos, pero el saco de granos es parte necesaria de la vida. No se vale. Y es que ya están los relatos: mujeres golpeadas a quienes les quitaron los sacos camino a sus casas, una mujer muerta por defender su alimento cuando se lo trataron de quitar, sacos saqueados de sus hombros y manos quebradas.

La lista de narrativas se hace interminable. Ellas han sido las que han pagado los platos rotos y vacíos de alimento porque no se les ha garantizado una entrega acorde con sus necesidades integrales y su liderazgo en sus comunidades.

En las políticas públicas, la línea que distingue entre usar a las mujeres o empoderarlas desde sus derechos es muy fina… pero es bien clara.

10/MST/LR/LGL

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