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Estampas: un Haití que se levanta

Por la Redacción

Es reconocido que las mujeres – especialmente en los países más pobres y Haití está entre ellos – viven en una profunda situación de desigualdad y de marginación, al tiempo que sus necesidades son invisibilizadas y casi nunca satisfechas.

Esta situación – como ha sido ya reconocida también por organismos internacionales, movimientos feministas y de mujeres – empeora durante los momentos de emergencia y de desastres. De igual manera, es también reconocido que cuando los recursos y apoyos se ponen en manos de las mujeres y sus organizaciones, éstos llegan a quienes más los necesitan, al tiempo que son mejor administrados y utilizados.

A solicitud de las compañeras haitianas, este Campamento tiene como prioridades inmediatas: Abogar, incidir y monitorear para que las necesidades específicas de las mujeres y las niñas se incorporen en las agendas multilaterales y bilaterales de ayuda a la población.

Apoyar los esfuerzos de las organizaciones de mujeres haitianas y latinoamericanas para incidir en políticas públicas nacionales e internacionales sobre mitigación y reconstrucción, y en el caso de Haití, de refundación de su Estado, gobierno y sociedad civil, conforme lo planteen las haitianas, recogiendo la experiencia de las organizaciones de las mujeres en la región en otros casos de desastres.

Aportar, junto con las compañeras haitianas, al diseño de políticas públicas que tomen en cuenta necesidades que han surgido con el terremoto natural y social que ha devastado ese país, especialmente en lo referente a discapacidad (incrementada en un porcentaje ni siquiera detectable en este momento), traumatología emocional generalizada, violencia de género y salud sexual y reproductiva.

Apoyar la recuperación de la memoria histórica del movimiento feminista y de mujeres de Haití. Acompañar los procesos de duelo y dar apoyo sicológico para afrontar los diferentes efectos y consecuencias de los daños y pérdidas.

Reforzar la continuidad del Ministerio de la Mujer y de las instituciones del gobierno de Haití responsables de velar por los derechos de las mujeres.
Eso se hace en todos lados y le llamamos campamento porque es el nombre que le han dado las haitianas y haitianos a su desplazamiento colectivo para construir comunidad en crisis.

Y para el movimiento feminista, esta es una buena experiencia para renovar nuestras estrategias, son tiempos líquidos que requieren liviandad y flexibilidad también.

UN POST PARTO ASISTIDO EN CALLES DE PUERTO PRÍNCIPE

El bebé de Crista nació el 30 de enero a la orilla de una acera transitada en un suburbio de la ciudad. Nació como quedó Haití unas semanas antes, sin nada más que una sábana, aunque Carlitos tuvo la inmensa suerte de contar con padre y madre.

Vino al mundo en medio del caos más profundo de cualquier país que hayamos conocido en la historia moderna: pobre, destruido, sin estado, sin gobierno, con las instituciones y sus servicios colapsados. Pero Carlos es el más reciente de los «nosotros» de los que hablaba Lise Marie Dejean de Sopha cuando un periodista le preguntó qué quedaba en Haití.

Su nacimiento es un milagro de la naturaleza, del cuerpo de las mujeres levantándose por encima de sus limitaciones para dar vida cuando quiere. Es su primogénito y lo ha pulseado. Y no es sólo que lo trajo al mundo, a la intemperie en medio de nada, y sin ayuda de nadie, sino que lo que no me explico, no me explicaré nunca es cómo esa mujer, enyesada desde el dedo gordo del pie derecho hasta debajo de la axila del mismo lado, pudo parir esa sana y saludable criaturita.

Así con la cadera y la pierna quebradas y recientemente inmovilizadas en un hospital de campaña, había sido dada de alta cuando al fin la pudieron atender de sus quebraduras del terremoto.

Ese mismo día llamó desesperadamente a Silvie por celular la señora Mártin. Ella trabaja en una de las clínicas epidemiológicas del famoso Dr. Pape y es su nuera.

Por el teléfono pegaba gritos de la desesperación pues ella misma mientras atendía en la clínica donde el día antes habíamos llevado unas carpas de la solidaridad feminista para proteger el improvisado laboratorio a la intemperie de una de las clínicas de Pape y otras dos para poder atender pacientes adentro garantizándoles algún nivel de privacidad. «Parió a la vista de toda la gente, sin nada, y nadie sabe qué hacer pues no hay nada, por favor tráiganle una carpa.»

Ya no nos quedaba ninguna luego de las entregas al campamento de salud en Leogran, las del orfanato de niños que también dormían hasta ese momento bajo el firmamento y las entregas a la clínica de Pape.

Inmediatamente nos abogamos unos a buscar cómo improvisar una cama y algunos recursos para el post parto entre lo que habíamos traído de la solidaridad Puerto Rico y otros a llamar a ver si localizábamos una carpa.

Armamos algo útil entre todo lo que nos quedaba: un saco de basura abierto para poder separar lo que hiciéramos de cama del suelo en la calle donde la encontráramos, un saco de dormir de colchón, una cobija para cubrirse ella y arropar su criaturita y otra para improvisar un techo porque ya no quedaban carpas.

Preparamos una bolsa con pañales desechables para bebé de dos años, que es lo que teníamos – partidos en dos alcanza el doble de días – pensamos. Metimos un tarro de handy wipes esterilizados y una botella de ese milagroso jabón líquido que se desaparece entre las manos. Nos quedaba una de esas linternas de cuerda. Colocamos dos grandes botellas de agua y leche el polvo para ella y cinco barras de chocolate y nueces que habíamos llevado para no consumir los escasos recursos en la ciudad.

Nos montamos en el carro de Silvie y nos fuimos a buscar a Crista. La encontramos ya en uno de esos campamentos de sábanas, en un pequeño parqueo del lugar donde había parido. Tenía una sábana por techo y un colchón que le habían prestado. Su bebé estaba siendo arrullado por una vecina del campamento mientras ella permanecía acostada y aferrada a sus pocas pertenencias y Rigo, su compañero y padre del niño, permanecía fuera de la carpa, aterrado.

Afuera la diminuta señora Mártin pegaba gritos a cuatro grandes hombres llenos de cadenas de oro en sus cuellos que le contestaban cada vez más fuerte. Mientras ellos arreciaban sus voces, mas fiera se volvía ella.

Todo transcurría en cróele así es que poco entendíamos los que veníamos de afuera. Hacía tiempos no veía una mujer convertida en fiera para defender a otra. Supimos que los hombres habían llegado a pedir que les entregaran los pocos recursos que le habían conseguido las mujeres a Crista, pues ellos eran los administradores del campamento, por lo cual dispondrían cómo distribuir lo que llegara.

Mártin había sacado sus garras en defensa de que los bienes quedarán en el lugar donde correspondían, aunque sabía que había otras mujeres y sus crías que necesitaban ayuda. Allí, a 19 días del terremoto, no había llegado nada todavía.

A fin de cuentas y luego del escarmiento, Crista se quedó con el paquete nuestro y lo que le había conseguido su nueva comunidad. Por respeto a su intimidad no le tomamos fotos. Pero la imagen del yeso de pie a brazo nunca la olvidaremos y siempre nos preguntaremos cómo parió Crista.

Mandamos a llamar a Rigo, le pusimos su bebé en brazos y le pedimos que fuera un buen compañero y un buen papá para su hijo.
10/MST/LR/LGL

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