Inicio Con o sin permiso del marido apoyamos lo que inició AMLO

Con o sin permiso del marido apoyamos lo que inició AMLO

Por Nancy Betán Santana

«No existíamos del todo. Ahora sí», piensa Ángeles, mientras mira sus alrededores a través de los anteojos: las mujeres congregándose, los clamores nacidos de sus gargantas «A-se-sinos, a-se-sinos», ante cada contingente de soldados que pasa cerca del Hemiciclo a Juárez.

¿Cómo se reunieron las mujeres en este movimiento, ya se conocían, le pregunto.

«Si no nos conocíamos, nos conocimos aquí. La lucha de Andrés Manuel nos unió», dice. Sonríe, identifica rostros, figuras, atuendos, y saluda a otras mujeres que, como ella, participan de la inquietud de comunicarse, de la confianza. Son muchas quienes le responden, le ofrecen el asiento en aquel semicírculo de mármol, tocan su mano.

«Nos han devuelto la voluntad, continúa Ángeles. Todas ya somos amigas, cooperamos entre nosotras. Por ejemplo, si alguien no trae su torta, otra más se la lleva».

En 1953, Ángeles había pasado los diez años de edad y en Tabasco López Obrador estaba naciendo. Luego vendría 1968, ambos estaban en la infancia, y 1988. El movimiento de Andrés ha logrado despertar, dice, las emociones de ese año, que luego quedaron dormidas.

Escucha atenta las frases de quienes toman los micrófonos, informan de las próximas acciones respecto al caso de Ana Lilia Pérez, una de las muchas periodistas amedrentadas.

Ángeles asiente cuando ve escrita la oración: «Periodista, escucha, el pueblo está en tu lucha» y la repite.

Cinco años ya desde la primera manifestación con las Adelitas, recuerda Ángeles, 21 desde la primera huella de indignación; casi 41 desde que aquellas «hermosas mentes» fueron asesinadas en Taltelolco.

«Vengo aquí, para encausar el coraje, la frustración contra el gobierno y los medios mentirosos. Por ellos le pasó eso a Ana Lilia», reclama, en alusión a las amenazas de muerte que la reportera ha recibido por denunciar operaciones irregulares en Petróleos Mexicanos (Pemex) y el enriquecimiento de las familias Sahagún y Zaragoza.

Coloca los puños pequeños en sus piernas cerradas y conversa con su tía, quien asiste por primera vez a una asamblea: «Aquí nos vamos a reunir el domingo. Participamos, hablamos. Esto es lo que hacemos».

Ángeles la ha invitado a conocer la lucha, su lucha. Se la explica. Le cuenta también, cuando en las marchas las Adelitas fueron insultadas, señaladas como ignorantes y revoltosas por los hombres.

Para ella, a las mujeres solamente les faltaba una guía. Expresa con su cuerpo delgado el cambio que advierte en la sociedad, en las mujeres que participan en el Movimiento Nacional.

ÉL SÍ NOS PRESTÓ ATENCIÓN

Habla de Andrés Manuel, es «el hombre que a diferencia de otros dirigentes, les prestó la atención que se merecían a las mujeres».

«Somos muchas, y estamos con él, queremos que se cumpla lo que dicta la Constitución. Hay tarea en todos lados y las mujeres acudimos. Estamos comunicadas».

Ángeles no pretende con sus acciones más que reafirmarse ella misma. La mujer, la enfermera, la ciudadana. No busca obtener ningún cargo, por eso ríe al oír a los que desconocen el movimiento y aseguran que todo lo que hacen es por dinero.

Ha modificado su rutina, y con ello, sepultado varias labores domésticas. Pero hoy eso, asegura, es secundario. Tiene el apoyo total de su marido, un músico que conoció en la universidad, y de su hija, una diseñadora industrial.

«Algunas mujeres todavía están esperando a que sus esposos les den permiso. Aquí no; mujeres vienen a las reuniones sin permiso de nadie. Es bonito verlas llegar y decir: «No me dejaron venir, pero aquí estoy. Vine porque quise».

Ángeles sonríe, reconoce rostros, figuras, atuendos, y comienza a despedirse. Son las mismas quienes le responden, le hacen un último comentario al oído, tocan su mano.

— ¿Finalmente, cómo se siente usted aquí?, le digo.

— Me siento libre.

09/NB/LAG/GG

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