Inicio A 10 años de la huelga en la UNAM, persiste defensa de gratuidad

A 10 años de la huelga en la UNAM, persiste defensa de gratuidad

Por Argel Pineda Meléndez*

Ser Cultos para Ser Libres
José Martí
(lema del Comité de
Huelga de la FCPyS)

México DF, 21 abril 09 (CIMAC).- Diez años ya. Diez años desde aquella madrugada del 20 de abril de 1999, cuando miles de jóvenes estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) izamos en la explanada de la torre de Rectoría, y en 36 escuelas, colegios y facultades, la bandera rojinegra que simbolizó el inicio de la huelga más larga que haya vivido la Máxima Casa de Estudios de este país.

Muchos jóvenes de ese entonces, y muchos de los de ahora, nos iniciamos actividades diversas para conmemorar y reivindicar la lucha emprendida en 1999 por el Consejo General de Huelga (CGH), órgano máximo de deliberación y decisión de los estudiantes que combatimos contra el proyecto neoliberal de privatizar la educación universitaria, defendiendo el carácter público y gratuito de la Máxima Casa de Estudios.

Pero parece que, a pesar del tiempo transcurrido, la sociedad mexicana no ha alcanzado a comprender aún la magnitud del conflicto de ese entonces y la importancia que tuvo la lucha de esa generación de jóvenes universitarios. Son pocos los sectores sociales que valoran realmente la labor del movimiento estudiantil de 1999-2000.

No ocurre lo mismo con el movimiento de 1968, el cual ha sido, en las últimas fechas, reconocido por los propios funcionarios de la UNAM y del Instituto Politécnico Nacional (IPN), así como por varios integrantes de la llamada «clase política» (gobernantes y miembros de partidos políticos de la izquierda oficial), aunque ese reconocimiento se limita a los actos ceremoniales, y no trasciende hacia la reivindicación de las demandas históricas del movimiento de ese entonces, principalmente la referente al castigo a los responsables de la masacre del 2 octubre de ese año.

A nivel federal, la derecha gobernante y el servil poder judicial continúan con la estrategia histórica de defender a los asesinos del pasado.

Pero si el movimiento estudiantil de 1968 ya es reconocido al menos por la izquierda oficial (pues algunos de sus miembros fueron parte de aquél), ni siquiera ésta reconoce la lucha del movimiento de 1999-2000. A éste se le prefiere relegar y catalogar como un motín de pseudo estudiantes, cuando no de un acto delincuencial en contra de la Universidad. Y es que si los referentes para conocer el movimiento de hace 10 años se limitan a los ofrecidos en ese entonces por los medios de información masiva, es muy difícil que la sociedad comprenda y valore su lucha, y más aún que la reivindique.

LAS RAZONES

Lo primeramente necesario es recordar las razones por las que decenas de miles de estudiantes de la UNAM se levantaron contra los órganos de gobierno de la institución, primero, y defendieron su Universidad contra los ataques del Estado mismo y sus aliados, después.

Luego es preciso conocer y comprender el proceso de huelga y sus consecuencias. Lejos de ser una simple revuelta de estudiantes que querían seguir pagando veinte centavos por su inscripción a la Universidad, se trató de un movimiento que entendió y asumió la tarea de defender, con la huelga como último recurso ante la negativa de la rectoría a debatir públicamente sus demandas, el carácter público y gratuito de la Universidad más grande de América Latina, y los principios científicos y humanísticos de la educación que en ella se imparte, amenazados por las directrices capitalistas que ordenan, a escala mundial, desmantelar a las instituciones públicas, y en este caso particular, a las educativas.

Durante los casi 10 meses que duró la huelga, los estudiantes universitarios tuvieron que resistir los embates de un enemigo que estaba compuesto por el Estado mexicano, la rectoría y los poderes fácticos del país, quienes pusieron a prueba la más sucia estrategia para acabar con la insurgencia estudiantil.

Golpizas por policías y porros (golpeadores a sueldo), secuestros, torturas, agresiones sexuales, detenciones arbitrarias y encarcelamiento, fueron los métodos empleados por los gobiernos del país. Pero los llamados poderes fácticos (partidos políticos oficiales –todos-, élite empresarial, medios de información masiva, alto clero, e intelectuales y académicos serviles al Estado) también formaron parte de la santa alianza que buscaba a toda costa exterminar al movimiento universitario.

Mención especial merece la campaña de calumnias y difamación operada por las cadenas televisoras nacionales, las estaciones de radio y la prensa escrita, que contribuyeron decisivamente a construir una imagen distorsionada del CGH, convirtiéndolo, a los ojos de buena parte de la sociedad mexicana, de un movimiento reivindicador del derecho a la educación pública y gratuita, en un grupúsculo de delincuentes que tenían «secuestrada» a la Universidad.

El alargamiento del conflicto se presentó, a través de estos medios, no como resultado de la cerrazón de rectoría para discutir y resolver las demandas estudiantiles, sino como muestra de la «necedad» del movimiento por continuar con una huelga «sin razón».

A pesar del incumplimiento por parte de la rectoría a los acuerdos firmados con el CGH en diciembre de 1999 en la mesa de diálogo, y a pesar aún del rompimiento de la huelga por el Estado, con la irrupción de miles de efectivos militares vestidos de policías, en febrero de 2000, las demandas estudiantiles contenidas en su pliego petitorio (en particular la referente a la realización de un Congreso que reconstituyera a la Universidad partiendo de su reconocimiento como una institución pública, gratuita, laica, científica y humanística) centraron el debate social en la educación pública y en los problemas que enfrenta dentro del sistema capitalista en un país dependiente como el nuestro.

Los años posteriores han sido difíciles para el movimiento estudiantil en la UNAM. Tanto los golpes asestados por la rectoría y el Estado, como sus mismas contradicciones internas, han mermado su capacidad organizativa y lo han reducido a pequeñas expresiones de activismo en determinadas escuelas.

Sin embargo, eso no significa que el movimiento del CGH no haya tenido alcances importantes. No sólo continuó la movilización emprendida en 1986 por el movimiento del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) que logró contener (hasta la actualidad) el proyecto por privatizar la educación universitaria sino que se convirtió en un referente obligado para movimientos progresistas posteriores. Varias luchas sociales en México durante los últimos 10 años han retomado la experiencia de los estudiantes universitarios de 1999-2000, quienes demostraron que es posible luchar contra el neoliberalismo de manera colectiva y organizada, para defender los derechos y libertades del pueblo, pues en este caso es el pueblo mexicano el que sostiene a la Universidad y al cual ella se debe.

No creo que tengan que pasar cuarenta años para que el movimiento del CGH sea reconocido y valorado socialmente en su verdadera dimensión histórica. Quienes pertenecimos a aquella generación, junto con los estudiantes que hoy se enfrentan a los nuevos y velados intentos por privatizar la Universidad, tenemos la responsabilidad de hacer un balance de nuestra lucha y de su continuidad.

La tarea que le toca a la sociedad mexicana es la de juzgar a los movimientos sociales, como el del CGH, a la luz del conocimiento basado en el estudio de la historia, y no en las mentiras de la televisión. Un juicio fundado en la comprensión de los acontecimientos históricos, llevará al pueblo mexicano a adquirir mayores herramientas para transformar su realidad.

Hoy conmemoramos 10 años del inicio de la huelga que combatió al neoliberalismo en la UNAM, pero el neoliberalismo está en todas partes, y aún no ha sido derrotado. Nuevas formas de lucha, retomando experiencias previas como la lucha estudiantil de hace un decenio, lograrán tan ansiado objetivo.

* Ex integrante del Consejo General de Huelga.

09/APM/GG

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