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A 34 años de la muerte de Rosario Castellanos

Por Rosalina Nicolat

Y cuando yo muera, dadme la muerte que me falta
Y no me recordéis
No recordéis mi nombre hasta que el aire sea
Transparente otra vez
Rosario Castellanos

México DF, 8 agosto 08 (CIMAC).- Ayer se cumplieron 34 años de la muerte de Rosario Castellanos (Ciudad de México, 25 de mayo de 1925-Tel Aviv, Israel, 7 de agosto de 1974).

Murió electrocutada al enchufar una lámpara en la Embajada de México en Israel. A 34 años de distancia, su muerte nunca fue aclarada.

La vida y la obra de Rosario Castellanos se ha convertido en un manantial inagotable de artículos, ensayos, libros, tesis profesionales, congresos nacionales e internacionales dedicados exclusivamente a su vida y obra, que forman una dualidad indisoluble.

Se han publicado cuatro libros póstumos de la escritora chiapaneca: El uso de la palabra, crónicas publicadas originalmente en el periódico Excélsior, 1974; El mar y sus pescaditos, ensayos sobre literatura universal, 1975; Río de iniciación, novela, 1992, editado por Sealtiel Alatriste bajo el sello de Alfaguara y que creó una gran controversia porque en vida Castellanos había decidido no publicarla, y Cartas a Ricardo, 1996, publicado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, con un prólogo de Elena Poniatowska.

Este último epistolario también disgustó a más de tres, pues consideraron que era un epistolario privado y que sus familiares habían tomado una decisión equivocada al publicarlo, pues creyeron que lo hacían más por el beneficio económico que por su importancia literaria.

Ahora, con el pretexto de su aniversario luctuoso, quiero hablar de uno de los temas preferidos en la obra de Rosario: la Muerte.

La muerte como fin de la vida, y a quien se espera con nostalgia:

Ya está cerca; mis ojos la adivinan,
Mis brazos se abren ya para estrecharla,
Y el alma al presentir su maravilla,
Llena de regocijo, sueña y canta.

La muerte en su versión de suicidio también está presente. En «Privilegio del suicida», leemos:

(Mientras el otro, sin amarraduras,
Alcanza la inocencia del agua, las esencias
Simplísimas del aire
Y, materia fundida en la materia
Como flamante en brazos del amor,
Se concilia con el universo).

Desde su muerte, siempre existió la duda si había sido verdaderamente una muerte accidental o por suicidio. Buscando bibliohemerografía sobre el asunto, encontré una reseña hecha por Ángel Trejo a una ponencia de la periodista mexicana Ana Lilia Pérez Mendoza.

De su ponencia, «Nuestros años con Rosario», que es un extracto de una investigación bibliográfica de más de cien cuartillas, Ángel Trejo cita:

«Acerca de este suceso (su muerte) sin esclarecer y envuelto aún en el misterio, Pérez Mendoza consideró probable la versión extra-oficial de que en realidad Rosario Castellanos murió por suicidio, toda vez que había intentado fallidamente éste en 1963 y 1964. Pero de igual manera estimó factible su electrocución accidental e incluso un posible asesinato de carácter político».

En «Accidente», que algunos de sus conocedores consideran como un poema profético de su muerte, escribe:

No, no temí la pira que me consumiría
Sino el cerillo mal prendido y esta
Ampolla que entorpece la mano con que escribo.

Ana Lilia Pérez Mendoza, queriendo apoyar su tesis de suicidio, cita un testimonio de Raúl Castellanos, medio hermano de la escritora:
«El general Castellanos la recuerda muy estudiosa, inteligente y tristona de niña, especialmente a partir del día en que escuchó a su padre decir que hubiera preferido que muriera ella y no su hijo (Mario) Benjamín, a quien aquél y su esposa prodigaron más afecto que a la futura poeta».

En este otro fragmento de «Dos poemas», aparece la muerte como símil de la Nada:

Si muriera esta noche
Sería sólo como abrir la mano,
Como cuando los niños la abren ante su madre
Para mostrarla limpia, de tan vacía.
Nada me llevo. Tuvo sólo un hueco
Que no se colmó nunca. Tuve arena
Resbalando en mis dedos. Tuve un gesto
Crispado y terso. Todo lo he perdido.

A pesar de todo, la tesis del probable suicidio se ha sostenido durante 34 años. Una de sus mejores amigas «Dolores Castro, su amiga de siempre, poeta como ella, dijo que le dolía pensar que Rosario hubiera incurrido en suicidio, aunque no creía en ello».

Sin embargo –señala Ana Lilia Pérez–, su muerte ocurrió en un periodo particularmente doloroso porque su hijo Gabriel había vuelto a México y recientemente le había llegado el dictamen de su divorcio de Ricardo Guerra. Se hallaba sola en Israel y la soledad no le gustaba.

Contrastando con la situación depresiva en que se encontraba –explica Pérez Mendoza— la autora de Balún Canán, en plena madurez como escritora polifacética, tenía todos los reconocimientos posibles en México e Iberoamérica, daba clases en la Universidad de Jerusalem y su encargo diplomático en Israel era de hecho un homenaje oficial del Estado a su nombradía literaria.

El argumento anterior lo utilizan quienes apoyan la tesis de «muerte accidental», pues dicen que nunca como entonces su carrera literaria pasaba por mejor momento, puesto que poco antes de morir había firmado contratos de traducción de sus obras al inglés, al francés y al hebreo.

En realidad la duda sobre el verdadero motivo de su muerte es la única certeza que tenemos.

En «Pequeña crónica», nos dice la autora:

Y la vena
–mía o de otra ¿qué más da?— en que el tajo
Suicida se hundió un poco o lo bastante
Como para volverse una esquela mortuoria.

Por último quiero citar otro fragmento del libro Trayectoria del polvo, en el que nos dice:

Sabed que la esperanza nos traiciona
Y que es la compañera de la muerte.
Sabed que ambas –muerte y esperanza—
Crecen como el parásito
Alimentando en nuestro propio cuerpo.

Con las figuras de Rosario Castellanos y su exmarido el filósofo Ricardo Guerra ha sucedido un fenómeno singular. Al contraer matrimonio en 1958, él era el reconocidísimo filósofo mexicano y ella era una escritora que apenas empezaba a labrarse un camino en el mundo de las letras.

Ahora, a cincuenta años de distancia, la figura de él ha empequeñecido a tal grado que se ha desdibujado por completo, y la de Rosario Castellanos ha crecido desmesuradamente.

Recuerdo que al morir Ricardo Guerra el 30 de mayo de 2007, apenas sí apareció en la prensa mexicana una nota que decía: Murió el filósofo mexicano Ricardo Guerra a los 80 años de edad. Y agregaba la nota que a Guerra lo consideraban más un filósofo oral, pues había publicado en realidad muy pocos libros.

El Senado de la República ha creado la medalla Rosario Castellanos para honrar a las grandes personalidades que destacan en el mundo de las letras. En el año 2007 dicha presea fue entregada al cronista Carlos Monsiváis.

En la Encyclopedia Britannica On line menciona a Rosario Castellanos como «probablemente la escritora mexicana más importante del siglo XX».

A partir de 2001 se creó en la ciudad donde Rosario vivió su niñez y adolescencia, Comitán de Domínguez, Chiapas, el Festival Artístico de las Artes y de las Letras Rosario Castellanos.

Anualmente se siguen realizando ensayos y tesis universitarias en inglés, francés, español, alemán, hebreo, hasta donde llegan mis conocimientos.

Me da gusto comunicar que la obra de Rosario Castellanos está más vigente que nunca, y que aún quedan muchos temas que estudiar en su obra.

08/RN/GG

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