Inicio A sus 92 años, doña Chuz deshila su memoria plena de recuerdos

A sus 92 años, doña Chuz deshila su memoria plena de recuerdos

Por Valeria Valencia
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Un montón de recuerdos, sus flores, su travieso perro y su lúcida memoria nos acompañaron aquella mañana en una plática que no hubiera sido posible sin la mediación de su querida sobrina Mago.
 
Doña Jesús es de esa generación de mujeres que sin su trabajo duro y el esfuerzo redoblado hubiera sido imposible la sobrevivencia de las siguientes generaciones.
 
No es exageración. Caminar kilómetros cargando pantes, carne, huevos, para venderlos y regresar con el dinero del día, es una verdadera hazaña que pocos recuerdan y muchos menos reconocen.
 
En aquella época en la que Terán y Tuxtla Gutiérrez estaban lejanas no sólo por la distancia sino por la falta de transporte y San José Terán ni siquiera existía, hubo mujeres como doña Jesús, cuyos pies caminaban cuando el sol no se asomaba.
 
Esa mañana, y con sus 92 años a cuestas, doña Jesús ya había realizado gran parte de sus labores domésticas. Al llegar a su casa no tuvo reparo alguno en sentarse a abrir su memoria y corazón, corazón de niña que aún mantiene y mente joven, envidiable por su lucidez.
 
Nació en la época en la que las mujeres tenían como destino pronto, muy pronto, casarse; ella lo hizo a los 16 años y dos después tuvo al primero de sus cinco hijos varones.
 
“Me casé el 22 de abril de 1939 y viví con mi esposo 66 años sin separarnos, siempre nos jalábamos porque no me gustaba lo que él hacía. Él me decía: ‘¿por qué a vos te salen todas tus cosas?’. Y yo le contestaba: ‘Porque yo soy mujer y sentimos más la necesidad. Vos ya te vas, llevás tu pozol y tu desayuno; allá estás trabajando y si te cansas, descansás. Yo nomás tengo tiempo para desayunar y comer, y para dormir, y eso que cuando se tiene hijos ni se duerme, y yo tuve cinco hijos’”, cuenta con voz firme y el acento de mujer teranense.
 
Las mujeres de antes eran felices, dicen algunas personas de hoy. No sé si doña Jesús lo era, pero ella cuenta su pasado de esta manera: “Mi primer hijo nació en el 41, en el 53 nació el último, yo esperaba la niña pero ya no. El campesino se va, pero yo tengo que ganar echando tortilla, lavar y planchar, no tenía petate ni nada. Nos fuimos a arrimar con mi papá, yo ya tenía un hijito”.
 
“Con dos hijitos fui a probar a vender panela a Tuxtla, me la daban a 4 pesos, llevaba cuatro pantes porque pesaban mucho; antes eran de ocho panelas cada pante. No iba en carro, iba a pie. Donde ahora es el Hotel Camino Real le llamábamos ‘pasatiempo’, era de bajada y ahí descansábamos de regreso. Ahí empezaba Tuxtla, pero yo le seguía hasta llegar al mercado; ahí vendía mi panela y lo que llevara, y a la una tenía que regresar.
 
“Salíamos a las cinco de la mañana; en el camino íbamos harta gente; unas iban con sus canastotas de totomostle, otras con sus tortillas. Ahorita estamos en la flojera, antes no, antes molíamos en piedra y los que tenían su paguita en molino. Nos parábamos a las dos de la mañana, dormíamos como a las ocho de la noche, qué tanto dormíamos”.
 
Doña Chuz acepta que su vida esforzada le sirvió de mucho porque de la pobreza arrancó lo que con su trabajo y esfuerzo hoy tiene: “Fue muy alegre la vida; amo mucho la pobreza porque de ahí soy, ahí nací y ahí sigo, sólo que ahora hay más posibilidad porque tenemos nuestras casitas que damos rentadas, pero no por herencia, sino por fuerza de nosotros porque con el maíz ya ganábamos porque vendíamos fanegas; dos costales de ixtle eran una fanega. Ese dinero lo guardábamos porque ya íbamos para tres hijos.
 
“Vendí carne, me iba a vender a los ranchos como Agua Fría, San Vicente, ya teníamos carreta y mancuerna, lo vendía y llegamos a tener cuatro carretas y cuatro mancuernas. Yo conseguía la carne y salíamos a vender y nos íbamos a Tuxtla con mi marido a vender. Además en mi casa vendía guineos, panela, estaba lavando y vendiendo. Así hasta que llegamos a los cinco hijos”.
 
Recuerda también que se fue a vivir en 1982 a San José Terán, “cuando compusieron las calles que ya no dejaban entrar carretas. Y acá paramos una casa grande con mis hijos. Mi primer hijo se casó a los 18 años, el otro de 17, el otro de 18, y hubo uno que no se casó. Todas mis nueras fueron buenas”.
 
Algo de su infancia sale a relucir también: “Cuando quedamos huérfanos yo tenía ocho años; éramos dos hombres y tres mujeres, pero una se murió a los 13 años. Yo me quedé con la familia de mi mamá. Acaba de morir el más chico (dice mientras llora, pero no deja de narrar). Se incomodó por una herencia”.
 
Mientras una ve y escucha hablar a doña Jesús se imagina a una niña que no deja de aprender, que su fuerza no proviene del exterior sino de ese amor que ella ha sabido cultivar desde su infancia. Es la mujer que resume la fuerza tierna de aquel personaje histórico, el niño Jesús, y el empeño esforzado de los reyes magos que protegieron y llenaron de riquezas al recién nacido.
 
De sus experiencias recientes, como la muerte de su hermano, comenta que aprendió: “El dinero sirve, pero no para que valgas más vos que nadie, todos somos iguales. Y si tenés, ayuda al que no tiene, para que Dios nos dé pensamientos buenos y tengamos amor”.
 
Posdata: feliz cumpleaños doña Jesús.
 
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