Como en noviembre pasado le tocó a Barcelona hospedar el arte mexicano moderno, en esta ocasión el consulado de México en Sacramento, Fomento Cultural Banamex y otros patrocinadores, montaron en el Museo de Arte Crocker, de California, una gran exposición con los valores de Los Grandes Maestros del Arte Popular Mexicano, colección de la misma fundación.
Barro negro, rojo, cristalizado de Michoacán, Chiapas, Oaxaca, Jalisco, del Estado de México, Guanajuato, de toda la Republica, de cada rincón. Vasijas, jarros, ollas, palanganas, preciosos botellones con diseños estilizados y dibujos en bajo relieve.
Materiales de fibras vegetales, maderas preciosas con incrustaciones de nácar y plata, metales, como la hoja de lata, el cobre, el latón, la plata repujada y los espejos. Papeles de amate, las piedras semipreciosas, las conchas y caracoles.
La piel en la silla de montar. Los textiles en los tapetes, en los sarapes, en los manteles y lienzos, en los rebozos de seda, de Santa Maria, San Luis Potosí, los de Guerrero, los jorongos de Tlaxcala, la talavera de Puebla. Las mascaras de diablo, las figuras de papel laqueado.
La plaza de toros con su público y sus vendedores. Los baúles, arcones, cajas, alhajeros. Las cucharas de palo, el molinillo para el chocolate. Bellezas inigualables, artesanías dignas del mayor elogio. La exposición viene de Nueva York la visitaron 200 mil personas en dos meses, mereció las mejores criticas en los periódicos y televisoras.
La capital del estado de California, el más prospero de todo el mundo, tiene 700 mil mexicanos alrededor del área, esos son los conocidos, con papeles, pues. Pero sabemos que los campos están llenos de trabajadores, que aún viviendo desde hace 10 o 15 años de este lado, no han podido arreglar su situación migratoria.
Como mexicana ves cada una de las piezas que se exhiben y te quedas maravillada. Todos conocemos el arte popular, lo hemos admirado desde niños, la mano de la mujer que hila y trenza, la que modela el barro, el soplido del hombre para lograr la burbuja de aire en el vidrio y dar vida al jarrón.
Todos hemos visto la marquetería, la plata repujada, el figuritas de barro pintadas con colores llamativos, en nacimientos, en jaranas, en los árboles de la vida, los alebrijes. Pero verlo acá, entre los gringos que se quedan con los ojos cuadrados, eso vale la pena.
Porque un pueblo que es capaz de producir tanta belleza es digno de un mejor trato, de respeto. Es digno de cruzar la frontera y con esas mismas manos sembrar en lo que más quiere, en la tierra donde siempre se ha escrito su historia.
Un pueblo así, es capaz de ver a la cara a un anglosajón sin ofensas, sin temores, sin el recuerdo de los muertos dentro de una caja de camión abandonada y, por ultimo, un pueblo que con todo detalle pule, raspa, incrusta, teje, fabrica para ponderar sus valores y tradiciones es un pueblo digno de confianza, que merece la libertad, justicia y reconocimiento.
No es la mano terrorista que destruye el futuro, nada de eso. Son brazos limpios, miradas claras, manos que transportan desde su pasado la tradición, que es perseverancia, vida, ilusión y el mañana continuo.
No el caos, no el engaño, no la maldad. Que la belleza del arte acabe con la terquedad y la incomprensión. Sirvan Los Grandes Maestros del Arte Popular Mexicano para allanar el camino para un acuerdo migratorio.
2003/MG/MEL
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