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Amar duele

Por Lydia Cacho

A mi amigo David que sabe que el amor es otra cosa, y la busca, sin encontrarla aún.

Miraba la otra noche a un grupo de amigos en un antro de moda. Las risas y el alcohol, el deseo flotando en el aire, las miradas furtivas entre desconocidos, ellos y ellas haciendo su danza de la seducción…la rubia camina tres veces frente a él sin mirarlo de frente, dejando la huella de su perfume, él la mira y luego observa a sus amigos, ellos le envalentonan «le gustas wey»… y suben los ánimos del galán; ella se sienta nuevamente, baila sola para hacerle saber que está dispuesta a divertirse, él se acerca, ella lo acepta, las amigas le rodean, es guapo se ve que tiene lana: lo aprueban. La música es tan alta que es preciso acercarse mucho…tanto que el otro siente el aliento dulce en su oído y puede así aspirar el aroma de su cuerpo, la química corporal hace su trabajo.

El cortejo no es sólo entre hombres y mujeres, los ambientes nocturnos sirven para fortalecer o romper amistades, para encontrar amantes, a veces para enamorarse; la mayoría de las veces son útiles para descargar ansiedades y estrés. A veces el juego es dulce y otras, demasiado amargo, porque se trata de una suerte de «amor rápido» en el que la o el objeto del deseo debe cumplir las expectativas imaginarias de quien le quiere conquistar. Todo esto obnubilado por el alcohol y el tabaco.

Mi abuelo me dijo a los 15 años que si quería conocer a un hombre, de verdad saber cómo reaccionaría conmigo en momentos intensos, convenía llevarlo a un antro y emborracharlo. El secreto radicaba en que yo debía estar sobria, y ser yo, es decir, reírme, bailar, hablar con hombres y mujeres. Sobra decir que mi abuelo era un sabio y que su teoría aplicó el 100 por ciento de las veces, lo cual no significa que yo haya siempre escuchado a la razón. Caí en brazos de algún sujeto que sabía desde la primera borrachera no tan maduro ni tan inteligente como él mismo creía, y más celoso y posesivo de lo que puedo soportar. Lo cierto es que la pasión si no va acompañada de la razón y el equilibrio personal, puede llevarnos al vacío. Así, en la vida nocturna nacen y se pierden entusiasmos pasionales, a veces son de amores buenos y otras, de desesperación por el vacío existencial.

Lo cierto es que de una u otra forma casi todo el mundo anda en busca de amor, algunas en forma de sexo casual, que tiene más que ver con el contacto de las pieles y el desfogue, que con el coito en sí, porque las respuestas eróticas, aunque la cultura donjuanesca diga lo contrario, responden en gran medida a una ansiedad por ser aceptado, tocado; por dar y recibir placer a otra persona.

Ahora, el problema es que pocas personas buscan el amor sano, la mayoría no sabe bien a bien qué es el amor. Tal vez porque nos han educado bajo las reglas del amor iluso, ése en el que la mayor parte del tiempo ambas personas esperan de la otra mucho más de lo que sería capaz de dar; se enamoran de la ilusión que esa persona inspira en ellas, mas no de el verdadero otro, u otra. El amor en pareja se convierte pues, en una extraña negociación de voluntades, en un ejercicio de mentiras a medias, en un intercambio de sacrificios personales que no hacen más que generar ansiedad, soledad y desasosiego: sentimientos por los cuales se buscaba, originalmente, tener pareja.

La cultura amorosa es tan pobre y tan ausente nuestra capacidad para conocer y gozar «la otredad», que en lugar de explorar y aceptar a las personas, preferimos convertirlas en nuestras propias fantasías, nuestros delirios interpretativos; nos adueñamos de un cuerpo y a cambio de cariños, hijos, una casa y sexo le vamos adjudicando habilidades y borrando, de manera ficticia sus gustos y defectos. Encima de ello la gente se casa y, bajo estas reglas, el matrimonio es el único contrato legal en el cuál, lo que se obtiene a cambio del trato, es un ser humano en copropiedad.

En su libro La Invención del Amante, Historia y Análisis del Amor Iluso, Guisepe Amara nos dice que el problema es que un buen porcentaje de parejas vive infelizmente casada o arrejuntada; con un falso sentido de propiedad sobre una persona que en realidad no conoce y a quien ha llegado a amar, precisamente, porque a cambio de cariño se ha ido adaptando a ese ideal que la otra creó de él o ella.

Decía mi madre que toda persona tiene derecho a una vida secreta, es decir, a un territorio personal que nada tenga que ver con la pareja. En los antros vemos a hombres y mujeres buscándose un pedacito de paraíso de esa vida secreta, en la que toda la gente se acepta, se admira, se ve bella y se desea. De noche todas y todos somos multidimensionales, en cambio, en casa, casi siempre, se vive en la expectativa unidimensional de la pareja, difícilmente se puede jugar a renacer sin crear conflicto.

Me parece que para tener una relación amorosa sana podríamos comenzar por eliminar todo sentido de propiedad, luego comprender que existen en las relaciones tres territorios: el mío, el tuyo y el nuestro, y aunque pueden coincidir para hacer el amor sanamente, no deberían ser invadidos por nadie. Creo que el romanticismo ha dado al traste con el amor auténtico, hasta los poetas son esclavos de la idea del amor sacrificial y sufriente, Jaime Sabines escribió:

Me quité los zapatos para andar sobre tus brazas
Me quité la piel para estrecharte
Me quité el cuerpo para amarte.
Me quité el alma para ser tú.
El problema es que después de la gran pasión, en la vida cotidiana, una pide que le devuelvan el alma y el cuerpo, pero nada, ya está en manos de la otra persona, la negociación es casi imposible. Algo anda mal en la concepción del amor.

Darse la oportunidad de conocer a la otra o el otro, se convierte en un viaje por la geografía emocional de quien ama, como pareja, como amigo, como amante. Esa es la tarea.

*Directora del Centro Integral de Atención a la Mujer en Cancún.

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2004/BJ

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