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Amelia Earhart

Por Erika Cervantes

En una sociedad donde la mitad de la humanidad es confinada a ocupar un lugar que limita su libre tránsito, Amelia Earhart no sólo rompió el espacio privado, sino que se atrevió a cruzar el cielo.

Amelia Mary Earhart nació en Atchison, Kansas, en 1897. Fue la primogénita de una familia con solvencia económica; su padre era abogado, y su abuelo materno, una de las personas más influyentes del estado de Kansas.

Debido a la posición económica de su familia, Amelia tuvo una buena educación en un colegio privado. Como tampoco es oro todo lo que reluce, la situación que en un principio era buena se fue torciendo: su padre fracasó como abogado privado y encontró un nuevo trabajo en una compañía de ferrocarriles.

Este hecho, sumado al alcoholismo paterno, hicieron que la madre de Amelia optara por la separación y, aunque la situación económica no era muy buena, decidió que la educación era importante para sus dos niñas, Amelia y Muriel -dos años más pequeña- y siguió sufragando los gastos de los colegios privados.

En 1917, con 20 años Amelia decidió convertirse en enfermera voluntaria y de esta forma ayudar a los soldados heridos durante la Primera Guerra Mundial. Una vez terminada la guerra ingresó en la Universidad de Columbia para intentar estudiar medicina, pero desistió.

Ese mismo año la mordió por primera vez la sensación de libertad al asistir a una exhibición aérea en Daugherty, Long Beach. Ahí empezaría a fraguar su leyenda y a cumplir uno de sus sueños de niña: subir a un aeroplano.

Esta pasión la llevó a tomar clases de vuelo y comprar su primer avión, un Kinner al que apodó el canario; sus inicios, como en casi todas las cosas que nos dedicamos a lo largo de la vida, estuvieron salpicados de accidentes.

En 1922, a los 25 años, Amelia ya era una experta de la aviación. Aunque todavía era muy joven, empezó a batir marcas: fue la primera mujer en establecer un récord de altitud (unos 14 mil pies), aunque poco más tarde sería superado. Al mismo tiempo desempeñó varios puestos como trabajadora social y administrativa en 1925. Finalmente, se unió a la división aeronáutica de Boston y empezó a ser muy popular debido a los constantes reportajes que se hacían sobre ella y sus vuelos en los periódicos.

A los 29 años le propusieron ser la primera mujer en cruzar el Atlántico; aunque este vuelo le dio mucho prestigio, ella decía que no tenía ningún mérito, ya que sólo iba de pasajera y no dirigía el avión.

Sus ganas de superarse la hicieron surcar sola los aires de Estados Unidos, desde el Atlántico hasta el Pacífico, en 1928. Posteriormente inició una serie de conferencias y publicaciones casi siempre referidos a su travesía por el Atlántico.

Detrás de una gran mujer hay un buen hombre para animarle; él no era otro que George Palmer Puttman, editor de Nueva York y uno de los promotores de su primer vuelo transoceánico. Con él se casaría en 1931.

Y llegó el día en que por fin se cumpliría el sueño de Amelia: surcar el océano, sola, en un Lockheed Vega. Nadie había tenido éxito en esta trepidante aventura desde el archifamoso aviador Charles Augustus Lindbergh, primer piloto en cruzar el Atlántico sin escalas. En aquella época un viaje de este tipo era muy duro, pues eran muchas horas de vuelo.

Amelia se había preparado para batir muchos récords gracias a esta hazaña: fue primera mujer en volar sola en el Atlántico y la única persona en cruzarlo dos veces; se le debe la distancia más larga jamás recorrida por una mujer y el haber cruzado el océano en menos tiempo que nadie: 13 horas 30 minutos. En Estados Unidos, desde aquel día se le conocería como Lady Lindy.

Pero Amelia ambicionaba más; era tal el amor que sentía por el cielo y por mirar el mundo a vista de pájaro que siguió poniéndose retos y consiguiéndolos, como el de la ruta Hawai- California. Era importante para ella contar sus vivencias y su experiencia en los viajes, por lo que siguió dando conferencias y promoviendo la aviación entre las mujeres.

Amelia después de tantos éxitos, deseaba dar la vuelta al mundo en un Lockheed Electra 10 E, siguiendo más o menos el Ecuador. Nadie en la historia aeronáutica, hasta aquellos momentos, había afrontado empresa tan complicada. Ella requería a un navegante experimentado y optó por Fredrick J. Noonan, un gran conocedor del Océano Pacífico. Sin embargo tuvieron un pequeño accidente que provocó un retraso y, por lo tanto, un cambio de planes. La nueva ruta sería de Oeste a Este; salieron de Florida, haciendo escalas en Puerto Rico, África, India y Nueva Guinea.

Amelia Earhart murió en 1937 después de recorrer 41 mil kilómetros sobre el Pacífico. A una distancia de 12 mil 500 pies antes de avistar tierra americana, su avión Electra desapareció y jamás fue encontrado, pese a la gran búsqueda organizada por la armada norteamericana. Así, nos heredó el arrojo para romper con el espacio privado y con lo establecido y atreverse a soñar despierta con un solo límite: el cielo.

05/EC/YT

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