El problema de los linchamientos como el ocurrido en la delegación Tláhuac, además de estremecernos por ser un acto de barbarie y muy posiblemente evitables, nos despiertan el temor de vivir en el desgobierno. Más allá de quienes resulten responsables de los asesinatos de los dos agentes federales y el intento de asesinato de otro de sus compañeros, lo increíble es que las autoridades del Distrito Federal siguen evadiendo toda responsabilidad.
Andrés Manuel López Obrador nunca es responsable de sus servidores, de la gente que trabaja para él. Ya quisiera cualquier servidor o mal servidor, como son estos casos, trabajar para el jefe de gobierno capitalino, pues tiene asegurada su chamba hasta el último día de la gestión de AMLO.
Nadie será llamado a cuentas y nadie tendrá amenazado su cargo, no importa si roba, si comete actos de corrupción o si actúa con negligencia u omisión. No serán tocados ni por la palabra crítica del jefe, ni por el Presidente de la República siquiera. Su jefe los defenderá contra todo el periodismo mal intencionado y contra todo el gobierno dedicado únicamente a ataques personales para debilitar su posible candidatura.
¡Cuidado! Eso se llama impunidad y dentro de ella florecen los grandes y pequeños crímenes. Sin castigos y sin consecuencias el hampa anidará (más) a sus anchas en los márgenes cultivados por el proteccionismo, la incapacidad de buen gobierno y la estólida retórica de AMLO. La Ley existe para todos por igual, y la Ley de responsabilidades públicas de servidores, lo mismo.
La sociedad clama por justicia, por seguridad, por Estado de Derecho.
Si Andrés Manuel fuera presidente, la Ley y el llamado a cuentas sería un adorno sin otro uso. AMLO va a hacer lo que él, y sólo él quiera.
Periodista y escritora
2004/MG/SM