Inicio Andrea Blasnich ejemplo de la política altruista y generosa

Andrea Blasnich ejemplo de la política altruista y generosa

Por Belén Merino Vázquez

La visión que tenemos por lo regular de la política y de los políticos no es siempre positiva y tendemos a pensar que los manejos de la cosa pública son lo más parecido al arte del engaño al servicio del interés particular.

No siempre es así, por fortuna, tenemos ejemplos de personas anónimas que trabajan de forma altruista y generosa por el bien de la comunidad en la que viven y se esfuerzan, dan lo mejor de sí mismas, en muchos casos a pesar de las críticas para tratar de mejorar el lugar en el que viven.

En la comunidad de El Ramonal, municipio de Chetumal, Quintana Roo, muy cerca de la frontera con Belice, tuve el privilegio de encontrar a una de estas personas.

Con algunos prejuicios encima, conocí a la señora Andrea Blasnich en el año 2004, cuando acompañaba a un grupo de investigadores de la capital, que acudía para realizar un trabajo de campo, para el que necesitaban la participación de algunas personas.

La primera parada del viaje fue la visita a una mujer, que después descubrí que era la delegada municipal, es decir, la representante oficial de su comunidad.

A cierta distancia para no resultar indiscreta, oí como aquella mujer, que recibía al grupo sentada al fresco mientras caía la tarde, daba las gracias a los investigadores por su regreso con noticias sobre su estudio y se mostró de nuevo solícita y dispuesta a colaborar en lo que fuera preciso.

Como delegada asumía la convocatoria para el día siguiente de una reunión con las mujeres. Le oí hablar en la distancia pero enseguida me di cuenta de que esa mujer sencilla llamaba la atención entre aquel grupo de hombres. Me sorprendió su desparpajo, su forma de hablar tan correcta, expresiva y su claridad en la exposición de sus opiniones, su visión de los acontecimientos.

Al día siguiente, con puntualidad absoluta, las mujeres de la comunidad y algunas autoridades locales, acudieron a la cita a la hora y el lugar acordados, allí pude comprobar que doña Andrea, como descubrí después que todo el mundo le llamaba, era además de una mujer inteligente, una autoridad moral entre su gente, hombres y mujeres escuchaban atentamente cualquier intervención de su delegada.

Abandoné aquél lugar admirando a aquella mujer decidida, carismática e implicada por los asuntos de su comunidad, con algún prejuicio menos respecto a la imagen de la mujer rural mexicana. Me fui también con la esperanza de regresar.

Diez meses después mis deseos se hicieron realidad, volví a El Ramonal confiada en encontrar de nuevo a la puerta de su casa a la señora Andrea. También caía la tarde cuando regresamos un año después. Y también, como el año anterior, doña Andrea se encontraba sentada en el umbral de su casa, acompañada por una de sus nueras, una nieta y su única hija, como después averigüé.

En esta ocasión no fui tan tímida y me acerqué enseguida para saludar a doña Andrea, a su familia y acepté encantada una silla para acompañar a las mujeres que doblaban con sumo cuidado ropa interior nueva, mientras los hombres recién llegados le hacían saber a la señora Andrea que de nuevo pedían su amable colaboración para continuar su trabajo.

Esta vez pude observar sus rasgos físicos, sus ojos castaños brillantes y expresivos, sus manos bien cuidadas con las uñas pintadas de color fucsia, su bella piel morena, la larga melena oscura y su ropa de color alegre.

Noté por el tono de sus palabras que estaba algo molesta, luego supe por qué. Había dejado de ser la delegada municipal, aunque no aclaró los motivos, pero dejó claro, sin rencor, que estaba dispuesta a colaborar en el proyecto y ofreció su ayuda para presentar a la nueva autoridad local.

Al día siguiente, se repitió la rutina de trabajo del año anterior. De nuevo comprobamos que a pesar de haber abandonado el cargo, doña Andrea seguía gozando del respeto de su gente.

Esta vez pude conversar con más tranquilidad con ella. Andrea me contó que tiene 49 años, que está separada de su marido y que su prioridad «ahora es el cuidado y educación de su única hija», con quien vive y que acaba de cumplir 15 años.

Al llegar a esta edad a Andrea le preocupaba que su hija abandonara los estudios y se casara con su novio, que fue a pedirla en matrimonio el día después de su 15 cumpleaños. Para la mente de una española actual la idea de que alguien se case a los 15 años asusta e incluso es motivo de alarma, pero cuando el lugar en el que se vive todas las amigas están preparando su matrimonio, conseguir que una adolescente no siga los mismos pasos que el resto de su grupo es una proeza.

Por eso me impresionaba lo que me contaba Doña Andrea. Ella sabía que la prohibición no era el método adecuado para conseguir que su hija comprendiera que había tiempo para casarse y que podía continuar con sus estudios algunos años más.

Así que decidió optar por la plática con su hija, haciéndola ver los inconvenientes de casarse tan joven. La señora Andrea sabía que no era tarea fácil y en lo que respecta a ella, la renuncia al matrimonio de su hija supone una carga adicional para ayudarla en su formación. Pero Andrea se siente muy orgullosa porque su hija ha decidido romper el noviazgo por decisión propia.

Andrea sabe que es respetada por su comunidad, eso le llena de orgullo, aunque sabe también que muchas de las decisiones que ha tomado han sido criticadas. Con media sonrisa asegura que «sólo el que no hace nada es el que no tiene problemas», por eso ella los tuvo, aunque deja claro que no le asustan las críticas ni las habladurías y explica que lo que más le satisface es haberse ganado el respeto de su gente.

De todos ellos obtuvo los votos necesarios para ganar dos elecciones municipales consecutivas frente a cuatro y dos varones, respectivamente, como ella misma nos contó. Y en una sociedad machista, donde el hombre no está acostumbrado a que la mujer trabaje fuera del hogar y además ocupe cargos públicos es un gran triunfo.

Doña Andrea lo sabe, lo asume y por ello sigue decidida a seguir trabajando para mejorar las condiciones de vida de su comunidad, en especial la salud de las y los niños, en la que está comprometida.

2005/BM/SJ

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