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Argentina: un lugar para otros

Por la Redacción

La radicalización del conflicto social ha llevado a la Argentina a una encrucijada en donde las opciones son diametralmente opuestas. Una de ellas, la salida autoritaria, pareciera estar forjándose en el pensamiento de los sectores dominantes, en oposición a la otra, el cambio social.

Desde la dictadura cívico-militar (1976-1983) un proyecto económico se impuso sobre la base de la disciplina social, a partir de la experiencia de la represión planificada, las desapariciones forzadas y los campos de concentración (hay que calcular la edad de los desaparecidos para darse cuenta que hoy serían la clase dirigente del país, en el lugar de los políticos actuales).

Su principal efecto fue la internalización del miedo; ante esto, la clase media, por ejemplo, prefería no ver la realidad y mantener su «american dream» versión tercermundista yendo a veranear a Miami o comprando electrónicos importados a bajo precio, sin percatarse de la lucha de las Madres de los desaparecidos en la Plaza de Mayo (que las tildaban de «locas»).

Con la llegada de la democracia de «plumaje blanco»–como se la califica en una canción de rock de los ochenta–, el miedo siguió operando como el instrumento al que la casta gobernante (radicales, peronistas y unos pocos más) recurría para someter sin necesidad de la fuerza a los argentinos.

El miedo a un nuevo golpe (Alfonsín), el temor al retorno de la hiperinflación (Menem y Duhalde) y los golpes de mercado (De la Rúa), fueron los motivos principales que configuraron la subjetividad hasta ahora.

Es decir, el modelo neoliberal –impuesto por los intereses del poder financiero internacional y aceptado por la clase dirigente a cambio de continuar gobernando– se ha servido sin inconvenientes de las instituciones democráticas, haciendo de la Argentina un lugar para otros.

Sin embargo, actualmente esta alianza indebida entre la democracia formal y el poder financiero, se ha deteriorado de un modo imprevisible hasta hace apenas un año atrás.

Ahora –y en este sentido, los hechos de diciembre tal vez queden en la historia como una bisagra–, el modelo de la democracia no le es útil al poder financiero; por el contrario, al menos en su versión más reducida, genera expectativas y permite un escenario de reclamos y luchas que confrontan abiertamente con aquel.

Hasta el viejo miedo parece haber quedado ya en el pasado, en el medio del más alto grado de movilización popular desde 1983. Por eso el mismísimo Bush ha hablado, y, como para que no queden dudas, dijo: «democracia es igual a libre mercado». Es decir, hizo un llamado a continuar con el neoliberalismo, cueste lo que cueste.

Esto, en buen criollo, no significa otra cosa que respaldar políticamente los intereses económicos de los bancos y las empresas privatizadas, que están en manos estadounidenses y europeas, por lo que hace falta implementar un nuevo modelo político en el que la democracia no exista formalmente.

¿Qué clase de macabra ingeniería política se estará diseñando? ¿Qué nueva salida autoritaria impondrán? ¿Será que el miedo creado por la antigua dictadura ya no surte efectos y se piensa en un nuevo disciplinamiento social? Entonces ¿en qué nuevas formas dictatoriales de crear miedos se piensa?

En todo caso, para vencer el miedo, habrá que atender, como lo hacen los organismos de derechos humanos, «los piqueteros» y los movimientos de desocupados, a las figuras emblemáticas de «la resistencia femenina»: las madres de la plaza, las abuelas, los hijos.

       
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