El arte de las chicanas –pertenecientes al movimiento cultural de protesta que despuntó a mediados de la década de los sesenta en el suroeste de Estados Unidos– mantienen en su expresión la denuncia contra la discriminación y el racismo de que son objeto las personas mexicanas que por diversas circunstancias han echado raíces en la unión americana, indicaron artistas.
Cherry Moraga, poeta y dramaturga, expresó en entrevista que el arte chicano es de resistencia, no es propiamente contemplativo, sino que representa un claro enfrentamiento con el poder de los Estados Unidos.
La artista residente del Departamento de Drama Español y Portugués de la Universidad de Stanford, señaló que las expresiones artísticas de las mujeres chicanas, muestran cómo vivir y salvarse de las entrañas del monstruo del racismo, el clasismo y ‘todos los ismos’ que ejerce Estados Unidos.
Por su parte, María Herrera Sobek sostuvo que el arte que emerge de esta corriente va más allá de la producción cultural estética, es una postura política y es la denuncia que brota de un grupo oprimido.
La catedrática del Departamento de Estudios Chicanos de la Universidad de Santa Bárbara, expresó que estos fundamentos son los pilares de la producción artística del movimiento cultural chicano, que ha estado representado por personas que han franqueado las barreras de la discriminación, accediendo a las universidades, y desde su posición de artistas o intelectuales han abanderado la denuncia contra la segregación y alertado sobre ésta.
Aunque cada artista chicana tiene una historia diferente y una perspectiva personal de vivir en Norteamérica, por la circunstancia que sea, se nutre de la experiencia colectiva que da el estar en un país que les margina y restringe, indicó Irene Pérez.
En lo que toca a la aceptación de sus obras, agregó Pérez que aun cuando el movimiento se mantiene vigente, no se ha dado la apertura ni la aceptación a las propuestas artísticas, ya que el hecho de que se brinden pasillos o cafeterías, no quita la resistencia hacia el carácter político de sus trabajos que hoy se califican como ‘arte étnico’.
Egresada de la Escuela de Arte de San Francisco, Irene Pérez manifestó que muchas de las representantes de este movimiento padecen la segregación, en tanto que los directivos de museos, galerías o de editoriales hablan de una apertura, la cual sólo dan a creaciones «suaves» y no de carácter social y revolucionario que han caracterizado la corriente chicana.
Con tres décadas de lucha, de manifestarse a través del arte, de llamar la atención a sus paisanos y a los gobiernos, de convivir en un territorio donde se está y que les rechaza, de cargar un país mítico que, sin embargo, les une y fortalece, las entrevistadas expresaron que no cejarán en la batalla por el reconocimiento como comunidad social y artística.
En este sentido, Herrera Sobek abundó que la presión que ha ejercido históricamente el movimiento cultural chicano, podría, incluso, cambiar el canon eurocéntrico que sólo aprecia y selecciona el arte ‘de escuela’.
Presionar para la apertura, el respeto y el reconocimiento a la producción artística, tiene dos posibles estrategias, destacó, pues todavía hay mucho que pelear.
Estrategias que van desde no bajar la guardia y continuar produciendo, hasta la presión en el ámbito parlamentario a través de la manifestación pública y la exigencia de aplicar presupuestos –provenientes de la recaudación de impuestos– para la producción, exhibición y publicación de la obra, tanto de las artistas plásticas como de las escritoras chicanas, subrayó.
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