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Asisten las parteras uno de cada tres nacimientos en Veracruz

Por Livia Díaz, corresponsal

En Veracruz, las parteras asisten uno de cada tres nacimientos. El 48.2 por ciento de los nacimientos en la zona rural ocurre con partera, y el 8 por ciento de las mujeres se atienden a sí mismas.

Las parteras tradicionales cumplen una función importante, ya que no se ha llegado al acceso pleno de los servicios de salud. Además, en el estado de Veracruz la gran dispersión de las comunidades hace indispensable el servicio de las parteras rurales.

En las rancherías retiradas de la Zona Norte, la mujer da a luz sola o asistida por su marido, mientras que en las congregaciones más grandes hay parteras en cada barrio.

Con motivo del «Día Mundial de las Parteras», el 5 de mayo, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) ha dicho que «si los sistemas de salud se apoyaran en las parteras o enfermeras obstétricas, salvarían la vida de 5 millones de mujeres en el mundo y se prevendrían, 80 millones de complicaciones por embarazo y parto hasta el 2015».

Resaltando la experiencia milenaria de las parteras, la organización mundial destaca que «Las parteras llegan a las mujeres, dondequiera que éstas estén», ya que ellas son las que están presentes en las comunidades más remotas, donde no hay servicios médicos.

No obstante, el quehacer de las parteras tradicionales se ha visto minimizado, en tanto que las enfermeras parteras tampoco tienen valor en el sistema sanitario, pese a que atienden el 30 por ciento de los nacimientos.

La mayoría de las parteras veracruzanas tiene unos 50 años de edad, son indígenas y muy pobres, con baja escolaridad. Una de cada dos aprendió en forma autodidacta y ello las pone en desventaja social, por no acceder a una calidad de vida mejor.

Las parteras por lo general no cobran, dice la investigadora Verónica Sieglin: «Por lo común, la partería tradicional no se ejercía como una actividad profesional para ganarse la vida.

Después de entrevistar a un grupo de parteras, considera que si bien muchas parteras tradicionales obtenían y esperaban una compensación de parte de los familiares, no asignaron un precio fijo a sus auxilios. Tampoco cobran como los hospitales, cada acto realizado, cada hierbita hervida, cada masaje proporcionado, ni cada palabra dirigida a la parturienta».

En Holanda, el 60 por ciento de los partos los atienden parteras, que además son compañeras indispensables de la madre durante todo el embarazo. Pero en nuestro país eso ha cambiado, además de la mala fama, dice la investigadora Sieglin, «muchas dejaron la actividad por el miedo de ser investigadas en el caso de que se presente alguna peripecia». Algunas ya sólo atienden a mujeres que no tienen ninguna otra opción para atenderse.

Las condiciones de vida de las madronas o parteras no distan de las del resto de América Latina. En promedio tienen 50 años de edad, su escolaridad es inferior a la media nacional. Se ubican en zonas rurales y suburbanas, de mayor marginalidad.

La atención que brindan tiene influencia tanto de las formas de atención tradicional, como de la medicina occidental. Al realizar un estudio de salud pública, el investigador de la Universidad Veracruzana Mauricio Mendoza González encontró que la mayoría de ellas, un 44.9 por ciento, aprendió en forma autodidacta.

El 22.3 por ciento aprendió por un familiar, el 20 por ciento por un personaje del equipo de salud, y sólo en el 12.8 por ciento aprendió de otra partera. Las parteras veracruzanas que Mendoza González entrevistó para el estudio denominado «Características de atención obstétrica de la partera tradicional en México», contaban en promedio con 23 años de experiencia.

De mil 224 parteras entrevistadas por el científico, entre marzo y septiembre del 2005, mil 97 atendieron el parto y al recién nacido en casa de la parturienta y en posición acostada. Un grupo reducido bañan las mujeres antes del parto; cortan el cordón umbilical del bebé con carrizo; y se hace «sobado de vientre».

Pocas siguen recomendando reposo absoluto en cama durante la cuarentena. Esta costumbre se ha conservado en muchas comunidades. Pero la gran mayoría tiene por costumbre que la mujer camine de inmediato después del parto; reanimar y dar calor al niño; tener mucho cuidado con la limpieza de sus ojos; y que se amamante desde el primer contacto y hasta los 9 meses más o menos.

Es la partera quien «levanta a la criatura», le corta el cordón umbilical con un carrizo, y enseguida baña a la mujer con agua fría, según el Programa de Desarrollo de la Huasteca Sur. «Como a los ocho días, se celebra una fiesta para el segundo levantamiento.»

En la tradición Totonaca, la partera «baña al recién nacido con agua caliente mezclada con aguardiente refinado. Primero le oprime la cabeza en sentido longitudinal y transversal, luego le oprime el paladar, acción a la que llaman ?paladear? y entierra el cordón umbilical profundamente, para que no lo saquen los perros».

Se dice que en la ceremonia, que se celebra cerca de la casa o en un rincón del interior; «si es un niño, entierran un sombrero, si es niña, una jicarita. Sobre pápalo se pone la vasija, que se hace expresamente en miniatura porque creen que su tamaño determinará el apetito que el niño tendrá cuando sea adulto».

Al día siguiente, la partera lava la ropa de la parturienta, después de rezarle al agua. Cuatro días después, las dos mujeres van al lugar donde enterraron el cordón umbilical. Le imploran a Natsi?itni y le llevan una ofrenda, que consiste en una vela y alcohol. Enseguida empieza una serie de baños de temazcal para la madre.

Posteriormente celebran una ceremonia llamada «alzar el alma del niño», ya que ésta pudo caer al suelo durante el parto. Este rito, lleva una ofrenda que consiste en un pollito que se le da a la Tierra.

Ocho días después, celebran la ceremonia de «alzar la cama», arrojan el petate en el que la mujer parió en el monte, después de regarlo con la sangre que brota de la pata de un pollito con y refino. La ceremonia se acompaña con velas y flores.

07/LD/GG/CV

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