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Atención en salud mental trata a las mujeres como “objetos”

Por Anaiz Zamora Márquez
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Las mujeres con algún tipo de padecimiento, enfermedad o trastorno mental, son discriminadas, excluidas y se les ve como incapacitadas, pues en México la salud mental no es un tema prioritario y la política de atención no contempla la inclusión social.  
 
Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), instancia que determinó el 10 de octubre como el Día Mundial de la Salud Mental, “no hay salud sin salud mental”, es decir, sin un completo estado de bienestar físico, mental y social de las personas.
 
No obstante México, como acusan expertas y activistas, está rezagado en la atención y tratamiento a la salud mental. A ello se suma que a nivel social persiste la idea de “estigmatizar” los padecimientos de la salud mental, especialmente en las mujeres, pues se tiende a pensar que las enfermedades que llegan a presentar se deben “a cambios hormonales”, o simplemente “son cosas que les pasan”.
 
Dentro de las principales enfermedades mentales que afectan a las mujeres están la depresión, ansiedad, bipolaridad, esquizofrenia, el Alzheimer y los trastornos alimenticios.
 
Ésa es la historia de “Alejandra”, quien a los 22 años de edad, cuando cursaba el penúltimo semestre de la licenciatura en Sociología, vivió la pérdida de un familiar, un reajuste en sus horarios escolares, y dos asaltos en el transporte público, todo ello en medio de las cargas de trabajo en la escuela y por un empleo los fines de semana.
 
De manera progresiva fue perdiendo el sueño, sentía que el corazón se le aceleraba sin motivo varias veces al día, apretaba las mandíbulas sin intención, y sus manos temblaban. Cuando subía al transporte público siempre recordaba los asaltos de los que fue víctima y en varias ocasiones optó por cambiar de ruta o caminar largas distancias debido al miedo que sentía.
 
“Cuando contaba que me sentía mal, todos mis amigos y familiares me decían que estaba exagerando, que ‘era una dramática y miedosa’, los más buena onda me decían ‘que tenía que ser valiente y superar las cosas’, lo intentaba, pero en verdad me sentía mal; después de un tiempo me daba pena decir lo que sentía y trataba de convencerme de que ‘sólo era yo y mis nervios’.  
 
“Una noche me desmayé sin razón; no recuerdo nada de lo que pasó, cuando desperté (un día después) estaba en el hospital con una sonda y varios medicamentos.
 
“Me mandaron a consulta psiquiátrica y me enlistaron una serie de padecimientos, que ya no recuerdo, y me recetaron muchos medicamentos que me mantenían dormida prácticamente todo el día, le recomendaron a mis papás internarme un tiempo.  
 
“Aunque no me internaron me quedaba en mi casa todo el día porque no podía ir a la escuela, perdí el semestre y casi no veía a mis amigas y amigos, así que decidí dejar de tomar las pastillas y le pedí a mi hermana que me ayudara a buscar otra clase de terapia.
 
“Como casi todas las personas que conozco, pensaba que quien iba a un psicólogo estaba ‘loca’, pero ahora sé que no lo soy, sólo me enfermé y ahora me recupero”, contó Alejandra, quien acude cada semana a una sesión de grupo para jóvenes con ansiedad crónica y recibe terapia cognitivo-conductual.  
 
María Isabel Barrera Villalpando, doctora en Psicología de la Salud y especialista del Instituto Nacional de Psiquiatría, destacó que es sumamente común que se dude de la existencia de este tipo de enfermedades que “no se ven en una radiografía o un análisis de laboratorio”, a lo que se suma el desconocimiento y estigma social sobre las enfermedades mentales.
 
A decir de la especialista, es indispensable la difusión de la salud mental, y puso como ejemplo el hecho de que las personas no saben que la depresión es una de las enfermedades más comunes entre las mujeres, pues “no es cualquier tristeza que se cura con una hierbita o de la que se pueda salir ‘echándole ganas’”.
 
Barrera Villalpando destacó que también, incluso por parte de muchos profesionistas de la salud, hay una tendencia a pensar que la labor de psicólogos o psiquiatras no es relevante o científica.
 
En su artículo “¿Por qué hablar de género y salud mental?”, la doctora Luciana Ramos Lira, directora de Investigaciones Epidemiológicas y Psicosociales del Instituto Nacional de Salud Pública, las mujeres no sólo presentan tasas más elevadas de trastornos mentales (como depresión, ansiedad y bipolaridad) que los hombres, sino también síntomas más graves y discapacitantes.
 
Agregó que la estigmatización que sufren las enfermedades mentales coloca a las personas en una condición de inferioridad y pérdida de estatus, lo que al mismo tiempo genera sentimientos de vergüenza, culpabilidad y humillación.
 
En entrevista con Cimacnoticias, Priscila Rodríguez, directora de la Iniciativa para los Derechos de las Mujeres en las Américas de Disability Rights International y quien trabaja con mujeres con discapacidad psicosocial –derivada de enfermedades mentales–, aseguró que muchas de las mujeres con estos padecimientos son recluidas en instituciones, albergues o medicalizadas, y en el mejor de los casos recluidas en sus propios hogares.
 
Lo anterior es preocupante para las organizaciones, pues en reiteradas ocasiones han señalado que las enfermedades de salud mental no son incapacitantes. “En muchos casos sí es una discapacidad pero no es limitante, pues no por tenerla dejas de ser funcional o dejas de ser parte de la comunidad”.
 
Por ello lamentó que pese a que en 2013 se reformó la Ley General de Salud en materia de salud mental, la política de atención ve a las mujeres que no gozan de plena salud mental no como “personas sujetas de derechos, sino como objetos de protección”, por lo que la atención está enfocada en la institucionalización y no en la inclusión de las personas desde un enfoque comunitario.
 
En 2014, del total de presupuesto asignado a salud, sólo el 2 por ciento es para salud mental, y el 80 por ciento de este monto está destinado a las instituciones, ello en un país donde, según estimaciones oficiales, aproximadamente el 15 por ciento de la población padece algún tipo de enfermedad mental y de ellas apenas el 5 por ciento accede a un tratamiento.
 
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