Inicio Atoyac: 31 años de dolor por familiares desaparecidos

Atoyac: 31 años de dolor por familiares desaparecidos

Por Sandra Torres Pastrana/enviada

«Hace 31 años se llevaron a mi esposo, Florentino Loza Patillo, fue detenido el 14 de julio 1977 en Oaxaca por la Dirección Federal de Seguridad del Estado por el comandante Wilfredo Castro Contreras que lo remitió a Acapulco al militar Acosta Chaparro, ellos saben dónde quedó mi esposo».

Es el relato de Angelina Reyes Hernández, quien en exclusiva para Cimacnoticias cuenta la forma como descubrió a los responsables de la desaparición de su esposo, un sollozo le impide seguir hablando, toma aliento y continúa.

Sus palabras son contundentes, «esto lo puedo asegurar, porque yo fui a los Archivos de la Nación y ahí encontré la declaración de él con dos fotografías donde se nota muy golpeado».

De pie, vestida con sweater negro y falda con flores, dice con coraje.

«Desde ese día no he descansado. He sufrido mucho y he luchado mucho al lado de mi hijo, que en ese entonces tenía 10 años de edad. A partir de ahí me convertí en madre y padre para él. Siempre he vivido con la esperanza de volver a ver a mi esposo. Pensé que iba a regresar, pero no fue así. Estuve ocho días en la capital de Oaxaca buscándolo con algunos compañeros haciendo gestión, pero todo fue inútil, pasó el tiempo y hasta la fecha no regresó».

Angelina es una más de las mujeres de Atoyac, quienes guardan en lo más profundo de su corazón el dolor de haber perdido a un familiar, luego que la llamada «guerra sucia» impuesta por el gobierno federal hace más de 30 años las golpeó de manera diferenciada, al quedarse solas y tener que sacar adelante su hogar.

A partir de entonces iniciaron una lucha por encontrar a su marido, hijos y hermanos, más de 400 casos de desaparecidos, a quienes elementos del ejército se llevó por la fuerza, una lucha que no ha terminado y a la que no le ven un pronto fin.

Una a una, las historias de las mujeres de Atoyac dejan al descubierto el estado de impunidad que existe en el país, a más de 30 años en que el gobierno federal no ha podido dar una respuesta del paradero de sus esposos, hijos y hermanos.

«Para mí como mujer fue muy difícil salir adelante con mi hijo, trabajar y buscar a mi esposo», dice Angelina.

Y anuncia «Hasta hoy, mi hijo de 41 años y yo vivimos en la incertidumbre, pero seguiremos luchando hasta saber el paradero de mi esposo y de cada uno de los desaparecidos».

MIL SOLDADOS LLEGARON A MI CASA

En los años 70 mencionar el apellido Cabañas era señal de peligro. Se volvió un estigma para la población de Atoyac de Juárez pues aún cuando no tuvieran ningún parentesco con el ex maestro rural Lucio Cabañas, el ejército los podría relacionar con el guerrillero, líder social de la región.

En la escuela, si una alumna o alumno tenía un padre guerrillero o se apellidaba Cabañas, era motivo de alerta. La maestra les aconsejaba no decirlo para evitar represalias.

«Mi apellido es Cabañas», puntualiza un hombre de alrededor de 39 años, quien pide se omita su nombre, lo acompaña su madre de 80 años, que ya casi no ve y no habla, quizá el miedo y el tiempo le robaron la fuerza para seguir denunciando, su rostro denota tristeza, mira el piso y sus ojos se llenan de lágrimas.

Él denuncia: «Cuando hemos querido alzar la voz, el gobierno nos calla».

Cuando la llamada «guerra sucia» este hombre era un niño, tenía siete años.

«Es la primera vez que acompaño a mi madre y que hablo de lo que vivimos hace más de 30 años. Alrededor de mil soldados llegaron a mi casa en el municipio de Arbolillo cuando yo apenas tenía siete años. Por tener el apellido Cabañas, se llevaron a mis cuatro hermanos y a mi padre que se encontraban trabajando en el campo, fueron golpeados y se los llevaron a la fuerza», cuenta.

Todavía hoy el apellido Cabañas pesa en la comunidad. Como un símbolo de lucha contra la injusticia y como una alerta que silencia las voces. Nadie acepta, o dice a voz en cuello, que su familiar era guerrillero o tenía que ver con la protesta social de aquel entonces.

«Mi madre a partir de este acontecimiento se dio a la tarea de localizarlos sin lograrlo, su depresión la llevó a que todos los días salía corriendo de la casa, abrazaba las palmas y gritaba: ¡mi hijo!, pensando que era uno de mis hermanos».

Quebrándosele la voz y con lágrimas en los ojos, continúa.

«El dolor de mi madre desde ese día hasta hoy no ha podido sanar, mis hermanos y mi padre nunca regresaron, ni vivos ni muertos. La única respuesta que obtuvimos por parte de las autoridades fue que los que fueron detenidos y encarcelados en esas fechas se los llevaron para Acapulco, de ahí los tiraron al mar y otros fueron echados a la fosa común».

Cabañas denuncia «nosotros seguimos luchando, mientras Echeverria sigue siendo investigado, según detenido pero en su casa, el gobierno esta esperando a que se muera para que no pague por todo lo que hizo y nosotros seguimos esperando repuestas y a nuestros familiares».

La desesperanza y la lucha que han dado las mujeres de Atoyac por encontrar a sus familiares desaparecidos y llevados a la fuerza por grupos militares, ha pasado de generación en generación, de madres a hijas, de abuelas a nietas.

Las más jóvenes tuvieron que madurar pronto, dejando la escuela, lavando ajeno y ayudando a sus madres en la siembra y recolecta de café.

En voz de cada una de ellas se escucha que cuando sus hijos crecieron –aquellos que no se llevaron los militares porque eran muy pequeños– tuvieron que dejar Atoyac y emigrar al norte, con la esperanza de ganar más dinero para así ayudar a sus madres, quienes sin esposos e hijos mayores no pudieron cultivar la milpa de igual manera.

El trabajo duro en el campo lo hacían los hombres, dicen, ellas se encargaban de la recolección, por eso desde entonces la siembra nunca fue ya igual. Ahora las mujeres de Atoyac siembran parcelas más pequeñas, con plantas de café, más fácil para el cultivo y la recolección.

LUCHAR POR LOS DERECHOS HUMANOS

Muchas de estas historias fueron contadas por primera vez en «El encuentro estatal de mujeres y la lucha por los derechos humanos», que se llevó a cabo en Atoyac el pasado 6 de diciembre. Aunque había algunos periodistas y una veintena de invitados, luchadores sociales de otras organizaciones, a las mesas de trabajo sólo entraron las madres y esposas de los desaparecidos y algunas organizadoras del evento que reunió a más de 140 personas, en su mayoría mujeres, víctimas de la llamada «guerra sucia».

La convocatoria la hizo el Gobierno del estado, la Secretaría de la Mujer del estado de Guerrero, la Asociación de Familiares de Detenidos, Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a los Derechos Humanos (Afadem), la Organización Proyectos Mujer y el Instituto de Desarrollo Social (Indesol).

Esta vez el propósito del encuentro no fue político. El objetivo: que a través de conocer las necesidades emocionales y sicológicas de las mujeres de Atoyac se elaborara un modelo de atención que permita ayudarlas a superar el dolor y la angustia que por 31 años han llevado a cuestas.

08/STP/VR/CV

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