Inicio Atzompa: «Había ido a recoger a sus borregos, pero no regresó»

Atzompa: «Había ido a recoger a sus borregos, pero no regresó»

La tarde del domingo en que los soldados la atacaron, había ido a recoger a sus borregos, como todos los días, pero ya no regresó.

Preocupada por su tardanza, su hija Martha salió a buscarla. Pensó que quizás tenía problemas con alguno de sus ocho borregos que pastaban en una colina cercana.

«Yo la encontré, estaba viva, mi madrecita», dice Martha, temblorosa por el frío que genera la neblina de la tarde y que cubre ya la montaña. Y llora sin control al recordar a su mamá ensangrentada, implorando ayuda, diciéndole que los soldados «se le habían echado encima».

Con los cabellos despeinados, los ojos hinchados de tanto llorar desde la tarde del domingo y resguardándose en un gigantesco maguey, al que parece acercarse en busca de protección, Marta, acompañada de su hermano Julio, dice que no aceptan la ausencia de su madre, victimada por soldados en esta colina de la comunidad serrana de Tetlacingo. Quisieran que la familia estuviera completa.

Con la mirada fija en la lejanía, dice que nada quiere, sólo ver a su familia nuevamente reunida. Toma aire y aprisiona la punta del maguey para provocarse un dolor, que distraiga, que opaque, el sentimiento que provoca su llanto.

Voltea hacia a su vivienda, con piso de tierra, láminas de cartón y maderas. Mucha gente rodea ahora su casa: autoridades, vecinos, familiares, periodistas. Y me revela, en su escaso español, «me siento muy triste, quiero gritar y verla venir a mi mamacita por ese camino». «¿Porque le pasó eso a mi mamacita?», me pregunta.

«Nos quedamos solos mis cinco hermanos yo, mi familia no es la misma sin ella, nunca volveremos a estar juntos, nos quedamos solos».

Martha es la menor de cinco hijos y la única que vivía con su madre. Criaban borregos y sembraban hortalizas para el autoconsumo.

Ahora el gobierno de Fidel Herrera construye una casa a cada uno de los hermanos. La reparación del daño, un consuelo de cemento.

Junto a la casa, que ocupó Ernestina durante más de 70 años, decenas de blocks se apilan, en espera de los albañiles.

Serán casas con piso de concreto y techos de lámina de zinc, diferentes a cualquiera de las casitas del lugar que son tan sencillas como la de ellas.

Entre animales de corral y por lo menos 10 perritos recién nacidos que juegan con un grupo de niños, están sus hermanos. Todos se dedican a la elaboración de sillas de madera, que venden en los poblados cercanos. Apenas 250 pesos de ganancias obtienen para repartirlos entre todos.

Sin quitar la mirada de la fogata que calienta una gigantesca olla de café para los visitantes, Martha, Carmen, Juana, Francisco y Julio piden justicia por la muerte de su madre.

No quieren nada, sólo justicia.

La muerte de su madre, una mujer alegre y trabajadora que les enseñó el amor al trabajo y a la tierra que los vio nacer, les destruyó su vida tranquila.

Nada desde el domingo, será lo mismo. El pilar de su familia se rompió, bajo la enorme bota que pisa la sierra Zongolica.

07/LC/GG

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