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Bacalar: después de Dean, el silencio

Por Cecilia Lavalle/corresponsal

En Bacalar si algo impera es el silencio. A escasas 72 horas del paso del huracán Dean, el pueblo entero está como en pausa.

Y no es que este lugar, ubicado a sólo 20 minutos de Chetumal, suela ser muy ruidoso. Es que por de pronto parece que se le acabó la magia. Fue uno de los pocos encalves españoles en Quintana Roo al terminar la conquista. Y lo fue a costa de la política de exterminio del conquistador.

Luego recibió las delictivas visitas de piratas. Por eso se mandó a construir un fuerte. Con cañones y foso y vista espectacular a la bellísima laguna de Bacalar.

Después fue escenario de cruentas batallas durante la Guerra de Castas, la conflagración entre mayas y mestizos y blancos peninsulares efectuada en el siglo XIX.

De manera que si de su historia depende, Bacalar tiene mucho de donde sacar su magia. Hay quien dice que a veces se ven fantasmas. Hay quien sostiene que a veces se oyen lamentos en la iglesia. Hay quien afirma que la energía que tiene Bacalar es única.

Como sea, recientemente fue nombrado Pueblo Mágico, una categoría que dentro del negocio del turismo permite difusión y recursos para su promoción.

Bacalar es ahora una ciudad con 10 mil 472 habitantes, que desean que su ciudad sea cabecera de su propio municipio. Es la sede de un campeonato de motonáutica de fama internacional.

Alberga a creadores y creadoras que lo mismo pintan que esculpen que hacen poesía. Y ayer como hoy tiene una hermosa laguna que con acierto es calificada como la laguna de los siete colores.

LA DESNUDEZ DE LA DESTRUCCIÓN

Al llegar al poblado es lo primero que se ve. La vista es tan hermosa que casi se me olvida que antes debía acercarme a la avenida costera para admirarla. Pero hoy no hay árboles que me impidan la vista. Luce prácticamente desnuda y da pena verla así. El cenote azul también está desnudo.

El paisaje se ha transformado. Muchos árboles están doblados como si alguien les hubiera dado un manazo. Los que están en pie se quedaron con muy pocas hojas o se ven secos. Uno que otro mantuvo su verdor.

Los postes de luz en el suelo o rotos por mitad se cuentan por docenas. Me dicen que tardarán cerca de una semana en restablecer la luz, y conste que también me dicen que los hombres de la Comisión Federal de Electricidad trabajan día y noche.

La gente se mueve despacio. Como si no quisiera tentar más a la naturaleza. Como si debiera andar de puntitas para no despertar nuevamente su furia.

El alcalde, José Alberto Contreras y el diputado Francisco Flota Medrano recorren el poblado. Hacen el recuento de la destrucción.

Más de la mitad de todas las viviendas presentan daños importantes, me informan. Cerca de mil están totalmente destruidas.

Pero algunos medios, reclama el alcalde, dicen que Quintana Roo está bien porque Cancún y Playa del Carmen están bien. ¿Y Bacalar qué? ¿No cuenta?

Su sensación de exclusión no es nueva para el sur. Las dispares condiciones económicas entre el sur, el centro y el norte del estado históricamente han contribuido a esa sensación. Una sensación que parecía comenzar a borrarse cuando, tras el paso del huracán Wilma, la gente del municipio Othón P. Blanco se volcó para ayudar al norte. Entonces, por fin Quintana Roo fue uno solo. Hoy existe una nueva oportunidad.

Por de pronto a Bacalar le llegó la ayuda del Ejército. En un parque de la ciudad instalaron una cocina que ofrece dos mil raciones diarias de desayuno, comida y cena. También llegó la ayuda de los gobiernos estatal y municipal, así como del DIF.

Pero es insuficiente, me cuentan. Y es que se necesita mucho para que sea suficiente.

Donde se pregunte, la gente dice que necesitan láminas para techar sus casas. El gobierno repartió 3 mil 500 fardos, que se distribuyeron a dos y tres fardos de láminas por familia. Pero, a la mayoría, eso no les alcanzó para techar un cuarto, que es en realidad toda su casa. Un fardo alcanza para cubrir siete metros cuadrados. Sólo que sus techos suelen ser de dos aguas, se cubre una parte, pero eso no resuelve su problema. Si llueve, literalmente les lloverá sobre mojado.

Esperan que se les repartan más fardos, pero eso no sucederá, al menos no pronto. Un cálculo extraoficial apunta a que se necesitarán unas 80 mil láminas para más o menos resolver el problema. Y entre jueves y viernes sólo se habían repartido alrededor de 12 mil que envió la Federación.

Así que la gente de Bacalar empieza a desesperar. La desesperación proviene de la suma de las adversidades. Muchas personas perdieron todo porque varias zonas se inundaron. El viento se llevó no sólo sus techos y parte de sus casas, también su siembra.

MUJERES, ÁRBOLES, DESOLACIÓN

Las mujeres hablan en pasado. Aquí estaba mi casa, aquí estaba mi mata de naranja, aquí tenía aguacate, aquí vivían mis gallinas, esto era un horno de pan.

En pisos cubiertos de lodo y casi a la intemperie guardan lo que quedó. Un colchón que tiene siglos de sueños, unas cuantas prendas de ropa, unas cuantas gallinas.

Muchas mujeres lloran la muerte de sus árboles. Y es que no sólo las han acompañado en los últimos 10 ó 12 años de su vida. Es que forman parte del sustento familiar. Es que saben que no tendrán qué vender ni qué comer en los próximos días.

Para muchas familias la economía se ha detenido. Viven de trabajos temporales. Y no ha habido trabajo esta semana.

Marbella, por ejemplo, madre de cuatro hijos, trabaja en un pequeño hotel en el que le pagan 50 pesos por cada habitación que limpia. Pero si no hay turistas no hay trabajo. Herminia trabajaba en una lonchería, pero la estructura se dañó, no sabe cuándo volverán a abrir. Claudia vende hot dogs en el parque, pero su patrona también se inundó, así que no hay venta. Y tampoco hay parque, porque ahí sólo se ven árboles caídos y decenas, ¿cientos? de pájaros muertos.

Viera a las 5 de la mañana, había un canto hermoso porque aquí hasta los pájaros despertaban contentos, me dice don Álvaro, quien todas las mañanas pasa por el parque para ir a su trabajo.

Hoy hay silencio.

07/CL/GG

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