Inicio Cárcel iraquí de Abu Ghraib, lugar de represión y tortura

Cárcel iraquí de Abu Ghraib, lugar de represión y tortura

Por Karen Marón

La cárcel de Abu Ghraib en esta ciudad es una más de las tantas donde se cometen atroces torturas contra mujeres y hombres que permanecen recluidos, muchos por «razones políticas».

«Yo les suplico, les ruego a los soldados americanos que me devuelvan a mis hijos. Por favor, que no los torturen más», narra con la tradicional abaya negra chiita, una madre que rompe el silencio en las puertas de la prisión.

Después de tres meses, Sabah, una mujer de 67 años, sigue esperando. Una noche, soldados americanos destruyeron la puerta de su casa, situada al oeste de Bagdad, y se llevaron a Nassir, de 27 años; Hamed, de 29, y Jalil, de 31. Buscaban armamento, pero nada encontraron. También detuvieron a su esposo, un hombre de edad, al que dejaron en libertad por graves problemas de salud.

«Ellos acusaban a mis hijos de pertenecer a la resistencia, pero sólo eran fabricantes de pan», dice, mientras espera ingresar a la penitenciaría, rebautizada, después de la caída del régimen de Saddam Hussein, con el nombre de Centro Correccional de Bagdad.

Esta prisión, que se levanta a 30 kilómetros al oeste de la capital irakí, fue el símbolo de la represión durante la dictadura de Saddam Hussein.

Construida por empresarios británicos en los años 60, miles de prisioneros políticos fueron torturados y masacrados allí. En 1984, cuatro mil detenidos opositores al régimen fueron ejecutados y kurdos y chiitas utilizados como conejillos en experimentos con armas químicas y biológicas, según difunde el portal de Mujereshoy.

LA PRISIÓN

Abu Ghraib fue el ejemplo más claro de la represión, y hoy del abuso del poder y la infamia. Las revelaciones de las torturas a los prisioneros por parte de los soldados estadounidenses y británicos, revivieron los fantasmas del pasado y se convirtieron para los iraquíes en el símbolo «maldito» de la ocupación.

Las fotos que impactaron al mundo entero no son una novedad para los iraquíes, que denunciaron en numerosas oportunidades las aberraciones. Distribuidos en grupos de 40 personas que conviven hacinadas en celdas de cuarenta metros cuadrados, los cinco mil «detenidos de seguridad» -entre los que se encuentran 20 mujeres-, pasan sus días en Abu Ghraib con destino incierto.

«Entre Saddam y Bush, yo prefiero a Saddam. Es más tolerable que lo torture su presidente que el colonizador». Encarcelado en julio de 2003 por el porte ilegal de fusiles Kalashnikov, Hamid Jassim pasó 12 meses en prisión. Alimentado únicamente con agua y galletas, transcurrió su tiempo en un espacio de cinco metros.

No es el único caso denunciado hace tiempo y al que no se reconocía oficialmente. A Keisan Abelly, de 39 años, y a su padre, de 80, les colocaron una capucha y esposas y los obligaron a permanecer casi ocho días de pie o de rodillas, de cara a una pared, mientras los interrogaban.

«Nos privaron del sueño colocando una luz muy intensa junto a nuestra cabeza mientras se escuchaba una música distorsionada. Las rodillas me sangraban, de modo que traté de mantenerme de pie la mayor parte del tiempo mientras escuchaba los gritos de mi padre encerrado en una celda contigua», recuerda Abelly.

Las agrupaciones defensoras de los derechos humanos estiman que en las prisiones de todo el país existen cerca de seis mil detenidos en forma irregular.

EN LAS PUERTAS DEL INFIERNO

En la entrada central de la prisión, centenares de familiares y amigos de prisioneros esperan pacientemente ingresar para ver a los detenidos. Hombres, mujeres, niñas y niños de todas las edades soportan un calor sofocante, observados por decenas de militares americanos apostados en los puestos de control que cercan el establecimiento.

Todos están pendientes de la mirada atenta de los soldados. «Además de colonizarnos, nos torturan. Lo único que queremos es que se vayan», dicen los hombres a viva voz, reclamo que se multiplica con mas fuerza en Irak.

Un oficial del Ejército de Estados Unidos, que impide el paso a la prensa, dice que cada día se permite la entrada a la prisión, pero los familiares presentes lo niegan. Los soldados vigilan constantemente a las mujeres que llegaron a reclamar a sus parientes. Los vehículos Humvee blindados, repletos de soldados y rifles, custodian la prisión, pero las madres no se mueven de sus lugares a pesar del intenso sol.

Hace 11 meses que Hakima busca a Alí, su hijo. «Estábamos en nuestra casa, descansando, cuando los americanos entraron; han capturado a mi hijo, lo han golpeado hasta verlo sangrar. Entonces cómo no lo van a torturar dentro, si lo han hecho en nuestra casa».

Desesperada, decidió entrevistarse con las autoridades de la coalición para conseguir la autorización escrita que le permita encontrarse con Alí. Una ilusión, en la mayoría de los casos, pues quienes la logran, rara vez pueden traspasar los portales de la prisión.

«Humillándonos de esta manera nos van a convertir a todos en bombas humanas. Que los terroristas americanos se vayan del país y nos devuelvan a nuestros hijos», dice una mujer de Bagdad que reclamaba por sus hijos.

Geoffrey Miller, director del sistema penitenciario de la coalición en Irak, anunció que los detenidos pasarán de tres mil 800 a dos mil en los próximos días. «Ya nos prometieron la libertad y no cumplieron, ¿quién dice que cumplirán esta vez? Que se vayan, es lo único que queremos», repiten los detenidos. Sabah sigue esperando. Su rostro es una mueca de dolor, lleva las manos a la cara y repite: «No los torturen mas»…

*Única periodista latinoamericana de El Espectador de Colombia, en la zona que tuvo acceso al recinto carcelario.

2004/GV/SM

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