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Calidad de vida femenina: entre pobreza y enfermedad

Por Lourdes Godínez Leal

Las crisis recurrentes durante tres administraciones, han deteriorado la calidad de vida de las mexicanas y las de sus hogares durante la última década.

Ni la entrada al primer mundo, con el Tratado de Libre Comercio en 1994 con Carlos Salinas de Gortari, ni el Bienestar para la Familia prometido por Ernesto Zedillo, mucho menos la promesa de Cambio de Vicente Fox, han logrado superar los niveles de vida de las y los mexicanos; es más, han sido un factor fulminante de la cada vez menor clase media.

La incertidumbre laboral se ha convertido en una amenaza social y en un factor de estrés para las mujeres, quienes tuvieron que empezar a trabajar a raíz de la pérdida de los empleos de sus esposos, o bien, la caída de sus salarios, misma que ha mermado su, de por sí, ya deteriorado poder adquisitivo.

«…cuando mi esposo se quedó sin trabajo porque hicieron recorte en la empresa donde trabajaba, primero vendimos el coche, luego empecé a vender cosméticos, luego colchas y así para ayudar a la casa porque tenemos tres hijos…»

Y es que, según datos de la Universidad Obrera de México (UOM), de la devaluación de diciembre de 1994 a agosto del 2002, el salario mínimo en México sólo podía cubrir el 27.7 por ciento de una canasta básica indispensable, de apenas 40 productos, ya que se necesitaban cuatro salarios mínimos para poder adquirirla.

Situación que no ha variado en 2004 , incluso se siguen necesitando cuatro salarios para completarla, con la diferencia de que ahora con 400 pesos se adquieren menos de 40 artículos. Ello si se toma en cuenta que en nuestro país una canasta básica debe cubrir las necesidades de una familia completa integrada por entre cuatro y cinco miembros.

Aparte, cada día gastan poco más de cien pesos para transporte de ellas y de los hijos, y para la comida del día. Ello sin contar otros gastos mensuales como el gas, la luz, el teléfono y en algunos casos, la renta de la vivienda.

DETERIORO EN LA SALUD

El ritmo acelerado de vida, las nuevas exigencias laborales que no se pueden cubrir, las carencias económicas y las relaciones interpersonales, son factores que han incidido en la salud de las mujeres, predominando el estrés, refiere Patricia de Buen Rodríguez, de la facultad de psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Ahora no hay tiempo para la mujer, desde temprano inicia su jornada laboral para sobrevivir, las distancias que tiene que recorrer para trasladarse al trabajo, el miedo a la violencia, todos son factores que durante los últimos años han contribuido a minar su calidad de vida.

«…yo me levanto a las cinco de la mañana, vivo en Ecatepec y trabajo en la del Valle, hago dos horas a mi trabajo, pero antes tengo que dejar listo a mi hijo para la escuela, trabajo haciendo limpieza en varias casas; regreso a la mía como a las ocho, (y) pues sí, llego a hacer otras cosas, lavar y a preparar la cena, tengo casi 12 años haciendo lo mismo, desde que me dejó mi esposo….»

Para Patricia de Buen Rodríguez, la organización del hogar, el cuidado de los hijos y de otros familiares, así como los conflictos familiares son situaciones que incrementan el estrés normal.

«….en casa vivimos once personas, mi papá no deja trabajar a mi mamá porque tiene que cuidar a su mamá que está enferma, a pesar de que el dinero no nos alcanza, ella se preocupa mucho y llora cuando los demás no están en casa…»

Patricia de Buen explica que todas estas circunstancias aunadas a otros factores sociales como el hecho de que la mujer labore fuera de casa y la doble jornada han impactado en la salud de las mujeres, manifestándose en el incremento de diversos tipos de enfermedades como las cardiovasculares o el síndrome de fatiga crónica, que tiene que ver con la falta de descanso.

Alteraciones en el sueño como insomnio o no dormir con calidad, cambios constantes de humor y en el estado emocional, como la depresión, son otras consecuencias de la doble jornada de trabajo que a la vez deteriora las relaciones familiares.

«…desde que trabajo duermo de cinco a seis horas diarias, hay veces que sí me siento cansada pero el fin de semana si puedo dormir un poco más lo repongo, aunque no siempre es suficiente, por qué, porque tengo que cocinar en las noches después del trabajo y atender a los niños en las mañanas…»

Las mujeres salvan la situación en el hogar, del marido ausente, y aparte de otros familiares como la tía, la abuela e hijos. Con la vejez de los familiares, ellas se quedan a cargo, sin embargo, las consecuencias en su salud son a largo plazo, enfatizó de buen Rodríguez.

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