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Camila Henríquez Ureña

Por Erika Cervantes

La historia del feminismo no es sino el lado femenino de esa cuestión eterna -la pugna entre las dos mitades de la humanidad-, y, por tanto, es la historia de una lucha entre partes muy desiguales.

Porque, como quiera que consideremos el problema, tenemos que partir del hecho incontrovertible de que la mitad femenina del mundo se ha encontrado siempre en condiciones de inferioridad respecto de la mitad masculina, esto decía Camila Henríquez Ureña en la primera mitad del siglo XX.

Camila Henríquez Ureña nació en República Dominicana, el 9 de abril de 1894, a la edad de nueve años se trasladó con su familia a Cuba, donde en 1926 adoptó la ciudadanía cubana. Camila provenía de una estirpe familiar de literatos, pensadores y educadores.

Su madre, Salomé Ureña, fue una notable precursora de la educación femenina en República Dominicana. Como fundadora de la enseñanza superior de la mujer en ese país, Salomé Ureña trabajó al lado del puertorriqueño Eugenio María de Hostos en la reforma de la enseñanza que permitió más tarde la fundación de las Escuelas Normales y fue directora de la Escuela Normal de Maestras.

En 1932, luego de ejercer por varios años la docencia en Santiago de Cuba, Camila se traslada a París para seguir estudios en la Sorbona.

Al volver a Cuba, Camila fija su residencia en La Habana y es elegida para presidir la Sociedad Femenina Lyceum y funda la institución Hispano Cubana de Cultura.

Camila señalaba en 1939 que la primera prueba de capacidad cultural que puede dar una mujer es la seriedad ante el trabajo y ante la vida.

Sus conocimientos sobre los clásicos griegos y latinos, la literatura medieval y la antropología la condujeron a producir un notable ensayo sobre la situación de la mujer a lo largo de la historia. «Feminismo» será una de sus más importantes contribuciones al pensamiento feminista contemporáneo.

Para su tiempo, las ideas de Camila resultaron » muy agresivas», pero su fama como educadora y filósofa, amén de sus títulos académicos adquiridos en universidades estadounidenses, donde ejerció diversas cátedras desde 1916, la puso a salvo del ostracismo.

Camila unió a su riguroso y penetrante análisis sobre los orígenes del patriarcado, una notable comprensión sobre instituciones como el matrimonio y la familia, y su influencia en la opresión de las mujeres.

Prueba de ello son las charlas ofrecidas en 1939, donde señala «que la cultura, como la sociedad, eran espacios limitados para la mujer, reducida todavía al mundo privado del hogar o sometida a la manipulación del placer del valor por la vía de la prostitución». Y abunda en que «El verdadero movimiento cultural femenino empieza cuando las excepciones dejan de serlo».

Hay que reconocer la congruencia con la que Camila Henríquez Ureña llevó su vida cuando toma la decisión de abandonar su favorecida situación económica en el Vassar Collage en Estados Unidos de Norteamérica para incorporarse al proceso revolucionario.

En la gestación de una nueva pedagogía, su obra sería precisamente la de forjar en las aulas universitarias, a esa pléyade que hoy se expande por todos los registros y horizontes de la cultura en Cuba y que fueron sus alumnas.

Camila Henríquez Ureña muere el 12 de septiembre de 1973. Ella nos hereda la claridad de su pensamiento respecto a las mujeres pero sobre todo la certeza que un día la excepción será la regla en beneficio de la humanidad.

2005/EC/SJ

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