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Caminos cerrados para la niñez en Misantla, Veracruz

Por Redaccion

Cuando llegó al albergue, las dos niñas y los dos niños salieron jubilosos a recibirla porque era la primera visita que su mamá les hacía desde que los metieron allí. Sin embargo, al concluir los abrazos y los besos se colgaron a su vestido y le empezaron a rogar:

–Mami, mami, por favor sácanos de aquí, tenemos miedo porque hasta un pinche loco hay. Yo no quiero estar aquí, no soy drogadicta, sólo ando vendiendo.

Así relata Jefté Martínez, reportero de El Chiltepin, periódico de Misantla, Veracruz, al este de México, la vida cotidiana de una familia, en donde las y los niños enfrentan la pobreza trabajando como vendedores ambulantes, padecen la violencia, su adicción a solvente y la reclusión en un centro, a donde los llevaron empleados del Sistema Estatal para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) municipal, no exento de peligros.

Xóchitl de 10 años, Ulises de 11, Juan de 12 y Marisol de 13, fueron recluidos en ese lugar bajo el argumento de que se recuperaran, ya que los niños presentan un problema de adicción y las niñas una «situación de calle».

La señora Ángela está preocupada de que sus niños estén ahí. Dice que no es un lugar seguro porque están revueltos adultos de ambos sexos con niñas y niños (personas con problemas de adicción que ingresaron hace 10, 20 ó 30 días para su «recuperación»).

«Es más, dice la señora al reportero, fíjese que los hombres duermen en un cuarto y las mujeres en otro, pero no hay puerta, nomás los divide una cortina; imagínese que alguien se quiera pasar de noche a donde están mis niñas».

El lugar se llama Centro de Recuperación y Rehabilitación para Enfermos de Alcoholismo y Drogadicción (CRREAD) y está ubicado en la calle Los Mangos número 100, colonia Los Reyes, en Martínez de la Torre, Veracruz. En este momento alberga a cerca de 50 personas.

En esa casa color melón cuya apariencia exterior es la de un taller mecánico y la interior de una cárcel, están encerrados hasta el momento alrededor de 10 niñas y niños misantecos que en los últimos días han sido atrapados por la policía mientras inhalaban solventes o vagando por las calles.

Durante la más reciente visita que Ángela les hizo sus hijas e hijos, estos ya no están tan preocupados. Marisol, la mayor, le platicó:

– Qué crees, mami, ayer salí a colectar a la calle (pedir dinero a los transeúntes con un bote) y saqué como 150 pesos, mis amigas se sacaron 300, y nos dieron 85 a cada una.

La más chiquita, Xóchitl, de 10 años, arrebató la palabra y abrazada a su mamá le rogó:

–Mami, mami, dame permiso para que el director me deje salir a colectar a mí también, yo también quiero ganar dinero. ¿Le dices?

– ¡No, má! –interviene Marisol–, no la dejes ir porque es bien peligroso. Tu crees que ayer merito me mata un trailer en la carretera y no, cómo crees; además esta pinche chamaca es bien mensa para andar en la calle, no le des permiso.

Platican en el cuarto de visitas, bajo el sofocante techo de lámina y las paredes color melón. En éstas, cuelgan cuadros con indicaciones a los internos. Las mesas y sillas rojas le dan apariencia de fonda. En la esquina está un baño sin ventilación y sobre éste, colchonetas y cobijas enrolladas porque de noche, allí duermen los hombres en el suelo.

Como la hora de visitas se acabó, varios adultos y jóvenes con pantalones cholos arremangados, pañuelo amarrado a la cabeza y collares de madera y piel, empiezan a levantar las mesas y las sillas y a barrer la estancia.

La cortina floreada movida por el aire permite ver las literas en la habitación contigua. «Ahí es donde dormimos las mujeres», dice Marisol. Al fondo, desde el patio con colgadizos desvencijados de lámina de zinc y cartón, llegan los gritos que distraen la plática de los menores de edad: «¡Ya viene, pronto va a estar aquí; el diablo va a venir y se los va a llevar a todos!». Es el loco, el que siempre está profetizando, explican al reportero.

LA RAÍZ DEL PROBLEMA

Xochitl, Ulises, Juan y Marisol son sólo cuatro de los 16 hermanos que procreó el matrimonio Rivera–Mújica.

Provenientes del campo, con la instrucción primaria a medias y sin ninguna idea de lo que es la planificación familiar, Pablo Rivera Lozada y Ángela Mújica Romero dejaron que la descendencia llegara al hogar, año tras año, hasta que darles de comer, vestirlos y calzarlos se hizo casi imposible, lo mismo que el estudio.

Con salarios de jornalero, albañil y, a veces, cortador de café, el padre de estos 14 niñas y niños (dos murieron) «se las vio duras» para darles lo indispensable, hasta que las circunstancias lo llevaron por primera vez a la cárcel en el año de 1988.

A partir de ahí, sin su proveedor, las y niños mayores empezaron a ganar la calle vendiendo enchiladas, molotes, dulces y todo lo que se pudiera, con tal de ganarse 10, 15 ó 20 pesos para llevarle comida a su mamá y a los más pequeños.

Varias veces su padre volvió a la cárcel y sus hijas e hijos se vieron empujados más y más a salir de su casa. Ulises empezó a vender desde los cinco años. Xóchitl y Elena también, mientras los mayores se emplearon en casas y tiendas, y dejaron la escuela.

La suma de pobreza extrema, violencia familiar, indiferencia social y exclusión, falta de atención de las autoridades y el abandono derivaron en los problemas de adicción que padecen los niños, donde el efecto del Resistol y otros inahlantes parece lo único agradable en su vida, lo mismo que la cercanía de la «banda» y las emociones del pillaje.

Así, su vida cotidiana transcurre sin festejos de Navidad, Día de Reyes o cumpleaños, sin escuela. Venden en la calle y a veces no tienen APRA comer, la policía los detiene a cada rato por robar e inhalar solventes.

De las 16 hermanas y hermanos de esta familia, dos murieron. Cuatro de los mayores cuatro formaron su propio hogar y una niña vive con otra familia. Los nueve restantes, la mamá y dos nietas, viven en una casa de madera y lámina de zinc que rentan en la colonia Teresita Peñafiel.

LA POLICÍA

Ulises y Juan pasaron a formar parte de la banda infantil que mantiene azorados a los comerciantes de la ciudad y que han llevado sus ilícitos hasta los municipios vecinos. Inhalan Resistol, thiner, PVC y consumen también mariguana.

En meses anteriores robaron lo que tuvieron a la mano: celulares, cámaras fotográficas, perfumes, licor, cigarros, ropa, bicicletas, calzado y dinero en efectivo. También abrieron rockolas y maquinitas para sacarles el dinero. A diario, eran llevados a la inspección de policía. Sin embargo, como no tiene edad para ingresar a un Tutelar para menores, eran liberados a las pocas horas.

El domingo 17 de junio del año pasado, cuatro integrantes de esta banda de niños fueron remitidos al tutelar de Banderilla por estar involucrados en varios robos. Tenían entre 10 y 17 años de edad. Los más grandes se quedaron pero los pequeños regresaron a la calle.

Pocos días después, el jueves 5 de julio un niño de 10 años amigo de Juan fue detenido por robar artículos de bellaza a un estilista.

El lunes 30 del mismo mes, un periódico local tituló una nota de la siguiente manera: «Niños víctimas de drogas detenidos por la policía municipal». Fueron encontrados a las 10 de la mañana inhalando Resistol 5000 en la colonia Villaraus y entre ellos se encontraba Juan.

El jueves 6 de septiembre la policía municipal detuvo a tres niños inhalando solventes químicos y cemento PVC, entre ellos Juan. Era la una de la mañana con 50 minutos y fueron encontrados en las calles Poniente y Carranza.

El miércoles 19 la policía municipal detuvo a cuatro adolescentes cuando fueron descubiertos metiéndose a una casa en la calle Ocampo. Entre ellos estaba Juan, El Sonrisas, El Chiltepín y El Tranzas.

El domingo 23 de septiembre, la señora Verónica Fernández Méndez denunció en la inspección de policía que unos niños le habían robado 7 mil 500 pesos: «Dejé mi bolsa cerrada dentro del negocio y cuando regresé ya se habían llevado el dinero». Se llevaron además las tarjetas de crédito y otros objetos de valor.

El lunes 24 los vecinos de la calle Obregón manifestaron su preocupación ante la falta de seguridad en esa zona, «ya que la parte baja del auditorio municipal se ha convertido en una madriguera de niños drogadictos que a últimas fechas han provocado muchos problemas», dijeron.

«A todos lo vecinos nos preocupa la inseguridad en que se encuentra esta calle ya que los chiquillos que se vienen a meter ahí debajo son ya una banda que se dedica a la delincuencia», denunciaron.

En la nota principal del martes 26 de septiembre, un periódico local narró la crónica de Ulises, un niño de 10 años de edad que un día antes fue encontrado en el parque Morelos en completo estado de aturdimiento por el PVC que estaba inhalando.

«Con una estopa empapada de cemento semioculta en la mano, el niño llegó anoche al kiosco tambaleándose de drogado. Con vocecita quebrada y queriéndose hacer el fuerte pidió al empleado que le cambiara un billete de a 50 pesos. ¿Para qué quieres el dinero? ‘Para comprarme algo’, respondió el niño desconfiado.

«Era de suponer que el pequeño quería el dinero para comprar más droga, por lo que con un poco de presión terminó por sacar de una de las bolsas del pantalón un frasco de cemento a punto de terminarse. Enojados, los presentes decidieron quitarle la estopa y el frasco mientras lo condujeron del brazo a una de las mesas del kiosco donde lo acomodaron y comenzaron a reprender.

«Con la mirada perdida, pupilas enrojecidas y casi sin poder hablar… apenas podía decir que se quería ir porque tenía que trabajar. Un ciudadano llamó al director del DIF y por la fuerza, llevaron al niño hasta su casa. Lo entregaron a su mamá quien con gesto de resignación dijo que ya no podía con él. La señora habló de la impotencia que sentía con ellos y aseguró no saber qué hacer.

«Por más que les digo y los regaño, ya no me hacen caso y nomás me descuido tantito se me van a la calle y no los vuelvo a ver hasta varios días después»… Para que el niño se bajara de la camioneta y entrara a su casa hubo la necesidad de volverlo a someter debido a que a llanto partido le rogaba a su mamá que lo dejara ir con ‘El Pollo’ porque al otro día iba a trabajar con él».

Un día después y acicalado por la preocupante situación, el entonces alcalde Víctor Domínguez Hernández se comprometió ante los medios de información a dar solución al problema de los niños delincuentes. «Nosotros antes de salir vamos a darle solución a este problema que tenemos enfrente».

08/GG

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