Resulta material de análisis la actitud de la sociedad frente a todo el proceso de eleccción política actual.
Enmedio de los atropellos y las raquíticas propuestas de los partidos, el abstencionismo se cirnió siempre como un cielo aplomado por la desilusión y la insolvencia de aquella esperanza fresca, única y nuevecita, del 2000, (echada a perder por la omisión de atender la fecha de caducidad).
Largas y demasiado costosas las campañas. Una exageración del número de partidos contendiendo, en su mayoría por única vez, pues perderán el registro.
Dos asuntos a revisar, sobre todo porque ambos nos representan un costo muy grave sobre los recursos económicos, ahorro que podría ser destinado en el combate efectivo contra la pobreza.
Lo que resulta muy ilustrativo, tanto durante el periodo de selección de candidatos en lo interno de cada partido, como en los tiempos de campaña, es el canibalismo, las fracturas, la falta de integración de los proyectos y propuestas, la ceguera a largo plazo del concepto de Nación.
La desconfianza plena entre unos y otros, incluso compañeros, el esquinazo a las mujeres (finalmente llamadas a engaño), y la urgente necesidad de discutir, cómo enfrentarán el 2006, las derruídas «fuerzas políticas».
Los partidos, algunos más desmantelados que otros, tendrán que reestructurar fondo, formas, estrategias, rumbo, metas y razones. Los planteamientos deben primero convencer a la militancia para poder ser contundentes a la hora de la oferta y la recuperación del voto.
Deben dejar la soberbia a un lado, la prepotencia y despotismo. Repararse y apoyar en la construcción de lo necesario para que a México le vaya bien.
Estas elecciones han sido un fuerte terremoto político. Habrá que recorrer calle por calle, contabilizar las pérdidas, los daños materiales y rescatar entre los escombros lo que aún siga con vida, desechar el cascajo y reapuntalar el edificio que ha de albergar un día la madurez política de nuestra incipiente democracia.
2003/MG/MEL
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