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Caravanas de madres: periplos por la justicia en un país indolente

Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa
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En 506 días no ha medrado la esperanza de las madres de Ayotzinapa por volver a mirar a sus hijos con vida; al contrario, juntas, han recorrido en caravanas miles de kilómetros desde el estado de Guerrero para buscarlos, y han viajado a otras entidades, e incluso a otros países, para denunciar los hechos violentos del 26 y 27 de septiembre de 2014 en Iguala.
 
Esta semana, tras más de 12 mil horas de cansancio atragantado, otra vez se dirigen al norte de México, pero ahora –como han hecho otras madres de mujeres desaparecidas o asesinadas en el país– para recopilar las averiguaciones judiciales en torno a la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, desperdigadas en distintos juzgados del estado de Tamaulipas.    
 
Este viernes 26 de febrero se cumple un año y cinco meses desde la desaparición forzada de los 43 jóvenes de la escuela “Raúl Isidro Burgos”, fecha que sus madres y padres conmemoran en esta ocasión con un viaje de cinco días rumbo a la ciudad fronteriza de Matamoros, en Tamaulipas, donde se libran diversos procesos penales contra policías preventivos e integrantes del grupo criminal “Guerreros Unidos”, presuntamente implicados en los hechos.
 
“Por la Verdad y la Justicia” –nombre de este nuevo recorrido– los pies de las madres suman 10 caravanas –en 17 meses– que han visitado más de 50 ciudades del país.
 
El nuevo periplo, que antes de llegar a Matamoros tuvo escalas en localidades de los estados de Querétaro y San Luis Potosí, para después arribar a Monterrey, capital de Nuevo León, inició al mediodía de este lunes 22. La llegada a Matamoros está prevista para este viernes 26.
 
Al partir desde esta ciudad, las madres –algunas con un paliacate rojo o blanco amarrado al cuello y con su mochila gruesa en la espalda– dijeron a Cimacnoticias que antes de salir investigaron cómo estaba el clima en Tamaulipas. Les esperaba la lluvia y el frío. Pero no les importó. Afirmaron que de todos modos irían porque –se preguntaron a sí mismas– “¿a qué nos quedamos?”.  
 
En esa entidad esperan reunirse con los titulares del Juzgado Primero y Tercero de Distrito del Poder Judicial, para que les expliquen las diligencias en las pesquisas, y por qué los hechos se juzgan como delito de secuestro y no como el de desaparición forzada.
 
Como si se tratara de un rompecabezas, con esta caravana las familias de Ayotzinapa suman otro esfuerzo al que vienen haciendo desde hace más de un año para reconstruir los hechos criminales que derivaron en la desaparición de sus hijos, principalmente porque el gobierno federal sigue omiso a la recomendación del Grupo Interdisciplinario de Expertas y Expertos Independientes (GIEI) –de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos– de integrar todos los procesos penales en un solo expediente.
 
CONTRA EL OLVIDO Y POR LA JUSTICIA
 
Las caravanas son un recurso que otras madres han emprendido para buscar a sus familiares desaparecidos, y también para exigir justicia por las personas asesinadas, como las del Movimiento Migrante Mesoamericano que vienen a México cada año desde 2006; las familias de las niñas y niños víctimas del incendio en la Guardería ABC, en Sonora, en 2009; o de las de madres de mujeres ultimadas y desaparecidas en Ciudad Juárez, Chihuahua.
 
En el caso de Ayotzinapa, cada nueva ruta que emprenden es en sí un esfuerzo para que la sociedad recuerde que además de sus hijos la justicia está ausente. Con cada reclamo, que se convierte en gritos que los micrófonos regresan en ecos, estas mujeres consiguen que los medios de comunicación repliquen sus demandas.
 
Desde el punto de vista de las madres de los normalistas, los recorridos también han servido para buscar a sus hijos, ya que –como relataron desde la primera caravana del 14 de noviembre de 2014 que siguió tres rutas– ellas llegan con la esperanza de que alguien en otro municipio guerrerense, otro estado o incluso otro país, les diga que tiene noticias, que sabe algo nuevo sobre los jóvenes.  
 
En paralelo, su paso por la República Mexicana también ha sido una forma de alianza con otras protestas sociales, para “abrir los ojos” –dicen ellas– sobre la realidad de este país y para conocer la solidaridad de la gente.
 
Este es el caso, por ejemplo, de María de Jesús Tlatempa Bello, madre del joven desaparecido José Eduardo Bartolo Tlatempa, que este 22 de febrero –cuando partieron a Tamaulipas– llevaba en la muñeca de la mano derecha una pulsera de chaquiras con el número 43, artesanía que le regalaron activistas.
 
Con sus viajes internacionales, como su visita al Comité contra la Desaparición Forzada de la ONU, en Ginebra, Suiza, y al Parlamento Europeo, en febrero de 2015, las madres y padres de los estudiantes han conseguido que a nivel global se revise la situación de los Derechos Humanos en México.
 
Antes de salir a las caravanas, las mamás de los estudiantes suelen llevar una bolsa o mochila, uno o dos suéteres, cobijas y lonas blancas; algunas otras cargan con sus equipos de costura para coser flores en servilletas de tela.
 
Ellas saben que pernoctarán en ciudades desconocidas, que dormirán sobre colchonetas en el piso, a veces en salones amplios en universidades o espacios culturales, pero también en muchas ocasiones bajo desgastadas lonas sobre tablones de madera.
 
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