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Carestía de alimentos

Por Carmen R. Ponce Meléndez*

La carestía en alimentos afecta obviamente a la población más pobre pero también aumenta el número de población en condiciones de pobreza, específicamente población urbana que depende exclusivamente del «mercado» para abastecer su despensa.

Muy concretamente a las mujeres jefas de hogar, en familias monoparentales, donde se ahondan las brechas sociales y de género; de cada 100 hogares monoparentales 37.6 están en pobreza extrema y en pobreza alimentaria los jefaturados por mujeres supera al de hombres.

¿Cómo están la balanza comercial agrícola y los alimentos?

Básicamente cinco productos (maíz, trigo, leche y sus derivados, soya y sorgo) constituyen más del 40 por ciento de la importación en esta materia. Los tres primeros -particularmente el maíz- tienen una tendencia creciente; en el caso de la soya ha disminuido considerablemente su producción.

En diciembre de 2010 la suma por importación de maíz fue de 109 mil 693 millones de dólares, pero como se puede apreciar en la gráfica el año crítico fue 2006, con una importación de 244 mil 99 millones de dólares. Respecto al año 2000 las importaciones de este grano prácticamente se duplicaron creciendo 94 por ciento.

Se puede afirmar que en el maíz -eje de la alimentación en México- sí hay una dependencia importante del mercado externo, por tanto de los precios internacionales.

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Lo que es altamente preocupante, ya que «desde febrero de 2009, apuntó el Banco Mundial, el precio internacional de alimentos ha subido en promedio 30 por ciento y, en particular, los bienes agrícolas lo han hecho 65 por ciento» (La Jornada 17 febrero 2011). Mientras que en la Unión Europea los precios de los cereales suben 120 por ciento.

En el mercado de futuros del Chicago Mercantil Exchange, el precio de la tonelada del maíz alcanzó 280.11 dólares por tonelada (aproximadamente 3 mil 380 pesos), y registra un aumento acumulado de 13.12 por ciento (18 febrero, El Universal).

Por su parte, las exportaciones agrícolas de la economía mexicana se componen fundamentalmente de seis productos: ganado vacuno, flores, frutas, legumbres y hortalizas frescas así como aguacate.

Hay una balanza agrícola deficitaria que asciende a 149 mil 74 millones de dólares, en la que predominan las importaciones (dic. 2010, Inegi). El país no es exportador de alimentos y su balanza comercial es negativa.

Claro que si se miden las exportaciones por el valor agregado que generan resulta que el Sector I (agricultura, ganadería y pesca), representan menos de la cuarta parte del valor agregado que producen las manufacturas (Sector II).

Según los últimos reportes de la Sagarpa, los siniestros agrícolas por las fuertes heladas en el norte del país afectan principalmente al maíz, sorgo, tomate, chile, frijol, papa y productos de hortalizas; esto incide en las exportaciones agrícolas pero también en el nivel de producción de alimentos para el mercado interno.

De acuerdo con información de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), de 2000 a 2007 el índice de producción de alimentos por habitante creció 15 por ciento, la producción de maíz, 34 por ciento, y el trigo únicamente 0.6. Los precios de exportación del maíz aumentaron 37 por ciento y el arroz tuvo un alza del 90.4 por ciento.

Los precios al mayoreo crecieron 8.4 por ciento en 2008, justo cuando la producción agrícola mostró un sustantivo incremento del 22.2 por ciento y el alza en los alimentos fue histórica.

Posteriormente de 2008 a 2010, el índice de precios al consumidor de los alimentos aumentaron 12.5 por ciento. Desde el punto de vista de la producción de alimentos por habitante, México tiene un nivel bajo, su índice es menor al de países como Argentina, Brasil, Guatemala o Nicaragua.

Indicadores internacionales sobre nutrición como «mal nutrición infantil, bajo peso y talla para la edad», fijados por la OMS y Unicef muestran que el nivel de la niñez mexicana es muy inferior al que tiene esta población en países como Chile o Cuba.

Evidentemente este fenómeno está directamente vinculado con los niveles de pobreza y se muestran en una primera instancia en el comportamiento del PIB por habitante.

A precios del año 2000, el PIB/habitante creció 3.59 (1970-80), sin embargo para 2000-2009 prácticamente no creció, ya que éste fue de 0.23 por ciento; 2009 fue un año crítico, el indicador mostró el nivel registrado en 2004 (6 mil 518.1 dólares), cinco años de retroceso a niveles muy bajos.

Este proceso de pauperización está altamente feminizado; refleja la incidencia de la pobreza en las mujeres, pobreza extrema o indigencia, entendida como el porcentaje de mujeres cuyo ingreso es inferior al costo de una canasta básica.

Para 2008, por cada 100 hombres en situación de indigencia había 112.4 mujeres en el área urbana y 104.8 en la rural (cifras de la CEPAL). Hay evidencia empírica de que la pobreza alimentaria en las mujeres decreció menos que en los hombres durante 2000-2008, en ellas se redujo un punto, mientras que en los hombres cuatro puntos porcentuales (cifras del Conapo).

Esto es particularmente grave porque más de la mitad de los hogares con menores de edad está compuesto por mujeres. De 2008 a 2009 se duplicó el porcentaje de estos hogares con inseguridad alimentaria severa, en contraste se redujo 10 puntos porcentuales los que cuentan con seguridad alimentaria.

Como broche de oro destaca que dentro de las estrategias para enfrentar la falta de dinero o recursos, el puntaje más alto (66 por ciento) lo tiene «comprar menos comida o buscar más barata», lo mismo para mejorar la situación económica del hogar (datos de Unicef/Coneval).

Lo que coloquialmente se conoce como ¡amarrarse la tripa! Bueno, eso era en 2009, ahora con la nueva carestía en alimentos ¿qué sigue? Así las cosas es mejor no invocar a Casandra. Sólo hay que recordar que uno de los grandes motivos de Tahrir es justamente ese, la carestía en alimentos.

[email protected]

* Economista especializada en temas de género
ramona_melé[email protected]

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