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Cerrar la brecha de género en la agricultura, en aras del desarrollo

Por Carmen R. Ponce Meléndez*

Lograr la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres en la agricultura no sólo es justo; también es crucial para el desarrollo agrícola y la seguridad alimentaria. El cierre de la brecha de género en el ámbito de los insumos agrícolas podría sacar del hambre a entre 100 millones y 150 millones de personas y aumentar la producción agrícola hasta en 4-5 por ciento.

Promover la igualdad de género es bueno para las mujeres, pero también para el desarrollo agrícola y habría que enfatizar que para el DESARROLLO, en el más amplio sentido del término, no exclusivamente para agricultura.

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El planteamiento de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés), no sólo diseña la necesidad de cerrar las brechas de género, también la importancia de que los Estados tengan políticas públicas en esta materia.

Para el centenario del Día Internacional de la Mujer, este organismo internacional presentó en Chile el documento «Las mujeres en la agricultura: Cerrar la brecha de género en aras del desarrollo».

Si se incrementara el acceso de las mujeres a la tierra, la ganadería, la educación, los servicios financieros, la extensión, la tecnología y el empleo rural, aumentaría su productividad; así como la producción agrícola, la seguridad alimentaria, el crecimiento económico y el bienestar social.

¿En qué consiste la brecha de género en esta actividad? El informe de la FAO documenta básicamente ocho puntos que dan respuesta a la interrogante de ¿por qué las unidades agrícolas familiares dirigidas por mujeres producen menos que las que están a cargo de hombres?

Básicamente se debe a que las mujeres tienen menor acceso a los activos, insumos y menores oportunidades de empleo rural. Todo esto se traduce en explotaciones más pequeñas; cría de ganado menor; tienen una mayor carga de trabajo global (incluye actividades de baja productividad, como ir a buscar agua y leña); menor nivel educativo; menos acceso a la información agrícola y de extensión, además utilizan menos crédito y otros servicios financieros.

Si trabajan por cuenta ajena, sus empleos son más a menudo a tiempo parcial, estacionales y mal pagados; reciben salarios más bajos por el mismo trabajo, aún cuando tengan la misma experiencia y cualificaciones.

Por lo consiguiente, si las mujeres tuvieran el mismo acceso a los recursos productivos que los hombres podrían fácilmente incrementar el rendimiento de sus explotaciones agrícolas en un rango de 20-30 por ciento.

Con esto, la producción agrícola total en los países en desarrollo podría aumentar en un 2.5-4 por ciento y con ello se reduciría el número de personas hambrientas en el mundo entre un 12 y 17 por ciento.

Las políticas públicas que permitan llegar a estos resultados deben aplicarse en tres áreas centrales:

-Eliminar la discriminación de las mujeres en el acceso a los recursos agrícolas, la educación, los servicios de extensión y financieros así como los mercados de trabajo. Segundo, invertir en tecnologías e infraestructura, y tercero, facilitar la participación de las mujeres en mercados de trabajo rural flexibles, eficientes y justos.

Al respecto, para el caso de México habría que mencionar que el sector con los salarios más bajos del país es justamente el agrícola; las trabajadoras remuneradas de este sector (90 por ciento mujeres en el caso de hortofrutícolas), sólo una de cada diez tiene acceso a guarderías.

Además, según datos de Inegi (enero de 2011), del renglón denominado «trabajadores sin pago o no remunerado» (personas ocupadas que no reciben ningún tipo de pago, monetario o en especie por su ocupación), el porcentaje de mujeres en esta condición es prácticamente el doble que el de hombres, 8.56 y 4.56, respectivamente; este tipo de trabajo es muy frecuente en las áreas rurales.

Por su parte el porcentaje de niños con insuficiencia ponderal (estado resultante de una insuficiente alimentación) está directamente vinculado al nivel de ingresos. En los más pobres es de 22.0 por ciento, mientras que los más ricos este porcentaje se reduce a 2 por ciento, una brecha muy considerable.

SEGURIDAD ALIMENTARIA Y CARESTÍA

La preocupación central es la seguridad alimentaria. En este tema FAO reconoce la vulnerabilidad de la seguridad alimentaria mundial a las perturbaciones en el sistema alimentario y las economías mundiales.

Los precios de los alimentos siguen siendo más altos que antes de la crisis y parece que el aumento de estos precios no va a ser pasajero. La agricultura se enfrenta a mayores costos de producción, al aumento de la demanda de los países con un rápido crecimiento en las regiones y al desarrollo y a la expansión de la producción de biocombustibles.

Por tanto, se prevé que los precios aumenten en la próxima década y se mantengan en niveles, en promedio, superiores a los de la última década.

Ante esta realidad es indispensable que los Estados incrementen las inversiones en el sector agrícola; se atiendan sus recomendaciones para eliminar las brechas de género, con ello se puede lograr elevar la productividad agrícola, contribuyendo a la seguridad alimentaria mundial.

[email protected]

* Economista especializada en temas de género

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