Inicio Chihuahua: Procuraduría aclara un feminicidio, quedan cientos

Chihuahua: Procuraduría aclara un feminicidio, quedan cientos

La razón por la que asesinaron a Paulina Luján fue «el machismo y la misoginia», resume sin cortapisas la procuradora de Justicia de Chihuahua, Patricia González Rodríguez.

La detención de José Raymundo Quezada y Carlos Alonso Altamirano García como responsables del asesinato de la mujer de 16 años causó conmoción, pero también buen sabor de boca, entre la población chihuahuense.

Y es que por primera vez, la Procuraduría de Justicia del estado hace una buena investigación y aprehende a los culpables de la desaparición y asesinato de una jovencita en esta entidad tan vapuleada por el feminicidio.

Paulina, estudiante del Colegio de Bachilleres Dos, desapareció el lunes 10 de marzo y su cuerpo fue localizado dos días después en un paraje cerca de la ciudad, por la carretera a Aldama.

Como siempre que ocurre un feminicidio, los chihuahuenses exigieron justicia. Y también, como siempre, la autoridad prometió investigar hasta dar con el o los responsables.
Esta vez cumplió. El miércoles pasado, la Procuraduría presentó a Carlos Alonso, de 21 años de edad y a José Raymundo, de 23, como culpables del feminicidio.

Los elementos que presenta la autoridad son contundentes. En el lugar de los hechos encontraron condones donde había muestras que identifican a los detenidos. Además, Paulina escribió con pluma en su brazo el número del engomado del vehículo en el que se la llevaron.

Por si fuera poco, los agentes policíacos localizaron el celular de la joven y detectaron mensajes que Paulina sostuvo antes con Carlos Alonso.

Los detenidos están confesos, pero uno a otro se inculpan. Afirman que la muchacha se subió al vehículo por su voluntad y también que ella aceptó tener relaciones sexuales con los dos.

Lo que no han dicho es por qué la mataron a golpes con un tubo y le pasaron el vehículo por encima.

Las mamás de otras jóvenes asesinadas y muchas más que continúan desaparecidas aplauden el trabajo de la Procuraduría, pero preguntan si los casos de sus hijas seguirán impunes.

A continuación, sólo una muestra de los 26 casos que tiene pendientes Justicia para Nuestras Hijas.

DIANA JAZMÍN

¡Mua, mua, mua, besitos mami, no te preocupes, llego temprano!, le contestó enfática Diana Jazmín García Medrano a su mamá Hilda Medrano cuando la señora se despidió para ir a trabajar a Motorola. Era la una y media de la tarde del martes 27 de mayo de 2003.

Diana Jazmín se estaba bañando para ir a la escuela. Desde la puerta del baño, su mamá le mandó besos y, como lo hacía todos los días, le dio la bendición y le pidió que se cuidara mucho.

Hilda habló a su casa a las seis de la tarde para ver cómo estaban sus hijas. Contestó Alejandra, quien en ese tiempo tenía 14 años. Le dijo que Diana Jazmín todavía no llegaba.

La señora se preocupó. La joven de 18 años siempre estaba a esa hora en la casa porque se encargaba de cuidar a su hermana menor.

Le habló al celular. Diana Jazmín le contestó. La muchacha hablaba quedito. Le dijo a su mamá que estaba en la escuela, que se le hizo tarde porque tuvo un examen.

A Hilda le pareció rara la actitud de su hija. También le llamó la atención no escuchar ningún ruido. Siempre que la joven contestaba de la escuela oía mucho ruido. Le preguntó a su hija qué pasaba. No te preocupes, me metí al baño para contestarte, le respondió Diana Jazmín. La señora le pidió que se fuera lo más pronto posible a la casa porque Alejandra estaba sola.

Hilda habló otra vez a las ocho de la noche. Alejandra le informó que su hermana ya había llegado.

Pásamela, exigió la mamá porque notó a su hija nerviosa. Fue a la papelería, no debe tardar, aseguró Alejandra. Hilda se tranquilizó. Dile a Diana Jazmín que me prepare un licuado bien rico para cuando llegue, le pidió la señora a su hija menor.

Hilda llegó a su casa poco antes de las once de la noche. Alejandra la recibió llorando. Le dijo que Diana Jazmín todavía no llegaba de la escuela. ¿Por qué me dijiste que ya había llegado?, la reprendió. Alejandra le explicó a su mamá que le mintió para proteger a Diana Jazmín. Pensó que a su hermana se le había hecho tarde y, creyendo que no tardaría en llegar, se le hizo fácil decir que andaba en la papelería.

Al ver que su hermana no llegaba, Alejandra le habló al celular a las ocho y media de la noche. Diana Jazmín le contestó. Se oía nerviosa. Le dijo que iba a Motorola con un señor. ¿A qué vas a Motorola?, le preguntó Alejandra y su hermana le respondió cortante: No preguntes.

Alejandra se asustó y trató de comunicarse con su mamá para contarle lo que estaba ocurriendo, pero no encontró el teléfono de Motorola.

Hilda marcó inmediatamente el celular de su hija. Diana Jazmín no contestó. La señora llamó varias veces y siempre escuchó la misma respuesta: El número que usted marcó se encuentra fuera del área de servicio.

Le habló a Antonio García, su ex marido, para que le ayudara a buscar a su hija. También le habló a su hija mayor Anaí, a su mamá y a sus hermanos. Pronto se juntaron todos en su casa, en la colonia Ignacio Allende. Tenía la esperanza que la muchacha se hubiera ido con amigas a la Feria Santa Rita y que por alguna razón no se pudiera comunicar. A lo mejor se les acabó el saldo del celular, a lo mejor no traen dinero para el taxi y se vinieron caminando, especulaba.

Antonio fue a la feria, la buscó y no la encontró. Recorrió despacio el camino de regreso a la casa, por si la joven iba caminando. Ni rastro.

Hilda y Alejandra fueron a Motorola. Preguntaron por Diana Jazmín. Ahí nunca llegó. Buscaron en los alrededores de la empresa. No la encontraron.
La muchacha no tenía novio. Le hablaron a Elmer, un ex novio. Les dijo que hacía tiempo no la veía. Llamaron a las amigas más cercanas de la joven. Nadie sabía de ella.

Los vecinos vieron el movimiento que había en la casa de Hilda y preguntaron de qué se trataba. Cuando se enteraron que Diana Jazmín no aparecía llamaron a la Policía. Los agentes municipales tardaron cuatro horas en llegar. Ya para entonces era la madrugada del miércoles.

Ha de andar con el novio, señalaron indiferentes los policías y se fueron. Hilda les daba una fotografía de su hija para que la buscaran. Los agentes no la aceptaron, le dijeron que esperara 48 horas y si no aparecía la reportara en Previas.

La familia se mantuvo en vela toda la noche. Otro día reanudó la búsqueda desde temprano. Varios testigos vieron a Diana Jazmín cuando tomó un camión rumbo al Centro. Pero no llegó a la escuela BCT, donde estudiaba inglés y computación de tres a cinco de la tarde. En ese tiempo la institución estaba en las calles Vicente Guerrero y Ojinaga.

Normalmente se bajaba en la parada del Hospital Morelos del Seguro Social y de ahí caminaba hasta la escuela. Le gustaba ver los aparadores de las tiendas. En ese tiempo preparaban la fiesta de 15 años de Alejandra y Diana Jazmín disfrutaba eligiendo el ajuar de su hermana.

Nadie la vio cuando se bajó del camión, ni en el trayecto a la escuela. Hilda piensa que aceptó aventón de algún conocido porque era temprano y es una zona muy transitada. Si la hubieran llevado a la fuerza, alguien hubiera visto, hace ver.

La señora solicitó apoyo a sus compañeros de trabajo. Todos la ayudaron. Hicieron volantes con la foto de Diana Jazmín y los repartieron en la zona norte de la ciudad.

Después de verificar que no llegó a la escuela, Hilda fue el miércoles al Departamento de Averiguaciones Previas a reportar la desaparición de su hija. Le dijeron que esperara a que pasaran 48 horas. Algo le pasó, estoy segura, mi hija nunca falta a la casa, insistía la señora ante la indiferencia de la autoridad policiaca.

La familia siguió repartiendo volantes con la foto de Diana Jazmín en toda la ciudad. Hasta el viernes siguiente fueron dos agentes de la Policía Judicial a la casa de Hilda a pedirle fotos de la muchacha para buscarla.

Pasaron varios días. La señora recibió una llamada de los judiciales. Le aseguraron que ya habían encontrado a su hija en una cantina de Ojinaga, pero no quería regresar. No la busque más, anda de loca, le dijeron los policías.

Hilda fue a la Policía Municipal y solicitó ayuda. Le tenía más confianza que a la Judicial. Dos agentes la acompañaron a Ojinaga. Ella pagó los gastos.

Recorrieron todas las cantinas y bares de esa frontera. Encontraron a una joven que se parecía a Diana Jazmín, pero no era su hija.

La señora regresó desilusionada. Siguió repartiendo volantes. Como no había otra línea de investigación, regresó a Ojinaga varias veces. Incluso fue hasta Odessa, Texas, cuando le comentaron que algunas chicas que llegan a la frontera cruzan a Estados Unidos. Todo fue inútil. No encontró ni un rastro de Diana Jazmín.

De vez en cuando los judiciales llegaban a su casa a preguntar si había alguna novedad. Sólo falta que me den su placa y su pistola para que yo me convierta en policía, les respondía Hilda indignada al ver la indiferencia de las autoridades. Es increíble el descaro que tienen los policías; la única investigación que hacen es ir a la casa de uno a preguntar si hay algo nuevo, reclama en tono impotente y aprieta los puños de coraje.

Recuerda una ocasión que le pegó con el periódico a un judicial porque le recomendó que se tranquilizara, que no siguiera buscando, que esperara a que su hija regresara.

Alguien afirmó que vieron a Diana Jazmín en Meoqui. Hilda fue a esa ciudad. La recorrió y no la encontró. Siguió repartiendo volantes. Amplió la búsqueda a todo el estado.

Motorola abrió una cuenta bancaria a nombre de Alejandra para recabar fondos. Hilda quería contratar un investigador privado pero le cobraba 350 mil pesos y no completó. Sólo juntó 50 mil pesos.

Pasaron los meses. Conoció a las integrantes de Justicia para Nuestras Hijas. Encontró apoyo y comprensión en las mamás de otras jóvenes desaparecidas. Le ayudaron a rastrear varias zonas de la ciudad.

¡Yo presentía que mi hija estaba muerta! Una noche, poco después que desapareció, sentí que entró a mi cuarto, se sentó en mi cama y tocó mi cabeza. Estoy segura que no lo soñé, abrí los ojos y no la vi, corrí a la calle a ver si la alcanzaba y no la encontré. Estoy segura que vino a despedirse de mí, me tocó, la olí, estuvo conmigo, expresa Hilda y la voz se le apaga. No puede evitar las lágrimas.

El 7 de septiembre de ese mismo año apareció el cuerpo de una joven en el kilómetro 3 de la carretera libre a Ciudad Juárez. La Policía dio la noticia y los medios la publicaron el día 8. Ninguna autoridad le avisó a Hilda.

La señora estaba en Motorola. Sentía que sus compañeros de trabajo la veían raro y no sabía por qué.

Las notas de los periódicos decían que podía ser Diana Jazmín. Sus compañeros leyeron la información y se dieron cuenta que Hilda no sabía nada. Nadie se atrevió a prevenirla.

Eran las diez de la mañana cuando recibió una llamada telefónica. Era un periodista que le preguntaba si el cuerpo de la joven que acababan de encontrar era su hija. La señora entró en shock. No es, no es, se repetía a sí misma. La llevaron a la enfermería de la empresa. La atendió una psicóloga.

En cuanto se repuso, tomó un taxi y se fue a Previas. Ahí le confirmaron que habían encontrado el cuerpo de una joven, pero le aseguraron que todavía no estaba identificado. De aquí no me muevo hasta que me digan si es mi hija, advirtió.

Le dijeron dónde encontraron el cadáver y se trasladó a la carretera. Ya habían levantado el cuerpo. El área estaba acordonada. Regresó a Previas. En la noche le mostraron fotografías. A Hilda le parecía que podía tratarse de su hija, pero no estaba segura.

Otro día la llevaron al C-4. La acompañó toda su familia. ¡Llegué con el corazón hecho garras, pidiéndole a Dios que no fuera mi hija!, recuerda afligida. Pero sí era Diana Jazmín.

En cuanto le mostraron las pertenencias, Hilda reconoció los tenis, el pantalón, la blusa, las pulseras y los lentes de su hija. Había descrito muchas veces cómo iba vestida la joven, pero nunca dijo la marca de la ropa ni de los tenis porque tenía miedo que la Policía sembrara el cadáver de su hija.

Había oído que a las mamás les entregaban cuerpos que no eran de sus hijas, por eso me guardé ese dato, quería estar completamente segura que cuando llegara el momento, no hubiera duda alguna que se trataba de mi hija, explica. Aun con esa prueba, exigió un estudio de ADN. Los especialistas confirmaron que era Diana Jazmín.

Hilda está segura que su hija está con Dios. Ahora lo que quiere saber es quién la asesinó. Pero ya pasaron cinco años y la autoridad no tiene ninguna línea de investigación.

JULIETA MARLENG

Dos repisas de madera colgadas en la pared llenas de peluches: Osos, gatos y conejos de varios colores. La cama individual en medio del cuarto, junto a la ventana, adornada con otro peluche. Un buró a cada lado. En el derecho hay un Piolín y una foto. Encima del otro está una grabadora.

Una enorme muñeca de trapo sentada en el mullido sillón. El closet al fondo, lleno de ropa. Al lado, un estante con libros, medicinas, maquillaje y una que otra alhaja.

Una cómoda de madera con más ropa en los cajones y encima diversas figuritas de porcelana, fotos, más peluches y un cuadro con la Virgen de Guadalupe. Enfrente de la cama, una mesita sostiene la televisión.

Así está la pequeña recámara de Julieta Marleng González Valenzuela, joven que desapareció el 7 de marzo del 2001. Su mamá, doña Consuelo Valenzuela Moreno, la mantiene intacta, limpiecita, porque no pierde la esperanza de encontrarla viva.

Sólo una de las paredes es color rosa porque don Alejandro González, el papá de Julieta Marleng, pintaba el cuarto cuando la muchacha desapareció. Las otras tres quedaron blancas.
A la joven le faltaba un mes para cumplir 18 años cuando desapareció. Trabajaba en una maquiladora del Complejo Industrial y estudiaba en una preparatoria en el centro de la ciudad. Quería entrar a la universidad para ser licenciada en administración de empresas.

Doña Consuelo detalla qué pasó el 7 de agosto del 2001 y cómo han sido los últimos siete años de su vida, sumida en la angustia, la incertidumbre y la desesperación.

La muchacha salía todos los días muy temprano de su casa, en la colonia Vicente Güereca, cerca de la deportiva Pistolas Meneses, para llegar a las siete de la mañana a su trabajo en la maquiladora Sosa Molding Plastic, en el Complejo Industrial, donde laboraba como operadora hasta las tres de la tarde.

Ese día le habló por teléfono a su mamá a la una de la tarde, como lo hacía todos los días. Siempre le llamaba para preguntarle qué había de comer o para pedirle que cocinara algo especial. Ocasionalmente le pedía que le alistara la ropa que se ponía para ir a la escuela.

Doña Consuelo consentía mucho a su hija porque es la más pequeña y la única que quedaba en la casa. Los otros cuatro están casados desde hace tiempo.

Lo normal era que a las tres de la tarde que salía del trabajo, Julieta Marleng literalmente corriera para llegar pronto a su casa y alcanzar a comer, bañarse, agarrar sus libros y tomar el camión para llegar a tiempo al Instituto Niños Héroes, en la calle Niños Héroes, entre Novena y Once, donde estudiaba la preparatoria de cinco a siete de la tarde.

Esa vez, cuando su hija le llamó, doña Consuelo le presumió el guiso de chile colorado que tanto le gustaba. Pero la joven le dijo que no iría a comer, que se quedaría en el trabajo a estudiar porque tenía examen de biología y de ahí se iría a la escuela.

Julieta Marleng se fue del trabajo a las tres y media de la tarde. Tomó un camión Tec II rumbo al centro. Llegó temprano a la escuela. Hizo el examen y salió a las siete de la tarde, como lo hacía siempre. Su papá y su hermano Edgar, quien se encontraba de visita, la esperaban para cenar juntos, pero la joven no llegó.

Doña Consuelo trabaja en otra maquiladora. Ese día se quedó tiempo extra y llegó a su casa hasta las tres de la mañana del 8 de marzo. Su esposo y su hijo estaban despiertos, angustiados por la tardanza de la muchacha. No ha llegado la niña, le dijo don Alejandro y doña Consuelo se asustó. Nunca antes había ocurrido. Su hija siempre llegaba a más tardar a las ocho y media de la noche.

Esperaron a que amaneciera. Tenían la esperanza que se hubiera ido con su hermana Aidé, quien no tiene teléfono. A las cinco de la mañana fueron a casa de Aidé y Julieta Marleng no estaba. A partir de ese momento empezó una búsqueda que todavía no acaba.

Al primer sitio que fueron fue la casa de Marcial, el novio de la muchacha, con quien tenía una relación estable desde hacía tiempo. Trabajaban juntos. El, igual que otros compañeros, vio cuando la joven se subió al camión rumbo al centro, pero en la tarde no se vieron. Marcial estudiaba en una preparatoria distinta.
Luego fueron a la casa de Aracely, la mejor amiga de Julieta Marleng. Trabajaban y estudiaban juntas. Ese día Aracely se sentía mal y faltó a la preparatoria. Tampoco sabía nada de la joven.

También fueron a la escuela. Tanto maestros como alumnos aseguraron que salió a las siete de la tarde, como siempre. Nadie vio nada raro. La muchacha tomaba el camión en la avenida Niños Héroes, a dos cuadras de la preparatoria. Mostraron la foto de Julieta Marleng a varios choferes. Nadie les dio razón.

Conforme buscaban a su hija, la angustia de doña Consuelo y don Alejandro se hacía más intensa. Fueron a varios hospitales y en ninguno había señas de la muchacha. Preguntaron a los vecinos. Ninguno de los que llegaron en camión a la colonia Vicente Güereca entre las ocho y las diez de la noche vieron a la joven.

Desesperados, al ver que no aparecía y no había rastro de su hija, los señores acudieron a la autoridad policiaca. Les dijeron que esperara las 48 horas reglamentarias para considerar el caso como desaparición y empezar a buscar. Doña Consuelo tiene 61 mil 320 horas esperando.

La familia hizo volantes con la foto de la joven y los repartió en toda la ciudad. Pasaron los días y las semanas. De pronto recibieron una llamada telefónica. Una joven afirmó que vio cuando alguien metió por la fuerza a Julieta Marleng en una casa de Aquiles Serdán. La informante dio señas de la vivienda y los papás se trasladaron de inmediato a ese municipio.

La persona que llamó dijo que era una casa color melón y ubicó las calles. La familia repartió volantes en Aquiles Serdán, buscó en muchas casas que coincidían con las señas que le dieron, pero nunca dio con el paradero de la muchacha.

A la angustia y la desesperación se sumó la impotencia. Es increíble, no sabe uno qué hacer cuando llegan los policías y le preguntan qué hay de nuevo, cuando uno supone que son ellos los que deben informar cómo va la investigación, expresa doña Consuelo.

La señora está convencida que la Policía, de todos los niveles, nunca buscó a su hija, ni indagó la información que ella y su familia proporcionaron, particularmente la llamada de Aquiles Serdán.

Es horrible, los primeros meses no queríamos comer, ni siquiera tomar agua, pensando si mi hija tenía hambre, sed, si la estarían torturando, tratando mal, recuerda.

Después de siete años, doña Consuelo sabe que su hija podría estar muerta, pero se aferra a la esperanza de encontrarla viva.

La incertidumbre la ahoga. En ocasiones amanece molesta, enojada con todo lo que la rodea y no quiere que nadie le hable. En su trabajo ya saben con solo mirarle la cara y ella les agradece que la comprendan.

Es un dolor insoportable, muy grande, la gente piensa que entre más tiempo pasa uno se puede conformar y no es cierto, para mí es como si hubiera desaparecido ayer, como si apenas ayer la hubiera visto, revive uno la angustia todos los días, explica y las lágrimas le ruedan por las mejillas.

Doña Consuelo procura ser fuerte. No quiere que su esposo y sus hijos la vean triste. Pero en ocasiones no puede evitar la depresión. Cuando está en la casa entra a la recámara de Julieta Marleng por lo menos veinte veces. Habla con el retrato de la muchacha que está arriba de un buró. Le pide que le dé una señal que indique si está viva o muerta.

¿Dónde estás, cómo estás, por qué no apareces, qué te hicieron?, le pregunta una y mil veces a la foto.
Pero nadie le contesta. No hay ni una señal de su hija. Las autoridades no tienen ni una línea de investigación que pueda dar con su paradero.

Yo siento que mi hija está viva, nunca he sentido que esté muerta, por eso no puedo perder la esperanza de encontrarla, por eso mantengo su cuarto intacto, limpiecito, como ella lo dejó, indica.

Otras veces piensa que a su hija la mataron y abandonaron su cuerpo por ahí, como a otras jóvenes de la ciudad que han asesinado. Los días en que imagina esto son peores porque le angustia pensar que la hayan torturado, que haya sufrido mucho.

La única manera que doña Consuelo logra mitigar el dolor es ocupando su mente, por eso sigue trabajando. Su esposo insiste en que deje la maquiladora, pero ella no quiere porque el trabajo la distrae.

Si me quedara todo el día en la casa me volvería loca, tengo que salir, tengo que distraer mi mente poco; todos los días le pido a Dios que me dé fuerza para seguir viviendo, para aguantar, para encontrar a mi hija, enfatiza.

La señora cree que el caso de Julieta Marleng está ligado a los de Yesenia Concepción Vega Márquez, Rosalba Pizarro y Minerva Torres Alveldaño, desaparecidas todas en el centro, en condiciones similares, pero las autoridades insisten en que son casos aislados, que no hay elementos para suponer que se trate de desapariciones y asesinatos seriales.

Doña Consuelo es integrante de Justicia para Nuestras Hijas. Buscó la organización porque sentía que nadie entendía su dolor, ni siquiera su propia familia.

En el grupo ha encontrado comprensión porque la mayoría de las integrantes son mamás que han perdido a sus hijas.
Nos ayudamos unas a otras, lloramos juntas, hemos encontrado la forma de luchar y exigir justicia juntas, apunta.

PALOMA ANGÉLICA

Caes en un pozo que no tiene fin, sientes una desesperación y una angustia que no puedes describir, te clavan un puñal en el corazón y no sale, nadie lo saca.

Así describe Norma Ledezma lo que sintió cuando estaba fuera de la Escuela de Medicina, esperando los resultados de la autopsia que le hicieron al cuerpo de su hija Paloma Angélica Escobar Ledezma, el 29 de marzo de 2002 que la encontraron tirada en un arroyo cerca de la carretera a Aldama.

Ya se cumplieron seis años del fatídico hallazgo y Norma todavía tiene clavado el puñal en su corazón. Exige justicia, quiere que la autoridad encuentre y castigue a las personas que mataron a su hija y a todas las demás jovencitas asesinadas.

Pero ella sabe que ni aun obteniendo justicia podría sacar el puñal que lleva clavado en su corazón. Por eso pide a toda la sociedad sensibilidad y conciencia para que no ocurran más feminicidios. Esa es su lucha y piensa mantenerla mientras viva.

No es una lucha de odio, ni de rencor, es una lucha de amor, de un tremendo amor a mi hija, una lucha para que no haya más jovencitas asesinadas, enfatiza.

Con lágrimas en los ojos, Norma recuerda qué ocurrió el 2 de marzo del 2002 que desapareció su hija.

Era sábado. Ese día hubo mucho ajetreo porque se cambiaron de casa. Se fueron de la colonia Campesina a la Alfredo Chávez, por el periférico de la Juventud. Paloma Angélica estaba feliz. Iba a ser madrina de Brenda, su mejor amiga.

Desde que despertó, Norma sintió algo raro. Esa noche soñó que alguien golpeó a su hija y le dejó un lado de la cara morado. Durante el desayuno contó el sueño. En tono bromista, Paloma Angélica la cuestionó: ¿A poco por ese sueño no me va a dejar salir?

¡Cada vez que recuerdo sus palabras siento muy feo, no debí dejarla salir!, exclama Norma como si con las palabras quisiera retrasar seis años el reloj.

Paloma Angélica salió de su casa a las 3:15 de la tarde rumbo a la Escuela Ecco, que en ese tiempo estaba en la calle Libertad.

La joven no tenía ganas de ir a la escuela. Estaba cansada por el cambio de casa. Pero ella misma se animó, se alistó y se fue a estudiar. No puedo faltar, me cuesta mucho la colegiatura, comentó. Sus papás le enseñaron siempre que las cosas se valoran porque cuesta mucho tenerlas.

Recuerdo perfectamente la ropa que llevaba puesta, la blusa, el suéter que se puso, el broche con una paloma blanca que se prendió en el tirante de la blusa, detalla Norma y se anima. Ella misma le acomodó la ropa a su hija antes de que saliera de la casa.

Norma y su esposo se fueron de compras. Llegaron a las nueve de la noche y Fabián, su hijo menor, les avisó preocupado que Paloma Angélica todavía no llegaba de la escuela.

Los papás de la joven pensaron que se había extraviado, que posiblemente se le había dificultado llegar a la nueva casa y la buscaron en la colonia Campesina, pero no la encontraron.

La buscaron por el periférico de la Juventud. Les dieron las dos, las tres de la mañana y nada. Fueron hasta Villa Juárez, donde viven las amigas de Paloma Angélica. Tampoco allá la encontraron.

Ya para ese momento estábamos muy angustiados, yo sabía que algo malo le había pasado a mi hija, ella nunca llegaba tarde, indica Norma.

Fueron al Departamento de Averiguaciones Previas a poner la denuncia. Como siempre, les dijeron que se esperaran, que seguramente se había ido con el novio.

El lunes muy temprano fueron a la Escuela Ecco. Les dijeron que ahí estuvo, pero les dieron varias versiones. Inicialmente les dijeron que se fue a las ocho de la noche. Después que se retiró más temprano. Hablaron con el director. Les dijo que la joven trató de cambiar el horario porque no quería salir de la escuela tan tarde.

El miércoles asignaron dos policías a la búsqueda de la joven. Lo dirigía la entonces comandante Gloria Cobos. El miércoles fueron a la casa de Norma. Ahí estaba Brenda y la confundieron con Paloma Angélica. ¿Cuándo regresaste, dónde estabas?, le preguntaron los agentes cuando la vieron. Yo no soy Paloma, soy una amiga, ella continúa desaparecida, les respondió tajante Brenda.

Norma se dio cuenta que los policías ni siquiera habían visto la fotografía de su hija. Le quedó claro que no habían investigado nada.

La familia ya no tenía dónde buscar. Para sus papás no había duda, alguien se había llevado a su hija. Al ver que la autoridad no la buscaba, empezaron a presionar.

Fueron con el subprocurador de Justicia. Pidieron más agentes. Yo fui muy radical desde el primer momento, exigí que la buscaran porque yo estaba segura que algo le había pasado, recuerda Norma.

Conoció a varias mamás de otras jóvenes desaparecidas. La buscaron para solidarizarse. La angustia creció cuando le contaron que ellas habían pasado por el mismo calvario y todavía no encontraban a sus hijas.

Así nació Justicia para Nuestras Hijas, organización que actualmente preside Norma Ledezma. La señora fue a la televisión, mostró la fotografía de Paloma Angélica y pidió a la sociedad chihuahuense que le ayudara a localizarla.

Programaron una manifestación de protesta frente al Palacio de Gobierno para el 14 de marzo. Para desviar la atención, ese día los policías montaron un teatro. Les dijeron que ya habían localizado a la muchacha, que estaba en Villa Juárez, que habían hablado con ella y no quería regresar a su casa.

Aunque tuvieron una luz de esperanza, los papás no les creyeron a los policías. Les pareció por demás inverosímil la versión de los agentes. Aseguraban que vieron a Paloma Angélica comprando cerveza y cigarros, muy quitada de la pena.

Pronto confirmaron que eran mentiras. Los propios policías juegan con los sentimientos de los padres, es algo muy perverso, acusa indignada.

Norma encabezó la primera manifestación de protesta para exigirle al Gobierno que la Policía buscara a su hija. Yo nunca había estado antes en una manifestación, no sabía lo que era protestar, era una señora como cualquier otra, dedicada al trabajo y a la familia, pero la desaparición de mi hija me cambió la vida, indica.

La señora exigió ver al entonces gobernador Patricio Martínez García. Le dijeron que no estaba. Amenazó con quedarse en Palacio de Gobierno hasta que la atendiera.

Primero la recibió José de Jesús Solís Silva, en ese momento procurador de Justicia. Llegó con varios comandantes, me dijo que todos esos policías estaban buscando a mi hija. Lo enfrenté, le dije: Pues no ha servido de nada, todavía no la encuentran, rememora y comenta que a cualquier madre le sale lo valiente cuando se trata de buscar a su hija.

Norma insistió. No se fue de ahí hasta que la recibió Martínez García. Una orden suya se cumple, señor Gobernador, espero que dé la orden de buscar a mi hija, le dijo la mujer al entonces gobernador.
Estoy segura que algo malo le pasó a mi hija, haga algo por ella y por las demás jóvenes desaparecidas, le rogó Norma al mandatario.

Pasaron los días y Paloma Angélica no aparecía. El 29 llegaron dos policías a la casa. Norma lo recuerda muy bien. Era viernes, a las dos de la tarde. Hacía mucho aire. Les dijeron que fueran a la Procuraduría de Justicia. El corazón se me quería salir, expresa.

En la Procuraduría les informaron que encontraron el cuerpo de una joven muerta con las características de su hija. No es, no es, no puede ser mi hija, se repetía a sí misma la señora.

Les dijeron que el cuerpo estaba en la Escuela de Medicina. Se trasladaron a ese lugar. Pidieron entrar. No los dejaron.

Los llevaron al Departamento de Averiguaciones Previas. ¿Tienen enemigos?, les preguntaron. Los papás reiteraron que ninguno. No es cierto, no es cierto, esto no está pasando, no es Paloma, se repetía Norma. Estaba en shock.

Es una pesadilla, quieres despertar y no puedes, sientes la pesadez, la angustia que te mata, describe. No es, no es. Dios, no me puedes fallar, repetía para sí.

Les mostraron la ropa y la reconocieron. Los papás supieron de inmediato que el cuerpo que acababa de encontrar la Policía era el de su hija. Norma vio la cadenita que la joven traía en un pie. A nadie le había dicho. Paloma y Gera, leyó y no hubo más duda.

Esa noche regresaron a su casa tarde. Cómo explicarle a Fabián que su hermana estaba muerta. Era un niño. Nos entregaron una caja blanca cerrada, fue todo lo que nos dieron, puse su foto encima, recuerda Norma nostálgica y las lágrimas la traicionan.

La incertidumbre que lacera se convirtió en un dolor que mata, que no se puede describir, apunta. Sólo la fuerza divina sostiene a uno, no hay psicólogos, terapeutas, familia, nada ni nadie que le quite a uno el dolor tan grande que siente, expone.

No les entregamos a su hija, pero les entregamos al asesino, les dijo la Policía durante el funeral.

El teatro policíaco todavía no acababa. La ex comandante Cobos sembró una fotografía de Vicente, ex novio de Paloma Angélica, en el lugar donde encontraron el cuerpo. Detuvieron al joven y lo acusaron del asesinato. Tuvieron que liberarlo porque no pudieron probar nada.

Norma sepultó a su hija y no volvió a ser la misma. Le cambió radicalmente la vida. Desde marzo del 2002 no ha dejado de luchar en busca de justicia.

Al principio pensé que en unos seis meses resolvían mi caso, pero me equivoqué, ya van seis años y no hay un culpable, por eso sigo en pie de lucha y seguiré. No puedo quedarme en la casa tranquila, viendo telenovelas, cuando el asesino de mi hijo está libre, explica.

Hace poco renunció a su trabajo en una maquiladora para dedicarse de lleno a la coordinación de Justicia para Nuestras Hijas.

CLAUDIA YUDITH

Claudia Yudith Urías Berthaud tenía apenas 14 años cuando desapareció. La asesinaron. Encontraron su cuerpo casi tres años después. En este caso sí hay una línea de investigación muy clara. Pero tampoco se ha hecho justicia. El crimen continúa impune.

Su mamá, Virginia Berthaud Mancinas, detalla la angustia que vivió del 9 de marzo del 2003 que desapareció su hija hasta el 16 de diciembre del 2005 que encontraron el cuerpo en un arroyo cerca de Z-Gas, por la salida a Delicias.

Ya pasaron más de dos años y la pesadilla sigue. La señora siente que despertará hasta que la autoridad atrape a los asesinos de su hija.

Era domingo. Claudia Yudith se levantó temprano. Le pidió permiso a su mamá para ir a la casa de su abuela. Eran las ocho de la mañana cuando salió de su casa, en la colonia Mineral Dos, cerca de la Venceremos.

Si no regreso a las cinco de la tarde es que me quedé en casa de mi abuela, le dijo la jovencita a su mamá. La señora asintió con la cabeza.

Claudia Yudith caminó cerca de cuatro kilómetros. Cruzó las colonias Santa Cecilia y Villas del Real, hasta la 20 Aniversario, donde vive su abuela. No era la primera vez que se iba sola.

La muchachita no regresó a su casa. Virginia no se alarmó. Sabía que si su hija no llegaba temprano, se quedaba a dormir con su abuela.

Otro día la señora se fue a trabajar al centro en un puesto de comida que tiene su hermana Rebeca. La mañana transcurrió normal. Por la tarde, Virginia le dijo a su hermana que se iría más temprano que de costumbre para pasar a la casa de su mamá por Claudia Yudith.

Cuando Virginia le comentó a su hermana que su hija estaba con su mamá desde el domingo en la mañana, Rebeca se sorprendió. Qué raro, ayer fuimos todos a San Judas Tadeo y Claudia Yudith no andaba con nosotros, le advirtió.

La señora se preocupó. Se trasladó inmediatamente a la colonia 20 Aniversario. Su mamá le confirmó que Claudia Yudith no llegó a su casa el domingo en la mañana.

Me quise morir, mi hija no se iba a ningún lado sin pedir permiso, de inmediato pensé que algo malo le había pasado, recuerda Virginia. La buscó en la casa de su hermana Xóchitl, quien también vive en la 20 Aniversario. Le aseguraron que tampoco ahí había ido.

Se fue a su casa en la colonia Mineral Dos. Tenía la esperanza que hubiera regresado. No la encontró. La buscó en la casa de Sandra, su hija mayor, casada. Tampoco estaba.

La angustia crecía. ¡Ya para entonces me quería volver loca, no tenía dónde más buscarla, no sabía a dónde ir!, expresa la señora y revive la desesperación. Le habló a la policía. Llegó un agente municipal en motocicleta. Le pidió una foto de la jovencita. Virginia se la dio, junto con los datos de su hija. El policía le aseguró que la buscaría.

Claudia Yudith no aparecía. La señora decidió ir en la noche a la Comandancia Norte de la Policía Municipal. Le dijeron que esperara a que pasaran 48 horas y si la joven no aparecía, acudiera al Departamento de Averiguaciones Previas a reportarla como desaparecida.

Otro día fue a Previas e interpuso la denuncia. Claudia Yudith cursaba la secundaria, pero hacía dos semanas que había abandonado la Genaro Vázquez, de la colonia Villa, porque quería entrar a otra escuela más cercana.

Pasaron los días y la muchachita no aparecía. Los vecinos le ayudaron a rastrear las colonias aledañas. Ni una huella de la jovencita.

Virginia iba todos los días a casa de su mamá con la esperanza de que su hija apareciera por ahí. Una ocasión que estaba la familia reunida escuchó casualmente que una de sus hermanas comentó que el día que desapareció, Claudia Yudith estuvo en la casa de Xóchitl, con el esposo de ésta, Alonso Sáenz Chavira, a quien apodan El Pelón.

En ese momento, Virginia se enteró que toda la familia, excepto ella, sabía que la jovencita había estado con su cuñado el día que desapareció.

Cuando la señora se enteró, El Pelón estaba trabajando fuera de la ciudad. Exigió a la policía que lo trajera y lo interrogara.
El Pelón narró a la policía lo que ocurrió en su casa el domingo que desapareció Claudia Yudith. Como la muchachita no encontró a su abuela, se fue a la casa de su tía Xóchitl. Encontró solo a su tío. Él la invitó a almorzar. Fueron a una carnicería de la colonia.

Compraron chuletas, refrescos y otros comestibles. Personal de la tienda testificó y confirmó la versión. Según narró El Pelón a las autoridades, después de que almorzaron le dio dinero para el camión y su sobrina se fue sin decirle a dónde.

Virginia se distanció de su familia. No entiende cómo su propia madre y sus hermanas le ocultaron algo tan importante. No descarta que su cuñado tenga algo que ver con la desaparición de su hija, por eso exige que la policía investigue bien.

¡Siento tanto coraje, tanta impotencia, tanto mi familia como la policía me tachan de loca, me dicen que invento cosas, como si perder una hija fuera cualquier cosa!, expresa indignada.
Asegura que un agente de la Policía Ministerial de nombre Mauricio Ortiz estuvo a cargo de la investigación de su hija y la mantuvo engañada mucho tiempo.

Dice que al inicio le tomó confianza porque vio que el policía estaba interesado en el caso, pero después la acosaba y la llevaba a los picaderos con la promesa de que ahí podía encontrar a la muchachita.

Llegó un momento en que me dio miedo, me le escondía al agente, mis hijas le decían que no estaba cuando iba a mi casa a buscarme, hasta nos tuvimos que cambiar de casa, confiesa.

Afirma que denunció al agente y le quitaron el caso, pero a partir de entonces empezó a recibir amenazas de muerte.

Cuando llegó a Justicia para Nuestras Hijas, Virginia se dio cuenta que el expediente de Claudia Yudith prácticamente estaba limpio. A su juicio, la narración de su cuñado es una línea de investigación que la autoridad debió seguir hasta encontrar a la joven.

Está convencida que El Pelón sabe más de lo que le ha dicho a la policía. Piensa que si no participó en el asesinato de su hija, por lo menos sabe quién lo hizo. No cree que su hija haya salido sola de su casa. Piensa que alguien se la llevó. Pero la policía no investiga nada.

La señora pasó dos años y diez meses con la incertidumbre. El 16 de diciembre del 2005 apareció el cuerpo de una joven asesinada en un arroyo cerca de Z-Gas, por la salida a Delicias.

La policía sospechó que se trataba de Claudia Yudith. Le avisó a Virginia. La llevaron al C-4. Su hija vestía pantalonera gris con franjas blancas, blusa negra y chamarra gris. Pero la autoridad no le mostró la ropa. Prefirió hacer estudios de ADN. Fueron varias semanas de larga espera.

El 30 de enero llegaron varios agentes ministeriales a su casa. Ella presintió de inmediato que el cuerpo que encontraron sí era el de su hija. Entró en shock. Los agentes no le decían nada, trataban de calmarla.

¿Es o no es mi hija?, los interrogó Virginia a gritos. Sí es Claudia Yudith, le contestaron los policías. ¡Sentí que el alma se me iba, agarré un vidrio que estaba cerca y lo quebré, me puse como loca, los policías me agarraron y me tranquilizaron!, recuerda la señora.

Exigió que la llevaran al C-4. Quería ver el cuerpo de su hija. Vio por primera vez la ropa y no tuvo duda. Se trataba de Claudia Yudith. No le permitieron ver la osamenta.

Han pasado poco más de dos años y el caso no se ha cerrado. Al contrario, ahora es cuando Virginia tiene por primera vez esperanzas de que la policía haga una verdadera investigación.

No descarta incluso que puedan exhumar el cadáver porque hay la posibilidad que el cuerpo que le entregaron no sea el de Claudia Yudith.

DORA ESMERALDA

Dora Esmeralda Torres Navarrete desapareció el 16 de diciembre de 2006. Era sábado. Esta muchachita de 14 años sí dejó muchos rastros, pero la familia vive en condiciones tan paupérrimas que muchas veces no tiene recursos ni para pagar el camión y la Policía no ha investigado como se debe, por eso no han dado con su paradero.

Su mamá, Irma Torres, y sus abuelos, Clementina Navarrete y José Socorro Torres, creen que la jovencita fue asesinada y que su cuerpo está tirado en algún paraje de Aldama, donde vivía. Hasta tienen nombres de los sospechosos, pero la autoridad no les hace caso.

Entrevistados en su humilde casa, en la periferia de Aldama, los señores detallan qué ocurrió el sábado que desapareció Dora Esmeralda y exigen a la Procuraduría de Justicia que investigue bien, porque si algo sobra en este caso son elementos para aclararlo.

La jovencita vivía con sus abuelos. Su mamá se encontraba en Estados Unidos, trabajando. Entró a la secundaria pero se salió porque no le gustó. Se puso a trabajar en la pizca de la nuez en un rancho del municipio de Aldama.

Con lo que ganaba, Dora Esmeralda se compraba ropa y ayudaba a sus abuelos con el sostén de la casa. Era tranquila. Como todas las muchachitas de su edad, tenía amigas y ocasionalmente salía a divertirse.

El sábado 16 de diciembre le pidió permiso a su abuela para ir a una fiesta de 15 años con su amiga Brenda Duarte. Prometió llegar temprano.

Doña Clementina la dejó ir. Ella y su esposo José Socorro la acompañaron hasta la puerta de la casa de Brenda, como a las siete de la tarde.

Su nieta les dijo que no se preocuparan, que Brenda la llevaría hasta su casa antes de medianoche. Pero todavía era hora que no regresa. Sus abuelos no pudieron dormir, esperándola. Pensaron que se había quedado con Brenda, pero otro día muy temprano fueron a su casa y la mamá de la muchacha les aseguró que no sabía nada de Dora Esmeralda.

Inicialmente, la mamá de Brenda les dijo que la jovencita no llegó a su casa el sábado en la tarde, ni fue a la fiesta con su hija. Después supieron que la señora les mintió.

Dora Esmeralda no tenía novio. Así que doña Clementina y don José Socorro ni siquiera podían pensar que su nieta se hubiera ido con algún joven. Buscaron a otras amigas de la muchachita. Una les dijo que vio a Dora Esmeralda y a Brenda juntas el sábado en la noche. La fiesta de 15 años a la que asistieron fue en Las Palmeras. Otras amigas confirmaron esa versión.

Los señores le pidieron apoyo a su hija Guadalupe. La tía de Dora Esmeralda acudió a la Policía Municipal de Aldama. Un comandante de apellido Rivera le informó que la jovencita estuvo ahí en la Policía ese sábado después de las ocho de la noche acompañando a Aracely Duarte, hermana de Brenda.

Esa noche Aracely interpuso una denuncia contra su esposo Eleazar Gallegos por violencia familiar. Cuando Guadalupe la buscó para preguntarle por su sobrina, la señora negó que la hubiera visto y que anduviera con ella.

La tía de Esmeralda acudió varias veces a la Policía Municipal de Aldama. También reportó la desaparición de la jovencita en la Policía Judicial de esa población. Pensó que la autoridad investigaba el caso. Después supo que ni siquiera el reporte levantaron.

Siempre le decían que se tranquilizara, que seguramente la muchachita se había ido con el novio, que al rato regresaba. Guadalupe insistía en que algo malo le había ocurrido a su sobrina y rogaba a los agentes que investigaran.

Doña Clementina y don José Socorro estaban desesperados. Alguien les dijo que vio a su nieta en una cantina de Ojinaga. Los señores no tenían recursos para pagarle a Guadalupe el pasaje. Ellos están muy enfermos. El señor padece del corazón y la señora es diabética, casi está ciega.

Decidieron llamarle a Irma y decirle lo que estaba ocurriendo. No querían asustarla, pero necesitaban su ayuda para buscar a la jovencita.

La mamá de Dora Esmeralda envió dinero. Guadalupe fue a Ojinaga, recorrió todas las cantinas de esa frontera y no encontró a su sobrina. Allá le dijeron que posiblemente estuviera en Delicias o Camargo. La señora fue también a esas ciudades. Ni rastro de la jovencita.

La incertidumbre y la angustia crecían. Doña Clementina y don José Socorro se enfermaron más. Pasaron las semanas. De pronto, una señora de nombre Graciela Galaz, amiga de Aracely, se presentó en la casa de los señores. Les dijo que Dora Esmeralda estuvo en su casa el sábado que desapareció.

Graciela les contó que la muchachita fue a su casa con Aracely. También les dijo que ese mismo sábado las volvió a ver juntas en un bar que se llama El Rosal.

Guadalupe proporcionó todos esos datos a la Policía de Aldama, tanto a la Municipal como a la Judicial. Pero ninguna autoridad investigó.

Irma llegó en febrero. Se vino de Estados Unidos a buscar a su hija. Interpuso la denuncia en la Policía Ministerial de Chihuahua capital. El caso quedó a cargo del agente Jorge Gardea.

La señora consiguió trabajo en Chihuahua. Por lo menos dos veces a la semana, antes de regresar a Aldama, pasaba a buscar a Gardea y le preguntaba cómo iba la investigación.

Al principio el agente se veía muy interesado, pensé que realmente investigaba todos los datos que yo le llevaba, pero después me di cuenta que jugaba conmigo, que me daba por mi lado, en ocasiones hasta sentía que se burlaba de mí, dice Irma llorosa, indignada.

A mediados del año pasado, cuando iba por las calles Juárez y Pacheco, descubrió el Centro de Derechos Humanos de las Mujeres. Llegó. Expuso el caso de su hija. Le brindaron ayuda. La abogada Lucha Castro pidió el expediente. Entonces se dio cuenta que las autoridades de Aldama ni siquiera tomaron nota de la desaparición de Dora Esmeralda cuando Guadalupe acudió a reportarla.

La Procuraduría de Justicia del estado ya tiene las declaraciones de varias de las personas involucradas. Tanto Brenda como su mamá, María de Jesús Arzate, admiten ante la autoridad que el sábado que desapareció Dora Esmeralda estuvo con ellas en la fiesta de 15 años que se celebró en Las Palmeras.
Pero su versión es distinta. Brenda dijo a la Policía Ministerial que Dora Esmeralda se fue del salón con otras amigas. María de Jesús señaló que la jovencita andaba con su hija Aracely.

En su declaración, Aracely admite que ese sábado vio varias veces a Dora Esmeralda. Una vez cuando iba a la fiesta de quince años con su hermana Brenda. Y otra pisteando en otro lugar, pero no precisa cuál.

Otra señora de nombre Manuela Palacios también declaró ante la Policía Ministerial. Asegura que ese sábado Aracely y Dora Esmeralda estuvieron con ella en El Rosal. Según el reporte policíaco, Manuela y Aracely se fueron de ese bar a otro que se llama Peña Blanca, adonde llegó más tarde Dora Esmeralda.
Manuela declaró ante la Policía que Aracely y Dora Esmeralda se fueron juntas del bar Peña Blanca y no las volvió a ver.

Irma está convencida que Aracely prostituía a su hija. Pienso que le dio droga, la envició y después hacía con ella lo que quería, señala y sostiene que Dora Esmeralda no es la única víctima de Aracely, que la señora prostituye a otras jovencitas de Aldama.

Doña Clementina y don José Socorro respaldan su acusación. A los señores les queda claro ahora por qué Aracely buscaba tanto a su nieta. Recuerdan que una ocasión hasta tuvieron que correrla de la casa porque se quería llevar por la fuerza a Dora Esmeralda.

Dile que no me dejas ir, no quiero salir con ella, le pidió esa vez la jovencita a doña Clementina. A la señora le pareció que su nieta le tenía miedo a Aracely. Los abuelos de la muchachita nunca maliciaron que su nieta se fuera a los bares con Aracely porque era con Brenda con quien salía.

Irma está segura que Graciela Galaz sabe más de lo que reveló a sus papás porque en ese tiempo Aracely estaba separada de su esposo y vivía con ella. Pero Graciela nunca declaró ante la Policía. Hace tiempo que la busca la autoridad, pero ya no está en Aldama. También desapareció.

La señora tiene la esperanza de encontrar viva a su hija, pero también tiene claro que puede estar muerta. Sospecha que la asesinaron y está convencida que Aracely tiene algo que ver con el crimen. Por eso exige que la investiguen y la obliguen a decir qué hizo con Dora Esmeralda.

ERIKA NOHEMI

Entrar a natación. Trabajar duro para pagar la inscripción de la escuela. Juntar dinero para El Cervantino. Hacer el clóset. Pintar la casa. Comprar las sillas del comedor. Comprar unos zapatos. Leer a Platón. Hablar y ser simpática con la gente.

Esas eran las metas a corto y largo plazo que tenía Erika Nohemí Carrillo Enríquez antes que desapareciera, el 11 de diciembre del 2000.

Las escribió unos días antes con su puño y letra en un papelito que pegó en la parte inferior del espejo que está en su recámara para verlas y recordarlas todos los días mientras se peinaba y maquillaba.

Su mamá, Hortensia Enríquez, no ha quitado el papelito del espejo. Diariamente lee las metas que tenía su hija y se pregunta en silencio dónde está, qué le pasó.

La señora no tiene esperanzas de encontrarla viva. Ya pasaron más de siete años desde que desapareció y no hay ningún rastro de la joven. Está convencida que si viviera, su hija buscaría la forma de comunicarse con ella.

Pero no quiere deshacerse de las cosas de Erika Nohemí. Conserva la recámara de la muchacha intacta. No lavo su ropa para olerla, todavía huele a ella y me reconforta, expresa y se abraza a sí misma para mostrar cómo abraza diariamente la ropa de su hija para sentir que tiene algo de ella.

Guarda los libros, las plumas, los aretes, los collares, el maquillaje, la grabadora, los zapatos y los álbumes donde la joven escribía frases alusivas a las fotografías que se tomaba con la familia y los amigos.

¡Sigue cenando, sigue cenando!, puso junto a una foto donde aparece ella misma engullendo tremenda hamburguesa. Las frases en el álbum de fotografías revela la simpatía que distinguió siempre a Erika Nohemí.

Nostálgica, Hortensia narra qué pasó el 11 de diciembre del 2000 y qué ha pasado en los últimos siete años de impunidad.
La muchacha estudiaba ingeniería en Sistemas en el Tecnológico de Chihuahua II. Acababa de salir de vacaciones. Tenía 20 años.

Unos días antes se dedicó a vender boletos para una rifa. Quería ganar algo de dinero para comprar los regalos de Navidad.
Hortensia trabajaba en la Pepsi. Llegó a su casa a las cuatro y media de la tarde. Encontró a su hija muy afanosa, limpiando la casa. Sólo me falta el baño, no lo limpies, yo lo hago, voy a cortarme el cabello, regreso pronto y lo limpio, le dijo a su mamá.

La muchacha se bañó y se cambió rápido para ir a una de las estéticas que están en el Mercado Zarco. Antes de irse, le dio a su mamá un sobre con el dinero de los boletos que había vendido. Al rato viene la señora que coordina la rifa, entrégale el sobre por favor, le pidió.

La familia Carrillo Enríquez vive en la colonia Campesina, en el segundo piso de una casa que se ubica en la calle Pericos.
Eran las cinco y media de la tarde cuando Erika Nohemí salió de su casa. Hortensia bajó con ella las escaleras y la acompañó a la esquina. La muchacha iba en huaraches. Llevaba sólo los 50 pesos que necesitaba para el corte de cabello.

Si llega Aarón antes de que regrese, dile que me espere, no tardo mucho, le pidió como último favor a su mamá antes de irse. Aarón era su novio. El Mercado Zarco está a unas cuantas cuadras de la casa. Cuando mucho, se hacen cinco minutos caminando.

Hortensia estaba viendo televisión cuando llegó Aarón. Eran como las ocho de la noche. Le dio el recado de su hija. El joven se sentó en la banqueta a esperar a la muchacha. Permaneció hasta las diez de la noche. A esa hora le anunció a la mamá de Érika Nohemí que se retiraba, que después le hablaba a su novia.

La señora empezó a inquietarse. Han de estar llenas las estéticas, pensó y se tranquilizó. Sabía que este tipo de negocios siempre tienen mucha demanda en diciembre.

Cuando pasaron las once de la noche decidió ir a buscar a su hija al mercado. La acompañó su esposo Víctor Manuel Carrillo. Estaba cerrado. Recorrieron varias veces las calles de la colonia. Ni rastro de la muchacha.

Hortensia llamó a las amigas de la joven. Nadie sabía nada de ella. Le habló a su hija mayor Nancy, quien vive en la colonia Zootecnia. Tenía la esperanza que se hubiera ido para allá. No la encontró.

Al otro día se fue a trabajar. Toda la mañana le habló por teléfono a Laura, otra de sus hijas que en ese momento se quedó en la casa a esperar alguna novedad. Al ver que no aparecía, pidió permiso para salir temprano.

Fue al Mercado Zarco. Su hija no llegó a ninguna estética de ahí. No estaba en las listas de clientas que tenían los negocios. Todas se anotaban porque en diciembre rifaban servicios extra entre las usuarias. Érika Nohemí tenía la ilusión de ganar un arreglo de uñas.

¡Algo le pasó, alguien la secuestró, alguien se la llevó y le hizo algo, mi hija no puede desaparecer así, como si se la hubiera tragado la tierra en unos cuantos minutos!, reiteraba la señora a su esposo.

Acudió al Departamento de Averiguaciones Previas a denunciar la desaparición de la muchacha. La autoridad tomó datos y prometió que investigaría.

La familia se organizó y amplió el rastro a las colonias aledañas. Hicieron volantes con al foto de Érika Nohemí y los repartieron en toda la ciudad.

Hortensia fue a la televisión. Pidió el apoyo de la sociedad chihuahuense para encontrar a su hija. Pasó diciembre y llegó enero. La angustia y la incertidumbre aumentaban.

En enero recibió una llamada anónima en su casa. Alguien le dijo que vio a la muchacha drogada en las vías del ferrocarril. Acudió de inmediato. Recorrió todas las vías en repetidas ocasiones. No la encontró.

Pensé que podía ser cierto, que alguien la había drogado y la había abandonado, uno se llena de esperanzas cuando alguien llama y a veces lo hacen de broma, explica.

Incluso la buscó en todos los centros de rehabilitación para drogadictos. Tenía la esperanza que la llamada fuera cierta y que alguien hubiera recogido a su hija y la hubiera llevado a uno de esos centros. No la encontró.

Se ha de haber ido con el novio, al rato llega y le trae varios nietos, no se preocupe, le decían a la señora los judiciales que iban a su casa a preguntar si había alguna novedad.

Hortensia les suplicaba a los policías: Investiguen por favor, algo le pasó a mi hija, no tenía porqué irse, alguien se la llevó, alguien le hizo algo.

Yo realmente confiaba en la autoridad, pensaba que estaba investigando, como los policías están para eso yo creía que hacían bien su trabajo; pero la verdad es que no hacen nada, no indagan nada, lo único que hacen es venir a la casa a preguntar si hay alguna novedad, señala indignada.

La señora tiene dos hipótesis. Que en el trayecto de su casa al Mercado Zarco se encontró con algún conocido, alguien a quien su hija le tenía confianza, le dio aventón y algo le hizo. O bien, que uno o varios desconocidos la vieron sola, la metieron por la fuerza a un vehículo y se la llevaron.

Recuerda que en diciembre a las cinco y media de la tarde empieza a obscurecer. Todos los vecinos conocían bien a la joven. Ninguno la vio ni escuchó nada raro.

Sabe que la Policía interrogó a unos muchachos de la colonia Alfredo Chávez, aledaña a la Campesina, porque ellos dijeron que la vieron cuando caminaba por la calle rumbo al mercado.

Pero la autoridad no amplió la investigación. La señora no descarta que esos jóvenes estén involucrados en la desaparición de su hija, pero por más que ha insistido, la autoridad no refuerza la indagatoria.

De acuerdo a lo que ella ha investigado, esos muchachos viajan frecuentemente a la Sierra Tarahumara, a vender cosas que llevan de aquí. Qué tal si se la llevaron y allá le hicieron algo, especula.

Pasó más de un año. En marzo del 2002 desapareció Paloma Angélica Escobar Ledezma, Hortensia decidió buscar a Norma Ledezma.

Me armé de valor, yo sabía lo que estaba sintiendo la mamá de Paloma, cada vez que ocurre un caso de éstos uno revive todo el dolor, es como si nuestra hija volviera a desaparecer, es una herida que nunca cierra, comenta.

Dejó pasar unas semanas y buscó a la mamá de Paloma Angélica. Así llegó a Justicia para Nuestras Hijas. Ahí conoció a las mamás de otras jóvenes desaparecidas y encontró consuelo.

Hortensia piensa que la desaparición de tantas muchachas está ligada, que es un problema serial. Le parece que hay muchas coincidencias que la autoridad debería tomar en cuenta para armar un patrón y hacer una investigación a fondo, bien planeada.

Le gustaría que el Gobierno trajera del extranjero un grupo especial de investigación, que tenga experiencia en este tipo de casos.

Un elemento que fortalece su sospecha de asesinatos seriales es que Erika Nohemí estudió en la escuela Ecco, igual que otras jóvenes desaparecidas. La muchacha estuvo en esa escuela un año antes de que desapareciera, cuando estudiaba en el Cbtis 122, pero a la señora le parece un dato importante que la Policía debería tomar en cuenta.

Qué tal si alguien de esa escuela conoció a todas estas muchachas y planeó su secuestro, quizá las siguió y se las llevó cuando encontró la oportunidad para hacerlo, especula.

Recuerda que un hombre de apellido Ríos llegó una vez a su casa a ofrecer becas de Ecco. La señora animó a su hija. Deberías entrar para que aprendas más computación, le dijo y la joven aceptó.

Tengo muchas telarañas en la cabeza, pienso tantas cosas, hay tantas preguntas sin respuestas, cualquier cosa pudo pasar, lo cierto es que la autoridad no investiga, estamos a la buena de Dios, lamenta.

Hortensia ya no tiene esperanzas de encontrar viva a su hija. Piensa que la asesinaron y quiere encontrar su cuerpo. Muchas veces piensa que lo tienen en el C-4, sobre todo porque se ha dicho que hay varios cadáveres sin identificar. En ocasiones hasta cree que la autoridad encontró la osamenta y la sepultó en alguna fosa común.

¡Es como vivir en agonía, ya pasaron más de siete años y todavía no me cabe en la cabeza que mi hija desapareció, que no está conmigo!, expresa acongojada.

La señora ha hecho de todo para buscar a Erika Nohemí. Incluso ha visitado varias clarividentes. Sabe que todas le han tomado el pelo, pero está dispuesta a ir con otra si le garantiza que le ayuda a encontrar a su hija.

08/DVM/GG

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