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Con la misma tijera

Por Cecilia Lavalle*
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Se cruzaron en mi camino y tuve que parpadear. Era difícil distinguir a una de la otra. Casi se podría decir que eran idénticas. Y no eran cuatrillizas. Eran mujeres cortadas con la misma tijera. Literalmente.
 
Parecían modelos. Y en una de esas lo eran. O no. Porque como el ideal “modelo” está en boga, muchas mujeres buscan acercarse a esa imagen.
 
Las cuatro mujeres con una edad entre 25 y 30 años. Las cuatro extra delgadas. Las cuatro vistiendo jeans ajustados. Las cuatro de cabello largo, lacio y rubio. Las cuatro peinadas con cola de caballo. Las cuatro con nariz perfilada por la cirugía plástica.
 
Las cuatro, con una imagen parecida a la famosa muñeca “Barbie”.
¿A dónde se fue su identidad? ¿A dónde su propia persona? ¿A dónde su individualidad?
 
No sé quién o quiénes dictan lo que está de moda o no. No sé quién o quiénes deciden que en un tiempo determinado el ideal del cuerpo de las mujeres es 90-60-90, y en otro momento eligen una versión cadavérica talla cero. Lo que sí sé es que alguna perversidad hay detrás. Y lo que sí sé, también, es que nos hace mucho daño.
 
Para empezar, ¿por qué ha de ser “el ideal” tal o cual tipo de cuerpo? ¿Con qué parámetros?
 
Y, para seguir, ¿con qué intenciones? ¿Cuál es el efecto de que muchas mujeres se vean idénticas? ¿Cuál el resultado de que parezcan mujeres fabricadas en serie?
 
La imposición sobre el cuerpo de las mujeres no es nueva. Todas las modas en el vestuario parten de esa idea de decidir sobre el cuerpo de las mujeres. Que si ahora cintura de avispa: corset. Que si ahora senos protuberantes: brasier con varillas. Que si ahora pies pequeños: tablillas para que no les crezcan. Que si ahora…
 
Cuando yo era niña, la moda eran las mujeres con cuerpos exuberantes. El modelo mexicano era la actriz Ana Bertha Lepe que, seguramente tenía talla 11 y medidas de 90-60-90. Hoy sería catalogada como francamente gorda.
 
Yo era una niña delgada. Muy delgada. Y ahí tiene a mi madre y a mi padre alimentándome con horrendos brebajes llenos de vitaminas y proteínas; invitándome a que comiera a toda hora. Y yo sintiéndome absolutamente inadecuada con mi cuerpo.
 
Llegué a destiempo, claro. Porque hoy esa niña se sentiría en su elemento. Pero hoy cualquier niña que no sea “espiritifláutica” se siente y se vive absolutamente a disgusto con su cuerpo.
 
Mucho trabajo debemos hacer con las mujeres para que puedan reflexionar en las trampas que implica lanzarte en pos de un ideal de belleza.
 
Mucho trabajo debemos hacer para apoyar la construcción de una autoestima basada en lo que somos y no en el cómo lucimos.
 
Mucho trabajo debemos hacer para reflexionar en cómo ese “ideal” nos convierte en objetos. En muñecas en serie.
 
Mucho trabajo debemos hacer para destinar nuestro tiempo, energía y recursos en aprender más, en saber más, en reflexionar más.
 
Mucho trabajo debemos hacer para aprender a estar bien con nosotras mismas aunque la moda dicte lo que le venga en gana.
Pero hay que tomarse el tiempo para la reflexión y el fortalecimiento de la autoestima a contracorriente. Porque el otro camino no es menos doloroso ni más fácil. Sólo que nos lleva a perdernos. A quedar cortadas con la misma tijera.
 
Apreciaría sus comentarios: [email protected].
 
*Periodista y feminista en Quintana Roo, México, e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.
 
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