Esta semana pasada y por motivos de trabajo, tuve la oportunidad de participar en una conferencia internacional sobre inmigración.
El evento, organizado por un proyecto europeo, iba dirigido básicamente a personas vinculadas a los ayuntamientos, tanto en su nivel técnico, como político.
Fue curioso observar cómo en la mesa de inauguración del evento, no había ni una sola mujer. Y después, durante un descanso, se lo hice saber al Presidente quien, a pesar de darme la razón, estuvo a punto de argumentarme que no había mujeres en la dirección. Pero como lo vi venir, me adelanté y le pregunté directamente «¿No irá a decirme que no hay mujeres en la dirección por falta de preparación o de conocimientos?»· Me sonrió y me dijo que no era eso, sencillamente las que debían de estar no estaban y ahí quedó la cosa.
El tratamiento que se le dio a la conferencia fue desde el punto de vista económico y de integración social, desde la perspectiva de servicios sociales municipales. Fue también curioso observar cómo las personas presentes, responsables de servicios sociales, eran todas mujeres mientras que los responsables de las áreas económicas eran mayoritariamente hombres. En ambos casos, refiriéndome a los ámbitos político y técnico, los papeles se siguen reproduciendo.
Los ponentes más importantes que intervinieron en dicha conferencia, que duró tres días, eran hombres y sus intervenciones, (¡cómo no!) versaron sobre el tema económico.
Hubo un alto cargo de un ayuntamiento catalán, de los importantes, quien durante una pausa se acercó y me comentó la importancia que para él tenía que el tema de la inmigración, por fin, se tratara conjuntamente desde las perspectivas económica y social en un mismo ámbito.
Le contesté que estaba de acuerdo, pero que mientras en la parte económica se seguían viendo a las personas inmigrantes en forma de números de aumento del PIB o de estudios destinados a saber qué número de personas inmigrantes eran necesarias en nuestro mercado de trabajo para poder mantener el sistema de pensiones futuras debido al envejecimiento de la población, para la gente que trabajamos en servicios sociales es mucho más importante saber qué problemas tienen cada día estas personas para subsistir e integrarse de una forma lo más normalizada posible.
Y también lo que ocurría con los hijos e hijas de esas personas que habían emigrado hace algunos años y que, habiendo llegado con edades muy cortas o haber nacido ya aquí, tampoco acababan de integrarse, por no sentirse de ninguna parte. También le comenté cómo nos preocupaba el hecho de que, mayoritariamente, las mujeres inmigrantes se dedicaban a ser empleadas de hogar y que en algunos casos se había detectado que ese mercado de trabajo se estaba convirtiendo en una nueva forma de esclavitud laboral, puesto que al estar internas no tenían ningún derecho más que a trabajar a cambio de alimentos y alojamiento, durante todas las horas del día, todos los día de la semana.
O cómo el mundo de las mafias de tráfico de personas se nutría especialmente de mujeres para insertarlas en el mundo de la prostitución. Y esas mujeres eran inmigrantes también, pero apenas aparecían en los estudios que algunos «sabios» habían expuesto en la conferencia.
Este hombre me dio la razón en cuánto a que el tratamiento no había sido todo lo global que hubiese sido deseable, pero enfatizó en lo importante que, al menos para él, había sido salir de su despacho de alto cargo del área económica de su ayuntamiento y escuchar la misma realidad, contada por las personas, mayoritariamente mujeres, que trabajamos en un área, según sus palabras, mucho más humana y cercana a quienes eran el objeto de la conferencia, las personas inmigrantes.
Esperemos que entre todas y todos sepamos y podamos ayudar a quienes tienen que salir de sus lugares de origen y que acaban, en demasiadas ocasiones, siendo todavía más maltratadas y maltratados por la vida.
Ontinyent, 10 de diciembre de 2006.
Tere Mollá Castells; [email protected]
06/TM/GG
