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Dean: muchas, graves y dolorosas pérdidas

Por Cecilia Lavalle/corresponsal

Hay semanas muy largas. Eso lo sabemos quienes hemos sobrevivido a una tragedia, una emergencia, un desastre, llámese como se llame. Nuestro desastre se llamó Dean. Y aunque parece que ha transcurrido un mes, apenas el martes 28 este huracán cumplió una semana de haber golpeado al sur de Quintana Roo.

Hoy el municipio Othón P. Blanco sigue muy herido aunque no se rinde. Es como un boxeador que perdió el primer round ante un poderoso oponente, pero que no está dispuesto a perder la pelea.

Perder el primer round no es poca cosa. No en un municipio con 744 rancherías y 136 comunidades. La mayoría rurales. Y todas afectadas. No hay un solo pedacito a lo largo y ancho de sus 18 mil 760 kilómetros cuadrados que no esté herido.

Claro, hay de heridas a heridas. Algunas ya casi ni se notan, quedaron las cicatrices, pero nada que no cure el tiempo. Ahí está un Chetumal desnudo, sin los hermosos árboles que adornaban toda la ciudad; sin la sombra con las que nos cobijaba todos los días; sin el hogar de miles de pájaros que cada tarde nos recordaban que ya se acercaba la puesta del sol.

Otras heridas sanarán en los próximos meses, pero son muy dolorosas. Ahí está Mahahual, la joya del sur. Estimaciones preliminares calculan que tardará 10 meses en recuperarse. Y eso le duele a mil 500 personas que tenían ahí un empleo formal. Y eso le duele también a las más de 3 mil 500 que tenían un empleo indirectos relacionados con la actividad turística.

Y hay muchas otras heridas que requerirán años, intervenciones mayores, atención esmerada y que, de todas maneras, modificarán sustancialmente el ritmo de vida.

¿Cómo seguir cuando se han perdido las cosechas y se tardará un año o más en reestablecer la cadena productiva? ¿Cómo seguir cuando se perdieron árboles maderables que tardarán décadas en volver a ser económicamente viables? ¿Cómo seguir cuando la mayor parte del ganado está muerto? ¿Cómo seguir cuando los implementos de pesca se perdieron?

Leer que un millón 387 mil hectáreas de selva fueron arrasadas en Quintana Roo no nos entrega la dimensión de la herida. ¿Cuántos árboles caben en un millón 387 mil hectáreas? Empezamos a comprender cuando nos explican que el 80 por ciento del macizo forestal está destruido; cuando nos dicen que la selva tropical quintanarroense forma parte del segundo pulmón del mundo después de la zona amazónica.

Y en esa tragedia se encuentra la otra, la que tiene nombres y apellidos. Más de 2 mil familias viven de la extracción chiclera y del recurso forestal; un recurso que tardará unos 50 años en recuperarse.

La destrucción de la selva es una herida enorme. Una herida que afecta a comunidades de tres municipios: Othón P. Blanco, Felipe Carrillo Puerto y José María Morelos. El centro y el sur de la entidad. Una herida que lastima profundamente la vida de pueblos enteros dedicados al comercio de especies maderables, que habían logrado incluso reconocimientos internacionales por su manejo forestal. Todo se lo llevó el ciclón, es el lamento.

La agricultura y la apicultura y la ganadería también convivían en la selva. Todo se lo llevó el ciclón, es el lamento. La pesca también está herida. Todo se lo llevó el ciclón, es el lamento que de tanto repetirse suena a letanía.

La ruptura de las cadenas productivas es la gran herida que modificará, sin duda, el ritmo de vida de numerosas poblaciones. ¿Cuántos hombres cambiarán su selva para podar los jardines de algún suntuoso hotel? ¿Cuántas mujeres dejarán de limpiar su milpa para limpiar un cuarto de hotel? ¿Cuántos hombres y mujeres se empelarán en la construcción de paraísos para otros? ¿Cuántos y cuántas verán la emigración a Estados Unidos como el futuro posible?

Fue sólo un round. Pero, Dean golpeó muy duró. En el corte de caja hay muchas y graves y dolorosas pérdidas.

También hay lecciones. Nos urge construir un solo sentido de identidad, de pertenencia. Al norte, particularmente a Cancún, le cuesta trabajo recordar que el sur también existe. Necesitamos que aprecie que los caminos que llevan al norte pasan por el centro y por el sur.

Y también hay ganancias. Nadie murió a causa del meteoro. Las estrategias de prevención, la oportuna y adecuada información, la ciudadanía y sus autoridades trabajando en equipo dieron resultado.

El día después no hubo ni pillaje ni vandalismo. El sentido de comunidad en el sur no ha perdido sentido.

Tras la última ráfaga de viento, los hombres de la Comisión Federal de Electricidad se dieron a la enorme tarea de traer de vuelta la luz. Los de la Comisión de Agua Potable le siguieron los pasos para regresarnos el agua.

El DIF hace acopio de despensas y de láminas de cartón y de colchones y de agua, que se reparten de casa en casa. Los gobiernos estatal y municipal recorren comunidades afectadas, evalúan daños, gestionan apoyos federales, diseñan programas de emergencia, llevan brigadas de salud.

Muchas personas que ya volvieron a la cotidianeidad han mirado a otras y, de distintas maneras, las apoyan para que se levanten, se limpien las heridas, comiencen de nuevo.

Estamos lejos de poder poner punto final a este desastre. Aún hay muchas deudas que pagar, muchos retos que enfrentar, muchos obstáculos que vencer, mucho trabajo por realizar, muchas lecciones que aprender.

Por de pronto, Dean ganó el primer round, pero no ganará la pelea.

07/CL/GG

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