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Derechos humanos de las mujeres

Por Teresa Mollá Castells*

En demasiados lugares del mundo se olvidan de los derechos humanos en general y de los derechos humanos de las mujeres en particular. Y afirmo esto porque en los últimos tiempos descubro noticias relacionadas con este tipo de cosas que me ponen los pelos como escarpias.

Esta mañana escuchaba en la radio el proyecto que una ONG lleva a cabo en Camboya para educar a las niñas de ese país que no tienen derecho a la escolarización debido a que se ven obligadas a trabajar en la agricultura para ayudar a sus familias o son esclavas sexuales a edades muy tempranas, con lo cual su derecho al acceso a la cultura desaparece.

Esta semana también leía cómo en Arabia Saudita se ha dictado una sentencia de sesenta latigazos contra la periodista Rozanna al-Yami, quien fue hallada culpable de participar en un programa de televisión donde un hombre saudí habló sobre sexo. Rozanna es la primera periodista en recibir esta condena que la Federación Internacional de Periodistas calificó de brutal, inhumana e injusta.
Tampoco el derecho a la libre expresión es posible en algunos países islámicos, como comprobamos con esta situación.

Además, nos encontramos con que la situación de miles de mujeres de la etnia hazara en Afganistán puede que sea peor que hace apenas un año, después de la aprobación a hurtadillas del nuevo código de familia Chií, que las deja sin derecho prácticamente a respirar. Y no me refiero únicamente a la utilización obligatoria del burka, sino a la limitación de sus propias libertades de movimiento y de acción y a la obligatoriedad de mantener relaciones sexuales con sus maridos cada vez que a ellos les apetezca.

Las mujeres palestinas viven su situación de ocupación política y personal con una fuerza digna de encomio, pero al mismo tiempo son rehenes de la causa política palestina, puesto que son utilizadas como escudos humanos y, al mismo tiempo como procreadoras hijas e hijos por una cuestión política. Muchas son las viudas y las madres sin hijos e hijas porque se han perdido numerosos hombres en el largo conflicto con Israel.

Las mujeres africanas son sometidas a variadas mutilaciones sexuales de distinta índole, dependiendo de la zona geográfica en la que nazcan o a la etnia a la que pertenezcan, pero además son utilizadas como armas de guerra en los diversos conflictos armados que corroen el continente africano. Se les quita su identidad para convertirse en esclavas sexuales de los señores de la guerra y de los soldados de los diferentes bandos para humillar al contrario.

Y qué decir de as mujeres del sudoeste asiático, cuyas hijas son vendidas como esclavas sexuales que alimentan un turismo sexual en alza, por mucho que organizaciones humanitarias denuncien la situación.

Tampoco quiero olvidarme de las niñas en situación de calle de algunos países de América Central y del Sur, quienes se convierten en carne de cañón para traficantes de todo tipo y son despojadas de todo, hasta de su identidad.

¿Dónde están los derechos humanos básicos de estas mujeres? ¿Dónde queda su derecho a una vida digna? ¿Por qué les han sido arrebatados derechos básicos como el de la educación, el de una infancia en paz o los de libre circulación y expresión? ¿Por qué se les expolia incluso su propio cuerpo para convertirlo en campo de batalla, en elemento de uso y consumo de hombres que lo necesitan para humillar al contrario o para demostrarse no se sabe muy bien qué valores ancestrales?

Mientras, a quienes habitamos en las acomodadas sociedades occidentales se nos olvida el sufrimiento de todas ellas; de todas esas mujeres y niñas para quienes el simple hecho de vivir debe ser la peor de las pesadillas imaginables. Pero nuestro imperdonable olvido no significa la desaparición de su sufrimiento.

Su recuerdo, su presencia en la lejanía debe estar presente en cada una de las reivindicaciones de nuestro día a día, puesto que nuestra lucha por una sociedad más justa, más equitativa y con un mejor reparto de las riquezas, en todos los sentidos, ha de incluirlas; sin ellas, sin su presencia aunque estén lejanas, no podríamos ser como somos, ni vivir como vivimos.

*Feminista de Ontinyent
[email protected]

09/TMC/YT/LGL

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