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¿Desafortunada la casa donde canta la gallina?

Por Mayra Caballero Green

«Desafortunada la casa donde canta la gallina» reza un dicho popular que, como muchos otros, refleja nuestra forma de pensar y de creer con respecto a nuestra condición de ser mujer. ¿Pero hasta dónde estos dichos y refranes muestran una verdad o reflejan una realidad? La única verdad que reflejan es la de una cultura donde el desarrollo de las mujeres sigue sin permitirse en algunos sectores sociales y es mal visto en otros.

Reflexionando en el concepto de Poder, vienen a mi mente dos definiciones; una, la que habla del poder que uno desea tener sobre el otro para la satisfacción de sus necesidades personales y egoístas, y la del poder concebido como la factibilidad para hacer algo que se desea realizar con plena conciencia y libertad.

Ciertamente éstas dos definiciones me llevan a la siguiente pregunta ¿Necesariamente tiene alguien que asumir el poder dentro del hogar? Y cierro esta pregunta al contexto de la pareja para poder constatar la validez de éste refrán popular. Más que querer incurrir en toda una disertación intelectual prefiero remitirme a los hechos que cada día se dan en tantos de nuestros hogares mexicanos, principalmente de clase media y baja.

Mi amiga Ángeles a sus 45 años fue abandonada por su marido, cuando se fue tras una mujer mucho más joven, tuvo que hacerse cargo económicamente de sus tres hijos adolescentes y su pequeña de apenas cinco años. Pasó mucho tiempo sumida en una profunda depresión y tratando en vano de contestar la pregunta ¿Por qué me hizo esto? Hasta que decidió demostrarse que era capaz de salir adelante y terminar de romper ese círculo que solamente la atormentaba.

Ahora Ángeles tiene un trabajo estable que le permite mantener decorosamente a sus hijos, se arregla y viste como no lo hizo en muchos años y tiene una imagen de sí misma que la hace ser querida en todos los ámbitos que frecuenta. Ángeles fue capaz de «cantar para sus pollitos» y de valorarse nuevamente pese al nublado panorama.

Siempre he pensado que la posibilidad de ser madres nos ha dotado, dentro de nuestra condición biológica, de una gran fuerza interna que nos hace capaces de superar cualquier obstáculo, y Ángeles es una muestra de ello. En mi estado, Querétaro, existe el caso de una comunidad de mujeres indígenas que trabajando en cooperativas han sido capaces de sacar adelante sus hogares e integrar a sus esposos en esta actividad para evitar que tengan que irse «al otro lado». ¿No es entonces una fortuna que las gallinas sepan cantar? ¿Qué futuro hubieran tenido todos estos hijos si su madre no supiera cantar?

Pero este dicho popular más que referirse al significado de «cantar» como la capacidad para poder hacer cosas, se refiere a la autoridad que se lleva en casa y que desde los modelos tradicionales dicha condición debe ser llevada por el hombre.

Se dice que la historia debe estudiarse para aprender de ella, para no repetir los mismos errores y al parecer no hemos hecho mucho caso de ello. Esto no quiere decir que «ahora te quitas tú para ponerme yo», la semilla que me gustaría sembrar es la que promueva el diálogo y el bien común más allá de una lucha de poderes. Aquella que nace del amor y que nos permite trascender para los demás pero incluyéndonos en este bienestar por ser principio y fin de ello.

Cuando hablamos de familia, hablamos de la pareja, hablamos de la relación sana y armoniosa entre un hombre y una mujer, aunque esto pueda parecer todavía un ideal. Es necesario entonces, hablar de un proyecto de vida compartido que se transforme en el pegamento del día con día, más allá del deseo de ganar, de demostrar quién tiene la razón o dejar claro «quien canta en el casa».

Mientras sigamos manejándonos en este nivel tan básico será muy difícil promover el cambio hacia mejores formas de convivencia entre todos. Hombres y mujeres somos parte de un mismo plan divino, ahora nos toca a nosotros lograr la armonía entre todo aquello que nos hace diferentes pero también iguales.

Ni santos ni villanos, ni buenos ni malos simplemente la capacidad de vernos y reconocernos mutuamente como seres individuales y únicos que buscan juntos la posibilidad de crecer para ser promotores de un mundo mejor.

2005/MC/SJ

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