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Después de Wilma

Por Cecilia Lavalle*

Después de Wilma, el asombro. Tras el paso del huracán más devastador en la historia del océano Atlántico, Quintana Roo no podían salir del asombro. Y no por la contundencia de los vientos que la azotaron durante cerca de 60 horas; no por el diluvio que se le vino encima durante tres días; no por la destrucción esperada, la desolación anunciada, la incertidumbre prevista. No, no salíamos del asombro por la delincuencia desatada. Nos tomó por sorpresa, aunque tal parece que ésa también era una tragedia anunciada.

Después de Wilma, la indignación. ¡Cómo era posible que en nuestro país se desatara tal nivel de pillaje y robo! ¡Eso sólo sucedía en Nueva Orleáns, con nuestros bélicos vecinos del norte! ¡En todo caso eso sólo podía suceder en las grandes y problemáticas ciudades! ¿Pero en el sur de México? ¿En Cancún? Sí, después del huracán Wilma vino el asombro y la indignación. No podíamos creerlo. No en un país en el que nos asumimos como seres muy solidarios en momentos de tragedia. No en un estado que se precia de ser la sede del paraíso.

Después de Wilma, el desconcierto. Las autoridades de Quintana Roo previeron todo, menos la delincuencia, el pillaje, la tierra de nadie del día después. Con eso no contaban. Y sí, ahí estaban los policías municipales, pero ocupados previamente en tareas de prevención y, de igual manera damnificados, no podían hacer frente a un huracán social que les rebasaba. Llegaron luego policías estatales y federales, y de otros municipios y de otros estados; y con ello, el consecuente estire y afloje del mando, del diseño de la estrategia, de la coordinación entre tantas y tan variadas policías.

Después de Wilma, el sentido comunitario. Reconocer al vecino; retomar la olvidada costumbre de pensar en el otro; en la otra; revivir la certeza de que la comunidad, la solidaridad comunitaria, es lo único que puede darle cohesión a una sociedad, lo único que nos salva de la deshumanización, lo único que queda cuando la autoridad ha perdido el rumbo o el control.

Después de Wilma, la reflexión. ¿Qué pasó en Cancún? Las tragedias siempre sacan a flote lo mejor de nosotros mismos, pero también lo peor. Eso significa que ahí estaban todas las condiciones para que eso y más sucediera. Ahí estaban creciendo los índices delictivos; ahí estaban multiplicándose las pandillas; ahí estaba creciendo el rencor social y la desesperanza por las enormes y terribles brechas que provoca una desigualdad brutal; ahí estaban los focos rojos de un narcotráfico asentándose lenta, pero firmemente.

También, ahí estaban las denuncias del crecimiento del narcomenudeo; ahí estaban las denuncias de impunidad; ahí estaban los señalamientos de policías culpables por complicidad o por omisión; ahí estaban las denuncias de turismo sexual; ahí estaban las denuncias de un paraíso para pederastas; ahí estaban los altísimos índices de violencia contra las mujeres; ahí estaban los informes sobre feminicidio; ahí estaban los datos duros. ¿Dónde estaban las autoridades? ¿Dónde estábamos como sociedad?

De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) y de la Secretaría de Salud, Quintana Roo ocupa el primer lugar en asesinatos de mujeres tomando en cuenta el número de población. Esto es, en números relativos y no absolutos, se compara la gravedad de la situación que viven las mujeres en Chihuahua con la de Quintana Roo. Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, por sus siglas en inglés), una de las ciudades con mayores índices de explotación sexual infantil es Cancún.

El pasado jueves 27 de octubre, el Instituto Ciudadano de Estudios Sobre la Inseguridad (ICESI) dio a conocer una encuesta que toma como referencia los casos de delincuencia ocurridos de enero a diciembre de 2004. Según esta encuesta, los estados con mayores índices delictivos son Baja California, Distrito Federal, Estado de México y Quintana Roo. ¿No suenan estos datos a la crónica de una tragedia anunciada?

Wilma simplemente sacó a flote lo que se ha venido cocinando desde hace años en una compleja sociedad bajo la mirada complaciente, displicente, cómplice o ineficiente de las autoridades. Y no es sólo un problema local, aunque, como diría mi abuelita «mal de muchos, consuelo de tontos».

De nuevo, los datos duros. En México, por cada ocho delitos que se cometen sólo uno se denuncia. Dicho de otra manera, en nuestro país casi el 90 por ciento de los delitos queda impune porque la ciudadanía no denuncia, y no denuncia porque desconfía de sus autoridades o las considera ineficientes. Y faltaría saber, claro, del 10 por ciento denunciado, cuántos delitos quedan de todas maneras impunes.

Después de Wilma, la oportunidad. Las tragedias siempre brindan la oportunidad de recomenzar, de renacer. Esta es una buena oportunidad para Quintan Roo.

Apreciaría sus comentarios: [email protected]

*Periodista mexicana

05/CL/YT

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