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Después del temblor, la solidaridad

Por Carolina Velásquez

Después del rescate de las y los compañeros que quedaron a atrapados bajo los escombros en el centro telefónico de la calle de Victoria, el sindicato se abocó a resolver nuestra situación laboral.

No hubo contratiempos. Telmex ratificó un acuerdo que aseguraba la fuente de trabajo de las más de dos mil operadoras de la ciudad de México, el salario y nuestra posterior reubicación. Estas vacaciones forzadas se alargaron por nueve meses, convirtiendo la adversidad del 19 de septiembre en un sorprendente espacio de libertad.

Durante el tiempo que estuvimos fuera de los centros telefónicos de Victoria y San Juan, el punto de reunión fue el Jardín del Arte, en la calle de Villalongín, frente al local sindical. A lo largo del día se establecieron guardias de dos horas que cubríamos bajo rigurosa lista de asistencia.

La primera tarea fue organizar el apoyo a los damnificados.

La ciudad se encontraba prácticamente aislada y era necesario establecer comunicación con la provincia y el extranjero. En el local sindical se estableció un servicio público gratuito de larga distancia nacional e internacional que las operadoras atendimos hasta que el servicio telefónico se normalizó.

Paso a pasito recobramos la tranquilidad. El temblor rompió nuestra rutina y, paradójicamente, de la noche a la mañana nos encontramos con un tiempo libre del que nunca antes pensamos gozar.

Nuestras vidas personales no sufrieron cambios bruscos como en otros lugares del Distrito Federal, donde sólo había muertos y escombros. Estábamos en la calle, sí; sin embargo la mayoría estábamos con vida y habíamos logrado conservar la fuente de trabajo.

Aunque persistía la incertidumbre acerca del regreso al conmutador, durante estos meses las operadoras -servicios de 02, 04, 05 y 09- recuperamos espacios con la familia; compartimos con los amigos de nuestros hijos e hijas, participamos en sus tareas escolares y disfrutamos más su compañía.

Teníamos algo que para nosotras era un tesoro: tiempo para todo.

De manera diferente a cuando estábamos frente al conmutador, con un rol de turnos que cambiaba cada semana o mes, antes de ir a pasar lista al parque y hacer la guardia había el espacio suficiente -en horas y minutos- para atender la casa: dar de desayunar sin prisa, ir al mercado, comer tranquilas, platicar con las vecinas y las compañeras, tejer, ir al cine, hacer ejercicio.

Pero -siempre hay un granito en el arroz-, pese a estas ventajas el temor al desempleo no dejaba de rondar por nuestra cabeza. Y, como no había tiempo extra, nuestro ingreso disminuyó considerablemente; ni modo, había que apretarse el cinturón por unos meses.

Las actividades diarias a las que estábamos acostumbradas se trasladaron a la calle de Villalongín. El parque se llenó con nuestro bullicio. Por las mañanas se transformaba en cancha de voleibol. El sindicato contrató un entrenador para quienes no sabían jugar y se organizaron torneos. También hubo vendimias, clases de tejido y cobro de tandas y caja de ahorro.

Algunas operadoras salieron a laborar a provincia o fueron ubicadas temporalmente en diferentes centros de trabajo del DF y del Estado de México. Otras se embarazaron. Hubo quien pidió un permiso sin sueldo y probó fortuna en los Estados Unidos o viajó al Caribe.

Nuestra estancia también provocó algunas confusiones.

Coincidió que a unas cuadras de nuestro campamento provisional, los vecinos pidieron a las autoridades que quitaran la prostitución callejera establecida frente a sus casas. La prensa difundió ampliamente el problema y después de una serie de negociaciones las sexoservidoras se trasladaron a una calle del parque donde estábamos las operadoras. Al ver tantas mujeres reunidas, los clientes se acercaban creyendo que el servicio se había extendido al Jardín del Arte.

Nos daba risa esta situación. Al respecto, alguna vez una compañera dijo.

– Pus éstos nomás ven burro y se les antoja viaje.

05/CV/YT

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