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DETRÁS DE LA NOTICIA

Por Ricardo Rocha

Los hombres las humillamos, las chantajeamos, las degradamos, las intimidamos, las amenazamos, las golpeamos y las matamos. La violencia contra las mujeres se da igual entre pobres que entre ricos; entre letrados que entre ignorantes.

En México, la violencia contra las mujeres se ha convertido en el más grave problema de salud pública, aunque las autoridades se nieguen a reconocerlo. Se da en seis de cada 10 hogares.

Una de cada cinco mujeres que utilizan los servicios de emergencia en los hospitales llega víctima de los golpes de su pareja. Una de cada tres, acepta haber padecido algún tipo de agresión. La violencia se ha convertido en un miembro más de la familia. Y son tales la ignorancia y el miedo a nuevas agresiones, que 84% de las mujeres considera que la violencia doméstica es algo natural, un asunto privado que sólo compete a la pareja, a la familia y a nadie más. El temor llega a tal extremo que sólo una de cada 100 de ellas denuncia la violencia a que es sometida sistemáticamente. En el minuto de lectura que lleva este artículo, tres actos de violencia contra mujeres se han producido en este país. Una golpiza cada 18 segundos.

Aquí, más cifras para el asombro y la vergüenza: en una de cada cuatro parejas la violencia se da con alarmante frecuencia; 20 de cada 100 asesinatos que se producen, ocurren dentro de la familia; 10 de ellos son maridos matando a sus esposas; en 95% de los casos de violencia contra mujeres, el agresor es un hombre y de cada cuatro mujeres que deciden quitarse la vida, una de ellas lo hace para escapar de la violencia que es el signo de su infierno en casa.

En México, como en otras muchas sociedades, la violencia contra las mujeres se origina en un trasfondo cultural vinculado al desequilibrio y las injusticias en las relaciones de poder entre los géneros masculino y femenino en los ámbitos social, religioso, económico y político. Es a través de la violencia que los hombres mantienen privilegios y formas de poder sobre las mujeres. El modelo de masculinidad dominante caracteriza a los hombres como autónomos, fuertes, emocionalmente controlados, machos y proveedores. El modelo femenino es lo opuesto: lo dependiente, lo sentimental, lo emocional y por supuesto, lo sumiso.

Las formas más comunes de violencia que sufren las mujeres en el hogar son: abuso físico, que va de empujones y bofetadas a torturas, heridas con instrumentos punzocortantes y lesiones corporales que pueden llegar a la muerte; el abuso emocional o psicológico, que incluye conductas como ridiculizarla, rebajarla, despreciarla, criticar cruelmente a su familia o personas que ella quiere e ignorarla en público o en privado, entre otras acciones; la violencia emocional no deja huellas visibles en principio, pero sus implicaciones son trascendentes, dolorosas y hasta letales; el abuso sexual ocurre cuando se le obliga a la mujer a realizar conductas sexuales no deseadas en tiempo y forma o se le trata como simple objeto sexual, en este rubro se incluye la violación marital. Finalmente, el abuso económico o patrimonial ocurre cuando el varón excluye a la mujer de la toma de decisiones financieras, controla exageradamente sus gastos, no le proporciona dinero suficiente a sabiendas y le oculta información acerca del patrimonio familiar y sus ingresos.

La violencia contra las mujeres ha trascendido de tal manera el ámbito familiar que repercute ya muy seriamente en otras esferas económicas y sociales de la nación en su conjunto. Según el Banco Interamericano de Desarrollo, cada año perdemos 100 millones de dólares –más de mil millones de pesos– en salarios, licencias por enfermedad y falta de productividad a causa de la violencia contra las mujeres. Y es que, de cada cinco días de ausencia femenina en el trabajo, uno de estos es producto de golpes, violación sexual y vejaciones por parte de sus parejas.

Anualmente, más de un millón de mujeres busca ayuda médica debido precisamente a los golpes recibidos por sus maridos o a causa de transmisión de enfermedades venéreas; lo más dramático es el incremento de mujeres sentenciadas a muerte porque sus esposos les transmiten el VIH-SIDA.

La violencia contra las mujeres ha llegado a tal extremo, que en 10 ciudades de la República han sido creados refugios secretos para proteger a las víctimas. Refugios para evitar que sean encontradas por sus maridos golpeadores y vuelvan a ser agredidas, heridas o hasta asesinadas por ellos.

Tuve oportunidad de estar en dos de éstos, en Monterrey y en Cancún, y la experiencia es estremecedora y lo que ellas me dijeron más todavía: «Trato de sobrevivir al maltrato, a la violencia tanto psicológica como física»; «la última vez que me golpeó me fracturó la nariz y fui a dar al suelo llena de sangre, mi bebé tenía tres años y fue el único testigo»; «me golpeaba todavía más estando embarazada»; «quiso ahorcarnos a mí y a mis hijos, desde que llegaba a casa comenzaba el terror para todos»; «el miedo paraliza, es muy grande y es mucho más fuerte que la voluntad»; «él no me ve como una esposa, sino como una presa, por eso no me quiere dar el divorcio, porque siente que la presa se le va y entonces a quién va a agredir y a violentar»; «muchas veces traté de quitarme la vida, agarraba un cable y me lo enredaba en el cuello, de la pura desesperación, cuando estás en maltrato piensas que no vales nada y que la vida no tiene ningún sentido»; «al principio sí te duelen los golpes, después ya no, lo que te duele es el alma».

En estos refugios, que son un admirable esfuerzo de la sociedad civil, las enseñanzas de quienes han asumido la defensa de las mujeres violentadas son de un valor sublimado. Se trata de mujeres defendiendo mujeres, aun a riesgo de su propia integridad, ya que estamos hablando de víctimas perseguidas por sus maridos o parejas que son una fauna extensa y diversa: narcotraficantes, funcionarios públicos, albañiles, profesionistas y hasta jueces de paz que han resuelto una y otra vez –faltaba más– en favor de maridos tan golpeadores como ellos mismos. Por eso una de las mujeres nos decía que «…ir a presentar una denuncia es como una segunda violación… sólo vas a que te humillen y se burlen de ti».

Pero, además de la formidable lección de vida que representan estos refugios, hay algunos otros aprendizajes iniciales sobre esta dolorosísima y gigantesca problemática que afecta a sesenta de cada cien hogares en este país: El hecho aparentemente inexplicable y animal de la mitad de los seres humanos agrediendo a la otra mitad es el resultado de toda una construcción social donde siguen privando las inequidades entre los hombres y las mujeres.

Cierto, esta inequidad provoca que los refugios de guerra en Gaza, Bosnia o en cualquier lugar del planeta sean motivo de conmoción, pero ¿quién va a conmoverse por refugios para preservar a las mujeres de la guerra que todos los días les hacen sus maridos? El de la violencia contra las mujeres es un asunto de justicia social, es una cuestión de derechos humanos y es tan grave como el terror sistemático al grado de tortura.

No es verdad que las mujeres se vuelvan adictas a los golpes. Son otros los factores que conforman el síndrome de la mujer maltratada.

Tampoco hay una adicción a la violencia que justifique en modo alguno al agresor. El golpeador de mujeres es un delincuente y como a tal debe tratársele.

La violencia intrafamiliar no es un asunto privado, es un asunto de salud pública. Los golpes y gritos no escuchados y no denunciados tarde o temprano tendrán una repercusión social que a todos nos afecte.

Urge revisar, analizar la violencia hacia las mujeres con perspectiva de género. Hasta ahora, los políticos, los medios de comunicación y aun los estudiosos y especialistas en el tema, analizan la violencia desde una visión lineal. Es absolutamente necesario ver el otro lado de la moneda. Esto no puede ser un asunto de hombres contra mujeres solamente; es un desafío cultural inmenso que debe valorar en su justa dimensión las raíces profundas de la violencia que los hombres ejercemos hacia las mujeres.

Es una lucha que apenas comienza.

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* El presente texto es el comentario del periodista Ricardo Rocha en el espacio editorial de su noticiero Detrás de la Noticia, que se transmite por el 1660 de amplitud modulada, en la emisión matutina de hoy

       
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