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Detrás de la puerta, que estoy educando

Por Lydia Cacho
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Una chancla, un palo, un mecate, una penca de nopal o un cinturón. Una bofetada, una nalgada, un jalón de cabello o de orejas. Cuatro de cada 10 padres y madres entrevistadas admitieron utilizar la violencia como medio para lograr que sus hijas e hijos les obedezcan y respeten.
 
La mayoría no puede asegurar que los malos tratos son efectivos para educar o corregir, sin embargo justifican sus acciones.
 
“Reivindico a la familia pese a todo… Pero eso no me impide reconocer que el núcleo familiar es una caldera hirviente en la que cabe todo, desde el cobijo, la complicidad y el amor más generoso y sin exigencias, hasta la barbarie y la crueldad”. Con esta cita de la escritora Rosa Montero comienza la extraordinaria investigación de la organización civil Ririki Intervención Social.
 
Uno de cada tres niños de entre 6 y 9 años de edad reporta ser tratado con violencia en familia. No importa si es rural, urbana popular o clase media. Las familias, contrario a lo que podemos creer, siguen educando (o creen que educan) a golpes.
 
Las especialistas de Ririki entrevistaron a niñas, niños, madres y padres con una metodología bien documentada; los resultados dejan muchas lecciones por aprender.
 
El estudio revela que a pesar de lo que sabemos hoy en día sobre  pedagogía, sobre desarrollo infantil y la necesidad de educar desde el nacimiento, la mayoría de madres y padres persisten en prácticas de crianza que sostienen que sus hijas e hijos alcanzan “la razón y entienden” hasta la edad escolar.
 
Antes sólo se concentran en cuidarles más que en educar. La necesidad de sobreproteger a sus bebés hace que tanto mamás como papás no conciban la crianza como un acompañamiento  progresivo, en el que con educación constante se sigue la evolución de las facultades de niñas y niños, quienes participan, reflexionan, entienden y asumen su papel de irse convirtiendo en personas autónomas y responsables.
 
Es decir no hay un equilibrio entre la autonomía y la protección, la mayoría de madres y padres sigue promoviendo, muchas veces sin saberlo, la dependencia por parte de sus hijas e hijos; piensan por ellos y cuando sus “peques” no saben leer el mensaje de la persona adulta, ésta responde con violencia.
 
A pesar de que casi la totalidad de entrevistados asegura que el diálogo es la clave de la relación de pareja, la mayoría admite que prevalece la violencia verbal entre cónyuges.
 
Según el informe, el maltrato a niñas y niños está relacionado con la creencia de que el aprendizaje va a la par del sufrimiento. Las  tendencias autoritarias de control hacen del castigo físico más frecuente que la gratificación para reforzar comportamientos positivos.
 
La sociedad mexicana aún considera que las correcciones, incluyendo “golpes leves” y formas psicológicas de violencia (como humillación y amenazas), no son violencia, sino una estrategia de disciplina positiva que no lastima al niño ni le duele a la niña.
 
Todo parece indicar que seguimos criando personas desde el autoritarismo; cómo sorprendernos de que la gente siga promoviendo la intolerancia, el control policiaco y la represión social si en casa ésa es la regla.
 
Quienes participaron en el estudio aseguran que cuando sus hijas e hijos hacen algo que no les gusta, les regañan, golpean y castigan. Solamente el 16 por ciento de madres y padres de clase media usa el diálogo para resolver los problemas. En el ámbito rural y popular, el 10 por ciento cree en el diálogo como método de resolución de conflictos.
 
Lo cierto es que tres cuartas partes de madres y padres golpean a sus hijas e hijos para disciplinarles, y a los varones les pegan más que a las niñas.
 
Para entender la idiosincrasia mexicana moderna basta saber que aunque 9 de cada 10 hombres y mujeres que contestaron el cuestionario aseguran que primero que nada se debe buscar el diálogo entre padres e hijos para resolver problemas, en la práctica 7 de cada 10 entrevistados aseguran que su descendencia no tiene derecho a cuestionar las decisiones y autoridad de sus progenitores.
 
¿Qué entienden por diálogo entonces? La concepción de la violencia es un problema mayúsculo, porque la mayoría considera que las nalgadas y los manazos no son castigos corporales, sino métodos educativos.
 
Este estudio es muy valioso, no sólo por lo que documenta, sino porque nos recuerda que la violencia sigue siendo parte integral del paradigma educativo.
 
La inversión pública en técnicas de crianza y escuelas para madres y padres es indispensable. Las leyes contra la violencia infantil no pueden implementarse mientras se siga normalizando el maltrato como método de control familiar y social. Volver a la raíz del problema es la clave. Mayor información en http://www.ririki.org.mx.
 
Twitter: @lydiacachosi
 
*Plan b es una columna publicada lunes y jueves en CIMAC, El Universal y varios diarios de México. Su nombre se inspira en la creencia de que siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.
 
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