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Día de la mujer rural

Por Hilda Soria Torres

Zapatos de plástico rotos, rostros rasgados por el sol, mala alimentación, educación y salud; éstas son algunas de las características de muchas mujeres que viven en zonas rurales. No es algo desconocido: basta recorrer cualquier carretera del país para comprobar que no puede faltar dentro del paisaje, boscoso o árido, una mujer o una niña cargando un bote a la orilla del camino o un grupo de mujeres trabajando en cultivos y envejeciendo bajo la dañina luz del sol.

No, no es algo desconocido –en México cerca de 13 millones de mujeres viven en zonas rurales, según información del Instituto Nacional de las Mujeres– pero a veces olvidamos o no queremos observar las condiciones en la que viven muchas de ellas: largas jornadas de trabajo, horas bajo el sol con poca comida y agua. Labores duras, muy pesadas, para cualquier niña o mujer.

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés), las mujeres rurales producen la mayor parte de los alimentos en los países que sufren hambre y de malnutrición. De hecho, 80 por ciento de la producción de alimentos en dichos países está a cargo de las mujeres.

Entonces, si su labor cumple una función importantísima, ¿por qué ellas no obtienen a cambio buena salud, educación y mejores condiciones laborales?

Dentro de la celebración del Día de la Mujer Rural, que se conmemora cada 15 de octubre, es importante recordar, una vez más, que se deben mejorar las condiciones de vida de las mujeres que viven en zonas rurales.

Sinembargo, es triste enterarse de que nuestras autoridades no lo hacen, ya que este año, en la 42 sesión de la Comisión de Población de Desarrollo, el gobierno de nuestro país presentó su informe oficial. A esta reunión de organizaciones civiles ellas no fueron invitadas; no obstante, presentaron un informe alterno donde señalan las reducciones presupuestales en el rubro de planificación familiar y falta de abasto de métodos anticonceptivos, así como la limitada disposición de anticonceptivos de emergencia y de servicios para mujeres rurales e indígenas.

De hecho, la asociación civil Semillas informa que una de cada cuatro mujeres indígenas en edad fértil no utiliza ningún método anticonceptivo, a pesar que desean limitar su descendencia. Además, en Chiapas, Guerrero y Oaxaca, menos de la mitad de los partos se atienden en una clínica y no creo que siempre este porcentaje reciba una atención digna. Si en las ciudades las clínicas deprimen, las batas de las y los enfermos son deplorables, sin hablar de los baños, de las horas que ellas y ellos tienen que para ser atendidos y del desabasto de medicinas; si esto sucede en las urbes, ¿qué se puede esperar en las zonas rurales?

De esta forma, si las clínicas no les pueden proporcionar métodos anticonceptivos a las mujeres y, mucho menos una educación sexual, ellas se verán desprotegidas ante los embarazos no deseados y las enfermedades de transmisión sexual; no debemos olvidar que si la mujer tiene una mala alimentación y una mala atención médica durante su embarazo su vida también puede estar en peligro.

Desafortunadamente, la salud sexual y reproductiva de las mujeres rurales no es su única problemática. De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI), en el campo existen tres millones de analfabetos, lo que significa que poco más de una quinta parte de la población de 15 años y más no sabe leer y escribir; esta situación se acentúa entre las mujeres, ya que una de cada cinco aún no sabe leer ni escribir.

Además, en pleno siglo XXI, de acuerdo al Consejo de Población del D.F, las mujeres rurales presentan muertes ocasionadas por la mala nutrición y sufren de enfermedades infecciosas intestinales causadas, muy probablemente, por la falta de agua y letrinas.

Su vivienda tampoco es muchas veces digna: la construyen con el material que tengan a mano, así que ellas y sus familias son las primeros afectados por huracanes o temblores, como lo hemos observado en Chiapas y Guerrero.

¿Y qué se hace al respecto? Programas van y vienen y las condiciones cambian a un paso muy lento, porque si fueran realmente eficaces las mujeres no se morirían por estar mal alimentadas o por un embarazo mal atendido.

Esperemos que los grupos y organizaciones civiles, como Semillas, que en verdad apoyando a las comunidades rurales, puedan seguir haciéndolo para que las mujeres de estas regiones, quienes son privadas de sus derechos fundamentales aún más que las mujeres en las ciudades, ya no sean discriminadas; para se respeten su lengua y sus tradiciones, y para que tengan una buena atención médica, educación, trabajo y vivienda digna.

09/HS/YT

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