En 1995, durante la Conferencia de Pekín, un grupo de organizaciones internacionales como la FIPA (Federación Internacional de Productores Agrícolas) y la FCMM (Fundación Cumbre Mundial de la Mujer) decidieron instaurar el 15 de octubre como el día internacional de la mujer rural.
Esto, ante la necesidad de destacar que ellas son el motor de la economía de los países; aunque a menudo su trabajo en el campo se vea como una simple colaboración al trabajo masculino y un apoyo secundario a la economía doméstica: no como una verdadera aportación.
No obstante, la pobreza en la que se encuentran, la falta de alimentos y de servicios, lleva a las mujeres rurales a hacerse responsables del cultivo, de la cosecha y de la preparación de los alimentos; además de llevar agua potable y leña.
Adicionalmente su función en la subsistencia de la comunidad no se traduce en poder político, posesión de propiedades y desarrollo personal; de ahí que la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) las llame las trabajadoras invisibles del mundo.
Es decir, las mujeres rurales no sólo son las últimas en tener acceso a los recursos y a la capacitación sino que además, sus funciones domésticas, laborales, productiva y sociales son poco reconocidas.
En este sentido el día internacional de la mujer rural tiene como finalidad recordarle a la sociedad que las mujeres rurales viven en pobreza extrema, sin acceso a los servicios básicos y con enormes cargas de trabajo. Y recordarle, asimismo, al gobierno que la necesidad de políticas públicas encaminadas a potenciar sus capacidades y mejorar su calidad de vida es ya una exigencia.
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