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Diluvio del fin del mundo

Por Lydia Cacho*

Mandé un tweet informando la urgencia de enviar alimentos para bebés a Veracruz. El peligro de que cientos de infantes mueran como resultado de las inundaciones es real, pues muchos ya sufrían problemas de desnutrición y enfermedades debilitantes.

De inmediato recibí respuestas de solidaridad, pero también mensajes argumentando que debemos sabotear todo intento de donativos y ayudas cívicas.

El argumento detrás de esta petición parte de una lógica: durante las últimas elecciones, los gobiernos de los estados más afectados por las inundaciones se robaron cantidades ingentes de recursos públicos para sus campañas.

Los tuiteros rebeldes argumentan que debemos utilizar la fuerza social para presionar a las autoridades en lugar de hacerles el trabajo. Que si la sociedad sigue «haciendo obras de caridad» luego de cada desastre natural, los gobernantes se cruzarán de brazos.

Teóricamente tienen razón, y si viviéramos en Noruega o Suecia seguramente me sumaría a su decisión. Sin embargo, además de la obvia corrupción, creo que el tema central es que, durante años, gobiernos y sociedad hemos ignorado las advertencias (desde los Mayas hasta los científicos contemporáneos) sobre el Cambio Climático y el papel que jugamos individual y colectivamente en la actual tragedia mundial de inundaciones, sequías, derretimiento de hielos milenarios y contaminación por deshechos.

Evidentemente, hay un asunto político y ético relacionado con la negativa de los Estados Unidos desde hace tiempo para firmar el tratado de Kyoto, con la incapacidad de las grandes corporaciones y empresas turísticas para entender el impacto destructivo de las emisiones de carbono y asumir su responsabilidad. Y está la necedad del gobierno federal al descalificar la importancia del subsidio de energías alternativas.

Claro que es importante negociar, presionar, manifestarse, rebelarse para que no vivamos de crisis en crisis, para que México deje de darnos atole con el discurso.
Pero también es cierto que hay vidas humanas que peligran y necesitan de la ayuda de otros. Ellos no son culpables de la ineficiencia o la corrupción oficial; negarles la ayuda por ese motivo, equivale a victimizarlos dos veces.

Cada quién elige si alivia el sufrimiento de los necesitados o no. En lugar de boicotear la ayuda por temor al desvío o la rapiña burocrática, habría que hacer un mayor esfuerzo en exigir rendición de cuentas y transparencia sobre los montos de ayuda y la manera en que se distribuye.

Y más vale que lo hagamos pronto: el cambio climático nos garantiza, por desgracia, que cada vez serán más frecuentes comunidades desvastadas por los desastres naturales. Hay momentos para luchar y momentos para la solidaridad, no son excluyentes.

* Plan b es una columna publicada lunes y jueves en CIMAC, El Universal y varios diarios de México. Su nombre se inspira en la creencia de que siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy probablemente el discurso tradicional, o el Plan A,no cubrirá.

10/LC/LR

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