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Doña María, una condenada a morir en prisión

Por Benny Cruz Zapata

Durante los últimos 14 años de su vida, doña María ha vivido entre criminales. Y a sus 62 años de edad, con una condena de 63 de cárcel, no le alcanzará la vida entera para pagar sus delitos.

Desde hace tiempo la esperanza de ser libre huyó de sus ojos marchitos. «Tendría que vivir 125 años y… pues cuándo», dice mientras su rostro afable dibuja una sonrisa amarga.

Su expediente, el 199/989, tiene cancelada toda posibilidad de libertad. Son 12 las condenas recibidas por fraude, que en suma dan los 62 años de prisión; de los cuales lleva 14 años completos.

Muy en el recuerdo quedaron los paseos en el río Guayalejo; sus hijos, sus hijas, su marido, sus nietos. Se niega a imaginar lo que hubiera sido su vida de no haber hecho lo que hizo en 1989; aunque admite que hoy sería una abuela consentidora y una mujer que se levantaría al primer canto del gallo.

Pero hoy su vida entera se reduce a los barrotes de una celda; su universo son las paredes grises del reclusorio y la convivencia con mujeres que igual van que vienen. «Pero yo sigo igual, sólo un día sobre otro, como una cadena, uno tras otro y otro y son ya 14 años los que tengo de menos…»

LOS DELITOS

María está sentenciada a 63 años de prisión por haber caído, como tantos y tantas, en la ilusión de «La Pirámide», que de resultar hubiera convertido a todos los participantes en millonarios. Pero a decir de las 12 denuncias penales, doña María se quedó con todo el dinero recaudado en el juego de ilusión.

Su historia es parte de la memoria colectiva de Llera de Canales, su pueblo, cuyos habitantes aún recuerdan la estafa. «Algunos perdieron sus tierras, otros sus propiedades, unos 15 mil pesos, otros 33 mil, otros 20 mil, 14 mil, 60 mil…»

Con tales antecedentes, a doña María le fue negado cualquier tipo de amparo y se le anulo toda posibilidad de libertad. Tendría que ser millonaria para pagar todas las reparaciones del daño que sufrieron las personas a las que se les hizo justicia.

VIDA ENTRE REJAS

La cárcel es como una pesadilla circular, acostumbrarte a vivir en un mal sueño, ver cómo las visitas familiares se cuentan por meses o años…Y la risa y llanto de tus hijos se fueron convirtiendo en llamadas telefónicas mensuales: «me está saliendo un diente, mamita; me cortaron el pelo; ya no uso pañal… ya voy a la escuela…ya tengo otra mamá…»

La cárcel. Es olvidarte de todo, ver cómo los lazos con la vida se desvanecen en un abrir y cerrar de ojos. «¿Usted imagina lo que son catorce años de prisión, de encierro…?», desliza doña María con el ánimo de encontrar un receptor donde vaciar sus silencios, sus angustias, sus anhelos.

Ella es la mujer de más edad en la cárcel de Victoria; junto a ella cohabitan otras 38 mujeres en el área femenil del penal; 28 están acusadas por delitos contra la salud y 14 pagan delitos del fuero común.

Los 14 años de cárcel han hecho su efecto en el ánimo de doña María, al grado de recordar entre sonrisas tristes cuando sus recuerdos la hacían llorar a la menor provocación. Persistentes en la memoria están sus primeros años.

«Llegué a estar sin comer hasta casi consumirme, me invadía un sufrimiento sin fin, una desesperanza que me traía dando tumbos en los pasillos de la cárcel; llegué a tocar fondo, pero mi fe me salvó: soy franciscana, así que cuando mis ojos se secaron de tanto llanto, le levanté para agradecer a Dios lo único que me quedaba en el mundo: mi vida».

«Eso es lo que cuenta, de mis hijos ni hablar, a todos les dolió mi situación, pero poco podían hacer por mí; tuvo que pasar mucho tiempo para poder platicar bien, pues apenas empezábamos a hablar y soltábamos el llanto…»

¿Y su marido? Se dice que en estas circunstancias son los primeros en abandonar el barco. «No fue mi caso, mi esposo siempre me acompañó, pero sólo aguantó un año y medio, le dio un infarto, se murió y mi dolor más grande, es que no me autorizaron salir para darle su última despedida».

Asegura que a sus 62 años de edad, el recuerdo de su familia le alimenta el ánimo.

«En todos estos años mis hijos no se han alejado de mí, cuando no viene uno viene la otra; siempre me visitan igual que mis nietos, pero ya no quiero que mis nietas pasen la pena de la revisión, pues las hacen que muestren las toallas sanitarias cuando vienen con su regla».

TERAPIA QUE ALIVIA

Doña María es una abuela sonriente, de vestir pulcro y hablar fuerte. 14 años de prisión le han servido para ganarse la confianza de reclusas y autoridades a las que saluda de beso y en cada palabra que le dirigen se manifiesta el afecto.

Ella se ha ganado a pulso el aprecio de quienes la rodean: fundadora del taller de costura, directora y escritora de teatro, apunta que en la cárcel el tiempo no se entretiene tan fácil.

«En la cárcel el ocio es el peor enemigo de uno mismo; por eso yo hago de todo, participo en cuanta actividad se me presenta, esto me ha ayudado a sobrevivir en encierro sin amargarme, la vida me ha sido más fácil, de lo contrario no sé lo que sería de mí, porque es un hecho que gastarse el tiempo estando encerrada es una tarea bien dura».

Ajetreada en los preparativos de su próxima obra teatral, referente a la revolución mexicana, señala:

«No sé si algún día volveré a ver el Guayalejo, a ver las calles de mi pueblo, mi casa, mis rosales; pero a decir verdad aquí estoy bien a gusto, he aprendido a vivir en el encierro, la gente me trata y me respeta».

¿Mi libertad? «Ni pienso en ella, porque sin querer, el ánimo se me cae…» El expediente 199/989 da cuenta fiel y exacta del futuro de doña María: 63 años de cárcel, por delitos comprobados y avalados por la ley.

No hay perdón que valga su libertad.

       
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