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Ecuador: niñez explotada en el comercio de drogas

Por Redaccion

En Quito, Ecuador, la mayoría de los menores de edad que se involucran en el comercio ilícito de drogas, sobre todo de marihuana y cocaína, abandonaron sus hogares y perdieron todo contacto con sus familias. Los amigos y amigas que conocen en la calle se convierten en su principal referente de afecto y pertenencia, señala un comunicado de Visión Mundial.

«No tengo mamá, ella se murió. De mi papá no sé, porque él vive en Colombia. Yo soy la última de mis hermanos y casi todos están casados. Yo vivía con un hermano,», dijo Sara Milagros, durante su proceso de rehabilitación para menores de edad en Quito en el 2005, dice Visión Mundial México, organización integrante de la Confraternidad Internacional de World Vision, fundada en 1950 y que actualmente tiene presencia en más de 96 países

La droga es para ellos y ellas como un espejismo, la puerta a un mundo mejor; sin embargo, al final del camino, no encuentran más que dificultades, malos tratos, abuso sexual, prostitución y adicciones. En circunstancias tan adversas, son presa fácil de los inescrupulosos brujos (traficantes de droga), que se encargan de hundirlos todavía más en este comercio ilícito y peligroso.

La explotación infantil es una dolencia que afecta a la sociedad ecuatoriana debido a muchas razones, la mayoría relacionadas con la pobreza. A finales de 1999, seis de cada diez ecuatorianos viven en pobreza y de estos, dos en indigencia. Los menores de 18 años de edad constituyen la mitad de la población pobre de ese país.

Es viernes por la noche y la avenida Amazonas, una de las principales arterias que atraviesan el barrio de La Mariscal, en el Distrito Metropolitano de Quito, se encuentra atiborrada de gente que quiere divertirse. Un grupo de adolescentes con talla de niñas o niños se confunde con los transeúntes que recorren la avenida.
Son jóvenes que viven en la calle o están a punto de hacerlo, porque la pobreza y el maltrato los obligaron, porque el hogar en que nacieron ya no existe más, porque han sucumbido a la adicción.

«Salí de Esmeraldas (provincia ecuatoriana) a los 17 años, hace pocos meses, y aquí me encontré con unas amigas, y comenzamos a vender drogas, a consumirlas y a irnos de fiesta. No pensamos que nos hacíamos daño. O que estábamos haciendo daño a alguien. Cuando me detuvieron tenía un poco de droga para mi consumo, y otro poco para vender. Me pusieron más droga y tomaron fotos, me hicieron revisión médica y firmé un montón de papeles que nunca leí. Luego me llevaron a la policía judicial y después a hablar con otra señora, creo que era la Procuradora. Ya en la noche me trajeron acá (al centro de rehabilitación) y de eso han pasado cuatro meses,» relató Sara Milagros a Visión Mundial.

Ellas y ellos tienen la mirada perdida pero no bajan la guardia. Puede venir un policía. Puede venir un comprador. En su mayoría, trabajan solos, en sitios que les han sido asignados por los brujos, personas que los reclutan para que les vendan la mercancía, y que luego prácticamente los despojan de cualquier ganancia.

Producto de la pobreza que no parece mermar, cerca de un millón de niños, niñas y adolescentes ecuatorianos se ven obligados a trabajar y a buscar la manera de brindar un aporte económico a sus familias.

«Antes trabajaba pintando carros. Ganaba como $150 dólares estadounidenses al mes, pero hace nueve meses comencé a vender hierba (marihuana) y polvo (cocaína) y llegué a ganar más de $100 dólares por semana. En las discotecas conocí gente que me ofreció droga para vender. Yo sabía que hacer eso era malo, pero nunca me imaginé que podía terminar en la cárcel,» dijo Luis, otro niño en rehabilitación.

Marihuana de baja calidad, piedra (crack) y otras sustancias semejantes son las mercancías que trasiegan. Los viernes en la noche el negocio se mueve rápido. Los compradores se acercan en coche o a pie. Es viernes, víspera de fin de semana, y hay que celebrar. La dicha que buscan muchos, por breve y dañina que sea, está a un par de pasos de distancia.

Un estudio del Consejo del Observatorio Ciudadano de los Derechos de la Niñez y Adolescencia, señaló que el 50 por ciento de las niñas y niños de 10 a 11 años, que pertenecen al 10 por ciento de los hogares más pobres del país, trabaja fuera del hogar. Esta cifra se eleva al 32 por ciento cuando cumplen 12 años (3 de cada 10 niñas y 5 de cada 10 niños forman parte de la fuerza laboral) y llega al 48 por ciento a los 17 años.

En los centros urbanos esa cifra es de 9 por ciento (casi 200 mil). De las niñas, niños y adolescentes que trabajan en la ciudad —en su mayoría indígenas, afroecuatorianos o campesinos mestizos que vienen del área rural—, 43 por ciento (unos 80 mil) no asisten a la escuela, y generalmente trabajan en tiendas, en construcciones, como vendedores ambulantes o en trabajos domésticos.

Sara Milagros detalló que «en el mundo de las drogas tienes que esconderte, correr, hacer cualquier cosa: si hay que subirse a un carro para vender la droga, hay que hacerlo… A mí me daba miedo, porque de repente aparecían chicas violadas o muertas… Sí, me daba miedo, pero no sé qué me pasaba, no quería salir de eso.»

Un coche blanco último modelo dobla la esquina y se detiene. El conductor, un hombre que no abandona sus gafas negras a pesar de la oscuridad de la noche, baja la ventanilla y le hace un gesto a un chico. Dos de a diez, dice el hombre. La mano del niño vuela desde el rojo de sus pantalones hasta el interior de sus enormes zapatos, de donde saca dos diminutos sobres. Crack. Piedra. Rápidamente se los pasa al hombre que, a cambio, le entrega un billete de diez dólares.

Luis platicó que «la caja de fósforos llena de polvo se vende en $15 dólares (es una caja de tres por cinco centímetros); la libra de hierba en $25 dólares. A mí me pagaban un porcentaje por lo que yo vendía. La droga la llevaban a mi casa… diferentes personas. La gente que está a cargo del negocio, a los peces grandes nunca los pueden localizar. Todo lo tienen muy bien organizado.»

Decidida a rehacer su vida, Sara Milagros manifestó que «la gente dice que es fácil entrar a la droga pero difícil salir. Yo les voy a demostrar que pude salir, que si uno quiere, puede lograrlo.»

Luis confesó que su «sueño es llegar a ser una persona importante, recta, tener hijos, que ellos estudien. Cuando salga de aquí quiero ponerme a trabajar en otra cosa, quiero andar por el camino recto.»

¿HASTA CUÁNDO?

¿Cuánto tiempo más estarán estos adolescentes en la calle? ¿Una semana? ¿Un mes? ¿Un año? No se sabe. Pero es casi seguro que acabarán encerrados en un inhóspito reformatorio o en una sórdida cárcel para menores de edad, por trasiego de drogas. Eso, si la vida no se les escapa antes, considera Visión Mundial.

Por su parte, la Teniente Coronel Rosa Jiménez, Subdirectora de la Dirección Nacional de la Policía Especializada en niños, niñas y adolescentes (Dinapen), informó que tienen «muchísimos casos de comercio interno de drogas. No obstante, a estos menores de edad (hasta los 12 años) no se les puede imputar… porque a esa edad no tienen claras las consecuencias de sus acciones. Se trata de niños que están en riesgo constante, expuestos a ser agredidos no solo por quienes les compran la droga sino por otros vendedores, que muchas veces les quitan lo que tienen… los golpean».

Un caso aparte, señala la Teniente, son los menores de edad adictos, los que venden droga a cambio de más droga. A los brujos (los que proporcionan la droga), les interesa que estas chicas y chicos se mantengan dependientes de la droga… Les resulta más rentable… Saben que estos jóvenes van a hacer todo lo posible por vender más con tal de recibir droga para su propio consumo».

Fuentes oficiales señalan que el 6 por ciento de los y las adolescentes ecuatorianas ha consumido estupefacientes y/o sustancias sicotrópicas. Correspondiendo por sexo al 7 por ciento hombres y 6 por ciento mujeres. Se observa el inicio de este comportamiento más temprano en los hombres. Por ciudades Quito 11 por ciento, Guayaquil 5 por ciento y Cuenca 4 por ciento.

Aunque la legislación ecuatoriana prohíbe el trabajo explotador y peligroso de las y los menores de 18 años, es decir, todo trabajo que afecte su integridad física, emocional o intelectual, lo cierto es que muchos adultos, impulsados por la codicia, no dudan en aprovecharse de ellos.

Y aunque son relativamente pocos las niñas, niños y adolescentes que se dedican a la venta de drogas, este es un problema que no puede soslayarse; sobre todo si se considera que es una ruta que resulta atractiva para quienes buscan escapar de la pobreza extrema, del abuso en el hogar, y en general, de la carencia de oportunidades, algunas tan básicas, como la de asistir a la escuela.

Perseguidos por la policía, despreciados por la sociedad y explotados por los brujos, estos menores de edad podrán considerarse afortunados si logran escapar a un muerte prematura. Ser arrestados, ser encarcelados, por temible que parezca, es un panorama más benigno que soportar hambre, palizas, violaciones, o incluso, ser víctimas de un asesinato, señala Visión Mundial.

En este contexto, es imperativo que la sociedad entera se comprometa a defender los derechos de estos niños, de estas niñas, de estos adolescentes. Hay que crear espacios para que puedan desarrollar sus capacidades personales de manera positiva y resistir, de este modo, el vano espejismo del comercio de estupefacientes, finaliza el texto de Visión Mundial.

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