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Ecuatorianas, víctimas y protagonistas de resistencia contra petroleras

Por la Redacción

La actividad petrolera ha destruido miles de millones de hectáreas en el mundo y con ello, la vida de las mujeres que habitan en zonas dedicadas a ésta actividad en Ecuador.

El asunto ha llegado a tal extremo que las mujeres Sarayacu, en la amazonia Ecuatoriana, han amenazado a sus parejas de que de permitir la entrada de a la empresa argentina CGC y la estadounidense Burlington, ellos tendrán que conseguirse otro territorio y otras mujeres, difunde el portal Modemmujer.

En Ecuador se han concesionado cinco millones de hectáreas, incluyendo áreas protegidas y territorios indígenas, y la contaminación generada por las petroleras es permanente, accidental y también rutinaria; solamente en el año 2001 se produjeron 75 derrames, uno cada cinco días, con una pérdida de más de 31 mil barriles de petróleo.

La peor parte se la han llevado las mujeres que resultan más vulnerables que los hombres a las enfermedades. De acuerdo a un estudio de Acción Ecológica que analizó, pozo por pozo, la incidencia de cáncer, éste constituye el 32 por ciento de las muertes en la zona petrolera, tres veces más que la media nacional (12 por ciento), y cinco veces más que en la provincia del estudio, afectando sobre todo a mujeres.

La gente lo sabe, se dice que hay bastante cáncer, bastantes muertos. A la esposa del señor Masache, por ejemplo, estando encinta de 8 meses y sana, le dio un derrame interno y murió. Después se supo que tenía cáncer; él dice que las a mujeres les da más el cáncer, porque son más delicadas, tienen hijos y trabajan, se relata en Modemmujer.

En Lago Agrio, ciudad petrolera en la Amazonía ecuatoriana, el 65 por ciento de las madres son solteras, pues los petroleros llegan en su calidad de hombres solteros con recursos y ofertas de una vida próspera. Y es la zona con mayor denuncia de violencia, a pesar de que la mayoría de las víctimas de violencia permanecen en silencio.

«Hace años cuando la Shell exploraba en territorio Kichwa (perteneciente la Asociación comunitaria de Sarayacu) se dio un incidente. Tres mujeres jóvenes fueron al campamento petrolero a verder sus productos, los petroleros las siguieron al monte y ahí las violaron. Ellas regresaron a la comunidad y por vergüenza no dijeron nada. Días más tarde uno de los esposos escuchó a los petroleros reírse de ellas. Los hombres entonces, golpearon con rabia a sus mujeres», cuenta Cristina Gualinga, residente del lugar.

El 75 por ciento de la población que vive en áreas de explotación petrolera usa el agua contaminada; un agua fétida, salada, de color y con petróleo en superficie. Los petroleros dicen que no hay problema con usarla, que el agua está sana, que lleva proteínas, y que como hace espuma, hasta leche debe tener.

Las mujeres padecen esa contaminación, y acaban por tener que ofrecerla a su familia. Ellas están en permanente contacto con el agua: lavan la ropa, bajan al río para que los niños se bañen, preparan la comida.

Además, están agobiadas por una mayor carga de trabajo, pues no solamente deben caminar más para buscar el agua para beber y leña para cocinar, sino que también deben atender muchas veces solas la tareas familiares, pues los hombres se integran al circuito de demandas de las petroleras en calidad de jornaleros, o muchas veces negociando y cambiando su territorio de cacería para abastecer de carne a los campamentos petroleros.

En el pasado, cuando se entraba en territorio Huaorani, sorprendía no escuchar llorar un niño ni una sola vez. Parece poco importante y quizá solamente otras mujeres entiendan lo que eso significa, pero esos niños estaban realmente bien; los niños en cuidado casi colectivo, no recurren al llanto.

Hoy, tras la entrada de las petroleras, las mujeres Huaorani atienden en el bar de Shell Mera. Los hombres, casi alcoholizados se pasean en el carro de la compañía, antes de despertar heridos en los hospitales, como ha sucedido ya.

Y los niños, a velocidad moderna, tienen que adaptarse a estas nuevas condiciones que les alejan de sus padres, destruyen su tierra y por lo tanto mutilan el futuro de este pueblo.

Las mujeres Huaorani y los ancianos cayeron, como quien cae en medio de la batalla. Fueron demasiadas las presiones que les llevaron a firmar un «convenio de amistad» con la empresa estadounidense Maxus; convenio que se firmó en inglés y por 20 años.

En este convenio se permitía la operación petrolera en su territorio, dando por terminados meses de resistencia. La firma del convenio se realizó con la presencia de la hija del presidente de la república y el agregado de negocios de la embajada de Estados Unidos, y en aquel acto, grabada por la prensa, Alicia Durán Ballen entregó sus aretes a una mujer Huaorani y recibió a cambio una pechera Huaorani. ¿Crees que ganamos con el cambio? Le preguntó al asesor norteamericano con una sonrisa. «Así ganamos Manhattan», fue su respuesta.

EL CASO DE LAS MUJERES DE SARAYACU

En la comunidad de Sarayacu (ubicada en la provincia de Pastaza, colindante con Perú y cuya capital es Puyo) las mujeres se organizaron y dijeron que si los hombres decidían dejar entrar a las empresas petroleras, deberían empezar a buscarse otras mujeres y otro territorio. Han dicho que no permitirán que los hijos y jóvenes de Sarayacu se conviertan en peones y esclavos de las grandes empresas petroleras. Es una decisión no negociable.

La empresa ha respondido creando conflictos intercomunitarios, sobornando, manipulando y presionando al gobierno para que militarice la zona y hace poco dijeron a la población que se minaron los senderos para que la población no saliera de la comunidad.

Las mujeres de Sarayacu decidieron caminar esos senderos para que ninguno de sus hijos perdiera la vida. Comenzaron la caminata con el peso del temor de una muerte inminente, terminaron el recorrido con el alivio de recuperar el derecho de ellas y sus hijos a andar por su territorio.

En Sarayacu son las mujeres las que defienden el futuro posible de su pueblo.

2004/BJ/SM

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